23 diciembre 2008

¿Por qué?

Voy con Laura a comprar a un centro comercial.

Está en la otra punta del mundo por lo que pasamos tres cuartos de hora metidos en el metro.

Llegamos, miramos, no compramos, nos toman por delincuentes y nos vamos.

Decidimos volver en autobús, porque el camino será igual de largo, pero todavía es de día, así que podremos ir mirando el paisaje, atasco, polución del trayecto.
Como no tenemos ni idea de qué autobús nos lleva hasta el centro, le pregunto a una señora y me contesta que cualquiera de los autobuses que paren aquí lleva hasta el centro.

Fácil hasta para nosotros...

Llega un autobús, nos subimos, pero Laura tiene la excelente virtud de la desconfianza, por lo que le pregunta al autobusero si realmente llegamos hasta el centro.
El autobusero nos dice que sí, que al centro, pero de un pueblo de la sierra.

Ya a punto de cerrar las puertas, Laura y yo saltamos a la calle, de nuevo.

Laura me mira, yo encojo los hombros y ambos miramos a la señora que me había dicho que "Cualquiera de los autobuses que paren aquí lleva hasta el centro". Pero la señora no se da por aludida y sigue mirándose los pies.

Me pregunto por qué la gente te miente de esta forma tan descarada y sin ninguna razón.

¿Qué le habremos hecho nosotros?

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

15 diciembre 2008

24 estupideces por segundo

Si empiezas el día pensando que la pared está en el lado contrario al que realmente está, preparate para lo peor. Como así ha sido.
Así, al minuto cinco del día ya tengo un moratón estupendo en el codo. Y me meto en el baño más por inercia que por otra cosa.

Me voy a clase y voy a la parada porque, obviamente, llegamos ya tarde.
Menos mal que el autobús llega pronto. Me subo y es cuando visualizo un post it gigante en mi cabeza que pone: ELLIOT, HOY NO TE PUEDES OLVIDAR EL MÓVIL PORQUE TE VAN A LLAMAR. Y acto seguido, visualizo el teléfono en ¿mi mochila? No. En el cajón de mi mesa. ¿Dónde sino?
Pero no hay tiempo de volver. Y sólo son las nueve de la mañana...

Llego a la parada donde tengo que coger el siguiente autobús. Para pasar el rato, leo un periódico que hay tirado en la parada. Sólo hay deporte, así que no me interesa demasiado. Pero me pregunto por qué hay sólo deporte si el fútbol se juega en domingo. ¿No debería haber salido ayer lunes? Miro la fecha del periódico. Lunes, 15 de Diciembre de 2008. Voy a la repartidora de periódicos y le pregunto si me puede dar uno de hoy. Me lo da. Y es exactamente igual que el que llevo en la otra mano.
Vale, hoy entonces, NO es martes. Es lunes.
Bueno, son sólo las nueve y cuarto de la mañana, más vale enterarse ahora.
Vale, pero los lunes NO tengo que ir a la universidad, sino a la Escuela de Idiomas. ¿Y dónde estoy? Eso es, en la cola del autobús que me lleva a la universidad, donde NO tengo que ir hoy porque es lunes y NO martes.

No pasa nada, Elliot. Salte de la cola despacito, sin que se note mucho. Y vete a la Escuela de Idiomas que, a pesar de que has salido una hora antes de lo que deberías, vas a llegar tarde igualmente.

Claro que cuando llegas a una clase de idiomas, con los apuntes de las clases de la universidad, mucho no puedes hacer. Pero que no se diga, que para eso somos de norte.

Volvemos a casa (y ya no quiero salir nunca más) y son sólo las dos de la tarde. No sé si irme a dormir ya y dejar que este día acabe rápido. Pero el hambre puede más y me voy a la cocina a preparar algo.

Abro la nevera y, sí, no hay nada muy comestible. Porque como soy así, se me olvidó sacar las cosas del congelador ayer por la noche para que hoy se pudieran cocinar.
Miro en el armario, hay macarrones, comida solucionada.
Me preparo la pasta y cuando voy a darle vuelta para que no se pegue, no encuentro la cuchara de madera. Reviso de arriba a abajo toda la cocina, pero no aparece. Así que lo hago con un tenedor. Bueno, que todos los problemas sean esos...

Y entonces me doy cuenta. Para poner la olla en el fuego, he tenido que quitar una sartén que estaba en medio.
¿Y qué había dentro de la sartén?
La cuchara de madera.
Y si hubiera estado en una cacerola con tapa, pase, pero es que estaba en una sartén, que NO tiene tapa.

Macarrones listos y comidos (son las tres de la tarde, este día se me está haciendo muy largo)
Voy a recoger la cocina. Tiro los desperdicios del plato y ¿para qué quedarme en los desperdicios, si puedo continuar tirando los cubiertos? Allá que van.
Lo más triste de todo es que no me doy cuenta hasta que voy a fregar y me asalta la duda: ¿He comido los macarrones con las manos? No recuerdo haberlo hecho así, pero si no lo he hecho así, ¿dónde están los cubiertos?
En la basura, por supuesto.

Y para que el día no note nuestra presencia, me voy a mi cuarto a prepararle el regalo de la madre de Laura. Que ya que nos acoge en su casa siempre con los brazos y la nevera abiertos, qué menos que llevarle un regalillo para estas navidades.

Laura me ha dicho que le gusta mucho una cantante, así que le he grabado el disco. ¿Qué creían, que lo iba a comprar?
He grabado el disco y como no me funciona muy bien el ordenador, decido comprobarlo en el radiocasette de Laura.
Vale, no se oye nada.
El radiocasette funcionaba esta mañana, así que el disco no se ha grabado bien.
Vuelvo a intentarlo.
Vuelvo a comprobarlo y el nuevo disco vuelve a no oírse.

Lo regrabo, es decir, lo reregrabo y dicen que a la tercera va la vencida. (¿La vencida de qué?, me pregunto)
Lo pongo en el radiocasette y...
NADA.
Empiezo a darle golpecitos al radiocasette. Como si eso fuera a ayudar en algo, pero es que esta mañana funcionaba.
Pongo la radio, pero tampoco se oye. Me mosqueo.
Y entonces mi neurona se despereza y me da un toque: ¿Y si pruebas a subir el volúmen?
Efectivamente.
Claro que no se oía. Como que el volúmen estaba al mínimo.
Y así nos podíamos tirar tres días, por decir algo.

En serio, son las cinco de la tarde. Ya no puedo más.

Nos leemos en el siguiente (si es que me levanto),
Elliot.

07 diciembre 2008

Ser o no ser Elliot, that is the question

Salgo de clase, aburrido, con frío, lento, amuermado... y sólo veo calle delante de mi. Creo que no llegaré a atravesarla entera, me pesan demasiado los pies.
Un rumor lejano trata de entrar en mi mundo, pero no le dejo demasiado:

Voz:
- Eeroo (así, como susurrando algo que casi no distingo)

Voz:
- Héctor (creo que ahora lo he entendido un poco mejor)

Voz:
- Héctor! (el rumor se ha hecho un huequecillo y ya puede pasar un brazo)

Voz:
- Héctor!! (ya tiene medio cuerpo dentro)

Voz:
- Héctor!!! (sólo le falta pasar un pie)

Voz:
- HÉCTOR!!!!!!! (ya está, ha entrado en mi mundo)

Voz:
- HÉCTOR, COÑO, QUE SOY YO!!!!!!
Y ahora el rumor se ha hecho consistente, porque tira de la manga de mi abrigo hacia atrás, haciendo que me gire. Nunca había conocido un rumor tan fuerte, así que, por si acaso, no opongo resistencia.

Voz:
- Ay, perdón, que me he equivocado, lo siento.

Elliot, "el locuaz":
- ¿Eh?

Voz:
- Lo siento, pensaba que eras otra persona.

Elliot, "el locuaz, 2ª parte":
- Ah.

El rumor se va, pero ha conseguido entrar en mi mundo y sacarme a mi de allí: ya estamos al final de la calle.

Y estoy empezando a preocuparme. Me confunden con Eduardo, con Héctor. A ver si voy a ser yo el que está confundido y soy cualquiera de esas personas, menos Elliot.
Hala, ya se me ha quedado el rumor para toda la tarde...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

27 noviembre 2008

Canciones infantiles, esos pequeños traumas

Tras la reciente pérdida de mi amigo Mr. Orange (ver "Hasta siempre, amigo") Laura ha tratado de animarme contándome algo que creo no quería que supiera mucha gente, pero... aquí estoy yo para que eso no suceda.

Cuando Laura era pequeña, su madre le enseñó esta canción:


Supongo que muchos de ustedes la conocerán.

Lo divertido viene cuando Laura me cuenta que hasta hace poco no había reparado en que la canción trataba de la estación de tren madrileña. (somos muy amigos y la tontería se pega)

Y que lo que ella entendía en la canción no era "A Atocha va una niña", sino "Atochaba una niña". Sí, del verbo "Atochar"...


(lo siento, abro un paréntesis porque no puedo seguir. No puedo parar de reirme. Y Laura tampoco!)

Laura se justifica diciendo que, cuando ella aprendió esa canción, Atocha no era nada para ella, no sabía lo que era, porque no había más mundo que su casa, el parque y el colegio.

Y puedo entenderlo, Laura, pero, en serio:

¿Verbo "Atochar"?
¿Yo atocho?
¿Tú atochas?
¿Él atocha...?

Lo siento, pero es demasiado bueno para dejarlo escapar.
Y, sobre todo, ¿cuándo dices que te diste cuenta?

Lo mejor de todo es que ahora vivimos muy cerca de esa estación, por lo que cada vez que pasamos por ahí se nos saltan las lágrimas de la risa que nos entra cuando nos acordamos de la canción.

La pérdida de Mr. Orange ha quedado en segundo plano. A Laura una canción le ha desequilibrado la infancia. Darte cuenta de que algo que tenías asumido desde tu más tierna niñez no es como tú pensabas, tiene que ser muy duro. Tus cimientos se tambalean y puede que hayas inventado tu mundo con un origen erróneo.


Pero, tranquila Laura, hablar de los traumas es el primer paso para superarlos y siempre podemos ir a Atocha, atochando.

Nos atochamos en el siguiente
(y que cada uno lo interprete a su manera),

Elliot.

23 noviembre 2008

Una entre un millón (o dos)

Vuelvo de dar un paseo por el parque, como suelo hacer los fines de semana.

Camino despreocupado y en mi mundo cuando dos viecejillas me paran porque quieren darme una revista.

Reacciono tarde, volver de mi mundo es un viaje muy largo, así que ya tengo la revista en las manos y una de las viecejillas ya me está hablando de no sé qué.

Cuando aterrizo en este mundo, la primera frase que entiendo es

Viejecilla 1:

- '¿Y estás preparado para la otra vida? Porque primero debes dejar tus pecados en esta.'

Viejecilla 2:

- Abre la revista y podrás saber cómo...'

Abro mucho los ojos y ya veo que llevo una revista con el logotipo de una iglesia bastante famosa (ya saben que no me gusta dar publicidad en este diario). Así que pongo cara de no entender nada (la de costumbre) y poniendo nuestra nacionalidad extanjera como excusa, balbuceo un 'Yo no entender español' y trato de avanzar.

Pero (y aquí llega el gran pero, o sea que debería estar en mayúsculas)

PERO (ahora sí), la Viecejilla 1 es la única persona mayor de 60 años que, increíble pero cierto, SABE HABLAR INGLÉS!!!!

Me coge del brazo y empieza a decirme que estará encantada de practicar inglés conmigo (yuhú_ironía).

Así que ahí estoy yo, con cara de 'No me puede estar pasando esto' y soportando una charla sobre las magnificiencias de llevar una vida sana espiritualmente en inglés.

Quince minutos más tarde (sé que fueron 15 porque miré el reloj varias veces a ver si se daban por enteradas, pero no hubo manera) y tras multitud de asentimientos de cabeza por mi parte, llegué cerca de casa y las señoras comenzaban a darme sus últimos consejos.

A punto estuve de confesar todos mis pecados, los del vecino, los de todos mis amigos, los de los transeúntes que me miraban con pena pero aceleraban el paso cuando pasaban cerca, los del barrendero y los de toda la humanidad, por desesperación y con tal de que me dejaran ya en paz (descanse).

A punto de gritar: SÍ, YO MATÉ A LAURA PALMER!!! la señora que sabía inglés me soltó del brazo y con un 'god loves you' (no lo creo, señora, después de estos quince minutos, no lo creo) me dejó ir.

Y ahí me quedé, parado como un tonto (o sin como), sin saber qué hacer, pero con un sentimiento de culpa tan grande como la cabeza que me había puesto la señora.

Son buenos, sí, son muy buenos. No me extraña que haya tantos socios en ese club.

Y cuando llego a casa, Laura me pregunta qué hago con esa revista en las manos.

Penitencia, Laura, hago penitencia.

En serio, ¿cuántas posibilidades había de que una persona mayor de 60 años que, además es monja (no tengo nada contra ellas, pero ¿les llega el Home English a los conventos? ¿Convent English?) SEPA HABLAR INGLÉS??????????????????????????????????????

Creo que TODOS mis pecados (pasados, presentes y futuros) están perdonados.
'Yes, yes, yes, of course, of course, of course...'

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

03 noviembre 2008

No sabe / No contesta

Suelo ser educado y cuando me preguntan, contesto. Ahora me lo voy a pensar, porque pueden ocurrir cosas como esta:

Riiing, riiiing.

Elliot:

- ¿Sí?

Mr. X:

- Hola, cuánto tiempo.

Elliot:

- Ehh, ¿sí?

Mr. X:

- Sí, eso que hace mucho que no hablábamos. ¿Cómo estás?

Elliot:

- Bien, ¿y tú?

Mr. X:

- Bien, aunque con una semana algo movidilla, ¿verdad?

Elliot:

- Bueno, si tú lo dices.

Mr. X:

- Oye, que te llamaba para lo de esta noche y para decirte que Francisco ha llegado bien, que supongo que ya lo sabrás, pero por si acaso. Que el vuelo bien y que si tu madre no te ha llamado todavía, pues eso que ya lo sabes.

Elliot:

- Perdona, quieres hablar con Eduardo, ¿verdad?

Mr. X:

- ¿No eres Eduardo?

Elliot:

- No.

Mr. X:

- Ah, ya me parecía a mi que no me sonaba esta voz, pero...

NO COMMENTS

Elliot:

- Eduardo no está en casa, pero si quieres le puedo dejar un mensaje.

Mr. X:

- Sí, claro, que... ¿seguro que no eres Eduardo?

Elliot:

- Sí, estoy bastante seguro de que no soy Eduardo.

Mr. X:

- ... pues le dices que le ha llamado Margarita.

Elliot:

- Ok, gracias... CLICK ... adiós.

Y encima me cuelgan.
Es la última vez que soy amable, la próxima: No sé/No contesto.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

02 noviembre 2008

Hasta siempre, amigo

Querido amigo,

Nos conocimos en Londres y pasamos unos días estupendos. Estuvimos juntos en Japón, Alemania, Yucatán, Suiza, Filipinas, y un montón de países más.

Y ayer te marchaste para siempre.

Pero antes, fiel a tu espíritu burlón, hasta en tu final nos regalaste una buenísima aventura (que casi me mata del susto de paso):

Caminábamos los dos por la calle mojada. El frío, el viento y el agua nos acompañaban.

Caminábamos rápido y al girar en la esquina, ocurrió la tragedia.

Una ráfaga de viento traicionera hizo que yo no pudiera cogerte apropiadamente. Lo intenté de mil formas y con todas mis fuerzas. También tú diste todo de tu parte.

Pero la naturaleza pudo con nosotros dos.

Vi cómo tu cuerpo se doblaba y cómo tu cara refejaba una mueca de dolor.

Pero el viento, sin compasión, nos separó definitivamente.

Pero también pude ver, en ese mismo instante, cómo sonreías mientras volabas bajo la lluvia y no me di cuenta por qué te reías hasta que vi que te dirigías con determinación y alevosía hacia una chica que caminaba por la otra acera.

Y todo ocurrió muy rápido.

Tu cuerpo descontrolado, mi cara de error y la chica que no se daba cuenta de nada todavía.
Traté de gritar pero antes de darme cuenta la lluvia había ahogado mis palabras.
Anticipé el golpe que la chica iba a recibir en apenas dos segundos y ya me dirigía a esconderme a la alcantarilla cuando el viento se paró de repente y te dirigiste, con una carcajada dirigida a mi, a un centí
metro de la cara de la chica.
Casi me desmayo de la impresión, pero recuperé las fuerzas y me dirigí hacia tu cuerpo ya inerte y a la chica antes de que me golpeara con el bolso por ser tan inconsciente de dejarte correr solo de esa manera. Pero no me dijo nada. Quizá llovía demasiado y quiso llegar a su casa pronto.


Yo intenté disimular acudiendo a tu encuentro, nuestro último encuentro.
Te recogí del suelo y, con mucha tristeza, te llevé a tu último refugio, en el que, por cierto, te encontraste con otros primos tuyos que también pasaron a mejor vida.

Y al ser insustituible, vuelvo a caminar solo y desprotegido bajo lo tejadillos de los edificios. Y mi vida volverá a ser en blanco y negro sin ti.





Disculpen, pero, hoy no es un buen día.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.





30 octubre 2008

Elliot a la sal

No soy de dar consejos ni advertencias, pero creo que en esta ocasión tiene su motivo. Así que: "Advertencia para lectores del diario y demás seres extraordinarios":

Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, pero nunca nunca...
abran un paquete de sal encima de una cama.

¿No me han notado menos soso últimamente? Pues ya tienen la respuesta. Diez días después, sábanas lavadas y aún nos encontramos granitos...

Lo dicho, nunca, nunca, nunca.

Ya saben, el que avisa... ajos come.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

27 octubre 2008

Preguntas no tan estúpidas

- ¿Por qué los bricks pequeños que llevan pajita, ésta es más pequeña que el envase y no puedes llegar al fondo del brick?

- Cuando pones la olla Expréss, se supone que tienes que bajar el fuego cuando la válvula empieza a dar vueltas. Bien, pero... ¿la válvula tiene que dar una vuelta entera? ¿y si da media vuelta y luego se para? ¿y si acaba de dar la vuelta pero luego no sigue? ¿con qué velocidad tiene que dar la vuelta? ¿y si parece que va a dar una vuelta entera pero luego va hacia atrás y no termina de dar la vuelta?

- ¿Existen las camisetas con rayas verticales que no sean de equipos de fútbol? ¿Y camisas con rayas horizontales?

- ¿Por qué las postales de las ciudades son siempre tan feas?

- ¿Por qué el cine en Versión Original es más caro que el doblado si no tienes que pagar a los actores de doblaje?

- ¿Por qué siempre que me compro una ensaimada con azúcar por encima me dan ganas de reir, toser o estornudar?

- ¿Por qué los envases de los Petit Suisse tienen esa forma estriada que no te deja arañar los restos?

- ¿Cómo es posible que limpie mi habitación por la mañana y por la tarde ya esté sucia de nuevo?

- ¿Por qué llamo a la compañía de teléfonos para que me solucionen una urgencia y puedo recorrer media ciudad escuchando una música sin que me atienda nadie?

-¿Por qué las músicas de espera son siempre tan horrorosas?

- ¿Por qué llamas al servicio técnico de internet y te insisten que ya está solucionado tu problema cuando estás viendo que sigues sin poder conectarte a internet?

- ¿Por qué en un día perfectamente soleado, en cuanto pongo la lavadora se nubla (aunque sea verano!!!)?

Demasiadas preguntas existenciales para un sólo día.

Por cierto, se aceptan respuestas, o más preguntas...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

21 octubre 2008

Wake up, Elliot

La banda sonora de Carros de Fuego en mis oídos.

El sudor recorre mi frente.

Soy el 1º, soy el 1º. Voy a ganar la carrera. Es la primera vez que voy a ganar una carrera.
Ni siquiera sé dónde está el que va detrás de mi, debo llegar con una ventaja estupenda.

Creo que voy a llorar de la emoción.

Sí, lo he conseguido.

Rompo la cinta con el pecho y...

Abro los ojos. Me despierto.

Se ha rayado el disco de Carros de fuego.

El sudor sigue recorriendo mi frente, pero por otra causa.

No hay carrera. No voy a ganar nada.

He roto la cinta, sí, pero no es la de meta.
Es una cinta que ha puesto la policía para acordonar una zona de la calle.

Oh, my god. En la cinta pone: No cruzar la linea policial.

Oh, my god. Viene un señor de verde con un sombrero muy raro y se dirige directamente hacia mi.
Oh, my god. Me viene a la cabeza que no llevo dinero, así que espero que sean los propios polis los que tengan un detalle conmigo y me presten la moneda para hacer mi única llamada. A Laura, claro. Que me mata seguro. O lo que es peor, se ríe y se va dejándome en la cárcel.

Tranquilo, Elliot, tú pon cara de bueno. Porque... bueno, técnicamente no he cruzado la línea. Sólo... cara de bueno, cara de bueno, cara de bueno...

Parece que funciona. No, yo sólo iba corriendo porque llego tarde a clase (animal de costumbres que es uno), voy medio dormido, no me he dado cuenta y... he roto la cinta, pero sin querer, ¿eh?
El tipo del sombrero raro me mira más raro todavía, pero se va dejándome con una cara de bueno asustado que no se me irá en todo el día.

Mañana me pongo el despertador tres días antes... por si acaso.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

13 octubre 2008

Peligro: Elliot anda suelto

Podría decir como excusa que era de noche y no se veía bien, pero no. Esto ocurrió a plena luz del día.
Vuelvo a casa después de dar una vuelta por el parque.
Saco las llaves, pero un vecino se me adelanta y me abre la puerta.
Como no me gusta que nadie sepa en qué piso vivo, no me fijo en el buzón y sigo adelante.
Como no me gustan mucho los ascensores, subo las escaleras hasta mi casa.
Avanzo por el pasillo y como tengo las llaves ya en la mano, introduzco la de la entrada, pero no entra bien.
Vuelvo a probar, pero con el mismo resultado.
Miro la llave por si se me hubiera doblado (por combustión espontánea o yo qué sé qué pensé para creer que una llave de puerta blindada se pudiera doblar), pero parece estar bien.
No me da tiempo a probar una tercera vez porquela puerta se abre y sale un tipo que no había visto en mi vida. Tampoco me parece muy raro, pero ya empieza a mosquearme que me pregunte: '¿Buscas a alguien?'
Y voy a contestarle que no, que yo vivo ahí, cuando me fjo que la decoración de la casa nada tiene que ver con la mía. De hecho, no está la puerta de la primera habitación. (Cómo es posible? me he vuelto loco? el mundo ha cambiado en una hora? estamos en el futuro pero yo no he cambiado?)
Así que me disculpo y el tipo cierra la puerta en mis narices.
Retrocedo despacio y miro que sí, que estoy en mi planta.
Pero no reconozco el ascensor, así que bajo las escaleras y salgo de nuevo a la calle.

La calle parece la misma, bien. Pero...

ESTE NO ES MI PORTAL!!!!

Me voy corriendo a MI portal, antes de que ese tipo llame a la policía y me encierren.
Llego a MI planta. Entro con MI llave. Estoy en MI casa (con la puerta de la habitación y la decoración de siempre). Abro la puerta de MI habitación. MI Laura me saluda. Yo cierro la puerta de MI habitación. Y NO pienso volver a salir solo.
Lo hago por vuestro bien. Un okupa idiota anda suelto en la ciudad...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

12 octubre 2008

¿Por qué Elliot cruzó la carretera?

Tengo que leer un texto para la primera clase.
Queda media hora y NO he leído el texto. Pero bueno, como me queda todo el trayecto en el autobús no hay problema.
Hace buen día y en la parada no hay nadie esperando, así que mi autobús acaba de pasar. Perfecto, más tiempo para leer.
Me siento en el banco, abro la mochila y saco las hojas del texto.

Al cabo de media página, veo que mi autobús está en el principio de la calle.

Me preparo para cogerlo.

Dejo las hojas en el banco.

Unas nubes tapan el sol.

Me pongo la cazadora.

Un escalofrío recorre mi espalda por una leve brisa que se está levantando.

Abro la mochila.

Una ráfaga de viento se lleva las hojas.

Mi boca se abre.

El autobús está a diez metros.

Me levanto corriendo a por las hojas, que ya están por la carretera.

El viento sopla más fuerte ahora.

La mochila en la parada, yo detrás de las hojas por la carretera, el autobús esperando en el semáforo a diez metros de la parada.

La mochila en la parada, yo en mitad de la carretera con las hojas, el autobús en la parada.

La mochila en la parada, yo en mitad de la carretera con las hojas, el autobús se va.

La mochila en la parada, yo en mitad de la carretera, esperando poder cruzar de nuevo al otro lado.

La mochila en la parada, Elliot en la parada, las hojas en la mochila, he perdido el bus.

La mochila en clase, Elliot en clase, las hojas en la mochila, no he leído el texto.


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

09 octubre 2008

La venganza de las puertas automáticas

De nuevo ha empezado el cole.

Y como siempre, uno continua haciendo el ganso.

Salgo de clase, bajo las escaleras y me dirijo a la calle.

Nunca me han gustado las puertas de la universidad en la que estudio porque son muy lentas en abrirse.
Así que siempre lanzo el pie primero, como una pequeña patada (pero sin llegar a golpear la puerta, sólo para que se asuste y se abra antes), para poder salir sin esperar.

Hoy he hecho lo mismo.

Manos en los bolsillos, cremallera de la cazadora hasta arriba y cabeza encogida en el cuello de la cazadora.

Voy a salir, echo el pie ligeramente para atrás (siento cómo la puerta se está poniendo nerviosa y se va a abrir en un segundo), mi pie avanza poco a poco, ya pasa por la altura de la otra pierna, continúa y... KLANK. La puerta no se abre y se come una patada de mi zapatilla morada.

Me quedo paralizado. La puerta NO me ha respondido. Y de hecho, se ha abierto porque había un chico a mi lado, que si no aún se está riendo de mi en mis narices, cerrada, claro.

Continúo mi camino, despacio. Todavía estoy en estado de shock. No se ha abierto.

En mitad de las dos puertas (sí, en esta universidad ande o no ande, dos puertas) me giro para comprobar si es que no funciona el sensor de abrir las puertas en el centro y sí por un lado.

Pero continúo caminando con la cabeza hacia atrás.

Y cuando voy a pasar la segunda puerta...

SORPRESA!!!!

La segunda se está cerrando... CONMIGO EN MEDIO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Me tambaleo de un lado a otro con mis hombros cada vez más juntos, porque la puerta NO SE ESTÁ CERRANDO y yo me estoy quedando espachurrado en medio.

Alguien se apiada de mi (sí, bueno, después de un último buajajajajajaja) y se acerca a la puerta para que se abra. Tras un último empujón en el que siento que mis ojos se van a salir de sus cuencas, la puerta relaja su fuerza y se abre.
Yo trato de mantener la calma y me arreglo la cazadora mientras mis ojos vuelven a colocarse en su sitio (plop, plop) y sigo mi camino. (mira al suelo, Elliot, para que la gente que está fumando en la calle no te reconozca, que tienes que volver por aquí durante mucho tiempo...)

Pero cuando no he caminado ni dos pasos, un tipo vestido con uniforme y con una porra en vez de móvil colgándole del cinturón me llama:

Érase un hombre a una porra pegado:
- Eh!, tú.

Eh, tú (deduzco que soy yo):
- ...

Érase un hombre a una porra pegado:
- ¿Cómo es eso de ir por ahí dándole patadas a las puertas?

Eh, tú (confirmado que soy yo porque me ha tocado el hombro para pararme):
- ENCIMA!!!! ENCIMA ME DAS LA BRONCA. Encima de que casi me mata la puerta esparruchándome, encima vienes tú y me gritas. Amos, hombre.

Y sigo mi camino.

Vale, la última parte sólo la pensé, pero por mi mirada (hacia el suelo) seguro que el de seguridad se ha dado por enterado... ¿no?

Ay, qué bonito es soñar que eres otra persona...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

29 septiembre 2008

Dos mejor que una (sí, ya, seguro)

Dos duchas en el mismo día.
Puede parecer algo normal, natural, de persona limpia y aseada y/o calurosa.
Pero no.
No, cuando las duchas te las dan y no te las das.
No, cuando las duchas no son de agua (por lo menos al 100%) limpia.
No, cuando las duchas no las buscas tú, sino que te encuentran ellas (y los responsables de las mismas...)
Dos duchas en el mismo día es una broma un pelín pesada.

Lunes por la mañana. Sigo con mi manía nociva de salir a correr tempranito al parque.
Saludo a un perro que ya conozco, al mendigo que hace gimnasia en el banco junto a la heladería y a la señora de gafas de sol que siempre corre por el otro lado del parque.
A los diez minutos veo el camión de los jardineros. Son muy majos.
El hombre mayor coge la manguera y empieza a regar los árboles.
El chico joven mira las piernas de las chicas que corren.
El hombre mayor le pasa la manguera al chico joven.
El chico joven sigue regando árboles.
El chico joven saluda a alguien que corre.
El chico joven sigue saludando a alguien que corre mientras éste se aleja.
El chico joven ha dejado de regar los árboles porque continúa mirando a alguien que corre que ya está muy lejos.
El chico joven riega el camino a dos metros del árbol.
¿Quién pasa por ahí a dos metros del árbol en ese instante?

Lunes al mediodía. Otra de mis ordinarias costumbres diarias: comprar alimentos para después comerlos.
Voy al súper. Cojo los dos artículos que necesito y me voy a la caja.
Delante de mi, un chico que compra refrescos.
La cajera pasa los artículos del chico.
El chico los recoge y los va metiendo en un carro.
La cajera le cobra.
El chico recoje el dinero y sigue metiendo refrescos en el carro.
La cajera pasa mi compra.
Saco el monedero para pagar.
La cajera me dice el total.
El chico saca una botella defectuosa del carro.
La cajera lo mira.
El refresco revienta.
Elliot se empapa.

Basta ya, ¿no?

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.
PS: A ver quién es el guapo que pasa ahora por el parque lleno de perros con la ropa mojada, azucarada, pegajosa, manchada de un color oscuro y oliendo a coca cola de aquí a Pinto (Pinto, gorgorinto)

17 septiembre 2008

Lo que decía: gafas

Martes por la noche.
Me voy después del trabajo a dar una vuelta por el centro.
Como se está haciendo tarde y mañana seguro que Laura quiere madrugar, opto por coger el tren que me deja más cerca de casa.
Sólo son dos paradas, así que en 20 minutos estaré cenando en casa.


Pasa una parada y llega la otra (sí, estas cosas también pasan en mi mundo, después de una cosa, otra)

Me levanto para salir y llego a la puerta.

Pulso el botón de "Abrir" pero la puerta no me responde.

Me acuerdo de un pequeño cuento de terror de Laura y me da por reir.
Pero la risa se me va en cuanto oigo el pitido de cerrarse las puertas.

Yo aún estoy dentro y debería estar ya fuera.

Hay algo que no cuadra.

Se acaban los pitidos y oigo que la puerta del otro vagón se cierra.
Sí, pero la mía no se ha abierto.

El tren arranca de nuevo.

Conmigo dentro!!!!

Me acuerdo de toda la familia de los del tren mientras, resignado, empiezo a caminar hacia un asiento cercano a esperar la siguiente parada (después de una, otra y después, otra más. Fácil), bajarme (si puedo) y coger el tren de vuelta. La cena se va a convertir en desayuno.

Pero en el trayecto entre la puerta y el asiento me doy cuenta de por qué sigo todavía en el tren.

Estaba intentando abrir la puerta que da a las vías y NO la puerta que da al andén.

La vergüenza se apodera de mi, again.

Menos mal que no había nadie.

Menos mal que no se ha abierto la puerta.

O ahora estaríamos hablando de una posible defunción y no de (sólo) una tontería más.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

03 septiembre 2008

Por qué taquillas transparentes!!!!

Voy de compras con Laura. Es decir, vamos a mirar cosas que no nos vamos a comprar.
Y en una de esas tiendas nos obligan a dejar las mochilas en las taquillas.
Unas taquillas nuevas, modernas, de metacrilato y transparentes. (me ha (a)saltado una duda: ¿hay metacrilato no transparente...?)
Laura mete su mochila en la taquilla nº13 (ella es así) y yo investigo antes de meter la mía, no vaya a ser que no funcione y se me trague la moneda.
La pruebo una vez, bien.
Laura se va hacia la entrada.
La pruebo dos veces, bien.
Un tipo se acerca y saca una bolsa de una taquilla junto a la mía.
La pruebo tres veces, bien.
Laura ya ha desaparecido en la tienda.
Parece que funciona.
Meto definitivamente la moneda y saco la llave.
Me giro hacia la entrada llamando a Laura.
Ploch, mi cabeza choca con la puerta de la taquilla contigua que el otro tipo ha dejado abierta.
Vale, ya he perdido otro centenar de neuronas.
Y me ha salido un chichón en la frente.
Y Laura no puede dejar de reírse.
¿A quién se le ocurre hacer las puertas de las taquillas transparentes?

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

31 agosto 2008

Descubriendo a Impasibilidad

Hay situaciones en la vida que te obligan a permanecer inmutable ante los acontecimientos.
No siempre son agradables de presenciar y mucho menos de sufrir, pero tienes que pasar por ello.
Y una de esas situaciones me tocó en suerte ayer por la noche.

Paso por un miniparque para llegar a casa.
Hace calor y hay mucha gente en la calle intentando tomar un poco el aire fresco.
Yo estoy contento porque en casa me espera Laura con una de sus nuevas pruebas culinarias y habrá peli después.

Atravieso el parquecillo y siento de pronto algo caliente a un lado de mi cabeza, cerca de la sien.
Está muuy caliente y parece agua.
Alguien está regando con agua caliente.
NO.

La sustancia resbala por mi pelo y mi cabeza hasta que una gota cae en mi mano.
Es verde y por muy raro que parezca (yo, quiero decir) nunca he visto agua verde.
Y sigue muy caliente en mi mano.
Me paro (un grave error como me daría cuenta en seguida) y contemplo más de cerca la sustancia.

Con todo el aplomo del que soy capaz, trago saliva y miro a mi alrededor por si alguien más se ha percatado de lo ocurrido.
SÍ.

Y eso me ha pasado por pararme.
Si hubiera seguido caminando nadie se hubiera dado cuenta, pero mi súbita detención llama la atención de los (miles, millones de) viandantes y vecinos que se agrupan en el parque.

Aplomo viene en mi ayuda y juntos sacamos un pañuelo de papel del bolsillo.
Impasibilidad también colabora en la maniobra y mientras la gente me mira, los tres, lentamente, limpiamos la sustancia que cae, también dolorosamente lenta, desde el pelo hasta mi cara.

La frase "No pasa nada" se agolpa en mi cabeza y llega hasta mis piernas que reaccionan mandando impulsos que me hacen avanzar.
Como si de la película de Los pájaros se tratara, paso con toda la dignidad que puedo, entre el gentío que ni intenta disimular su atención en mi.

Ya no tengo ni saliva que tragar, así que acelero un poco más el paso mientras me sigo restregando la cara. A este paso me voy a quedar sin piel, pero eso antes de que una sola gota de la sustancia se petrifique en mi.

Llego al callejón que hay frente a mi casa, oculto de las miradas de la gente. Me paro en una esquina y con una furia que me atemoriza, me acuerdo de toda la familia del %#@&% bicho que ha osado depositar sus excrementos justo cuando yo pasaba por debajo.

Empiezo a odiar el mundo animal.
Aún me esté limpiando la cara. Por si las... palomas!


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

25 agosto 2008

Voy a empezar a pensar que necesito gafas

La semana pasada una sandalia me dejó descalzo en mitad de la calle durante unos segundos. Los que tardé en darme cuenta que la suela del zapato se había quedado unos pasos más atrás y que yo seguía caminando descalzo como si nada. (no voy a hacer comentarios al respecto)

Como pude llegué a casa con una parte de la sandalia en un pie y la otra mitad en una mano.

Decidido a arreglar la situación, y de paso la zapatilla, cogí un tubo de pegamento de un cajón del salón y pegué las dos mitades de la sandalia. Como en el tubo ponía que había que esperar, cogí otro par de zapatos y salí a hacer unos recados dejando a mi sandalia esperando con medio tubo de pegamento entre sus entrañas.

Pasó el día y pasó la noche (y de no ser porque casi me tropiezo con ella podría haber pasado una semana entera), y pensé que la zapatilla ya estaría pegada y lista para ser calzada de nuevo.

Pero algo en su aspecto externo me sobresaltó.
Un ungüento blanquecino de muy mal aspecto salía de entre la suela y la planta de la sandalia.

Me acerqué rápidamente con miedo a que mi sandalia hubiera cogido la rabia (viven arrastrándose por el suelo, tampoco se extrañen tanto), cuando me di cuenta de que esa masa era más sólida de lo que parecía a simple vista. Y era enorme. Tanto, que la suela y la planta de la zapatilla estaban a un centímetro la una de la otra.

Toqué receloso la sustancia y pude comprobar que era porosa, pero realmente dura.
Fuera lo que fuera, y uno es bastante corto en lo que a facultades mentales se refiere, definitivamente aquello no parecía ser pegamento.

Mi teoría de la rabia seguía en pie y me asusté, así que corrí hacia el tubo de pegamento con el que intenté salvar mi zapatilla y con el que parecía estar matándola.
Lo miré, lo estudié y comprobé que, efectivamente, NO era pegamento.

Era MASILLA, de la famililla de las masas.
Un ungüento capaz de tapar agujeros en las paredes y que, NO, No sirve para pegar como he podido comprobar en propia experiencia.

Y ahí está, mi sandalia, en el hospital de los zapatos (o también llamado armario), tratando de sobrevivir al ataque de rabia/masilla del que todavía no he podido curarla porque, pegar no pegará la masilla, pero irse de mi zapatilla tampoco.

Mañana mismo me compro otras, y unas gafas ya de paso...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

22 agosto 2008

La bañera: esa trampa mortal

Esta mañana mientras leo el periódico en el baño, me percato de que algo se mueve en la bañera.
Un bichito pequeñín, pequeñín. Vale, de ese tamaño los bichos me encantan, así que decido seguirle la pista a ver dónde se dirige.

Tiene por delante toda una llanura blanca, pero intenta, con desesperación, subir por las paredes. No ha pasado mucho rato desde que me he duchado, así que las paredes todavía están húmedas, lo que hace que mi nuevo amigo "Bichitín" se resbale una y otra vez.

No parece tener un objetivo claro, la verdad es que tampoco tiene mucho donde elegir... o hacia una muerte segura con forma de grifo de ducha o hacia el aterrador bosque de los botes de champú, cremas y geles.

Me acerco un poco más para saber qué tipo de bicho es. Es de color azul petróleo (sí, es la primera vez que utilizo este color) y tiene unas alas diminutas en comparación con el cuerpo.
Intento verle los ojos, a ver si se asusta viéndome en 3-D.

Pero una toalla que usamos de alfombra del baño traicionera se desplaza y hace que me resbale, terminando yo mismo dentro de la bañera en una posición imposible y con el bicho que estaba inspeccionando a dos centímetros de mi cara.

Vale, no le veo la boca, pero juraría que le he oído reirse de mi.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

19 agosto 2008

Repóker de baños

Últimamente, Laura y yo nos paseamos mucho por una librería del centro.
La semana pasada, sin ir más lejos, ahí estábamos los dos mirando libros de filosofía y autoayuda, que buena falta nos hace.
Después de habernos leído medio libro sobre los epicuros y unos cuantos capítulos más sobre Kant (nótese que vamos a esa librería a leer, pero rara es la vez que acabamos comprando algún libro) yo necesitaba con cierta urgencia ir al servicio. Mientras, Laura aprovechaba mi ausencia y se adentraba en el desconocido, pero atractivísimo mundo de los Libros de Bolsillo.

Pregunté si en esa librería había baños y me dijeron que sí, que en la quinta planta. Así que allá me fui.

Llegué y me encontré con 6 cabinas y como soy animal de orden cronológico, entré en la primera.

Pero salí en seguida. No había papel. No es que sea excesivamente raro por estar tierras, pero como había otras cinco cabinas y era el único ocupante de la sala, pensé que en alguno habría. Con comodidades, el placer se disfruta más.

Así que entré en la segunda cabina.
Y volví a salir enseguida porque en este lo que no había era luz. Y como la puerta llegaba hasta el techo, no entraba nada de la iluminación de fuera.
Mis ganas de orinar aumentaban, pero quedando aún cuatro cabinas por descubrir, pensé que en alguna se alinearían los astros, digo, el papel y la luz.

Así que entré en la tercera cabina.
Y salí mucho más deprisa que en las anteriores. Un folio pegado con cinta aislante me dijo que "Estaba averiado", el baño, no el folio. O eso supuse... Bueno, quedando todavía tres cabinas...

Así que entré en la cuarta cabina.
E inspeccioné. Papel: Sí. Luz: Sí. Funcionaba: Sí (o por lo menos no me decía lo contrario ningún papel). Vale. Este sí.
Ya puedo disfrutar de uno de los mejores pequeños grandes placeres de la vida.
¿Seguro?
Nooooooooooo.
Al entrar en la cabina me doy cuenta de que el cerrojo está estropeado con lo que no puedo cerrar la puerta. Yo no soy ningún escrupuloso, pero creo que hay gente rara ahí fuera que sí lo es. Habíamos entrado en la librería a leer gratis, no era cuestión de acabar el día en la comisaría por escándalo púb(l)ico.

Así que... (un poco nervioso, viendo que mis ganas de orinar aumentaban en proporción inversa a las cabinas que quedaban) sí, entré en la QUINTA cabina.


En la que, por fin, mis ganas de orinar terminan contentas y desahogadas. Y yo, también contento y, sobre todo, aliviado, salgo de los servicios prometiéndome a mi mismo que la próxima vez que salga de casa llevaré: papel higiénico, una linterna, un desatascador y un candado.
O eso, o salgo meadito de casa, que también es buena opción.



Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

10 agosto 2008

Una imagen, 1000...

Qué presión!!!




Nos leemos en el siguiente,


Elliot.

06 agosto 2008

Esas pequeñas cosas que acabarán por conquistar el planeta

Llevo un mes saliendo a correr todos los días por la noche.
Me gusta esto de ponerme un poco en forma, aunque reconozco que los primeros dos días acabé mareado y con ganas de vomitar. Pero esas son otras historias que no vienen al caso.

Estaba yo ayer por la noche en mi carrera nocturna cuando me fijé que había dos señores señalando algo que había a escasos metros de donde yo estaba. En el momento que llegué a ellos me di cuenta de que lo que señalaban era una cucaracha gigante, roja y con alas. Una ricura, vamos.

Yo no sabía qué hacer, si irme hacia la izquierda o hacia la derecha, pues se movía muy rápida y no quería que se me subiera a la pierna. Consideré que si ese bicho abría la boca me arrancaba el fémur de un solo bocado... Así que me paré.

Y entonces, uno de los tipos que estaba señalando al animalillo (vamos a llevarnos bien, por si las moscas -o las cucarachas-) dice:

- Señor señalando tipo Colón:
' Písala tú, que llevas zapatillas'

Y como creí notar que ese "Tú" iba por mi, le contesté:

- Elliot:
'Sí, hombre, y entonces todas las demás vendrán a por mi a vengarse'

Los tipos empezaron a reir por el comentario, la cucharacha desapareció por una alcantarilla y yo les sonreí a los señores mientras reanudaba mi carrera antes de que se dieran cuenta de que no lo había dicho en broma...

Acabarán con nosotros, pero no voy a ser yo el que tire la primera piedra.


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

25 julio 2008

La risa: idioma universal

Tantos problemas que tiene la gente para entenderse en el mundo y resulta que hay uno que nos une a todos de una manera fácil, sencilla y divertida.

Paseo por el supermercado en busca de cereales. Me recorro todos los pasillos hasta tres veces hasta que los encuentro.
Allí los veo, al final del túnel de leches semidesnatadas, con calcio, sin azúcar, con guacamole y de oveja.

Un señor sesentón investiga los cereales de frutas, a la izquierda. Un chico de aspecto hindú rebusca entre los cereales de chocolate y yo me quedo un poco más atrás para tener una perspectiva más amplia e intentar decidir qué cereales compro antes de que se caduquen. (uno es lento de elección normalmente, así que imaginen si tienen ocho mil tipos de cereales distintos)

El hombre mayor parece que ya se ha decidido. Pero al coger uno de los paquetes, otro, que quedaba en equilibrio ha caído al suelo.
El hombre ha ido a recogerlo y en ese momento su cuerpo le ha traicionado y un pedo ha salido de su interior. Acción humana donde las haya, pero que provoca cierta incomodidad en el sujeto que lo provoca (voluntaria o involuntariamente) y en quienes lo "presencian", "reciben", "sufren".

El momento de tensión ha sido patente durante una milésima de segundo, pero ahí estábamos tres personas sin saber muy bien qué hacer.

Obviamente, el primero en reaccionar ha sido el hombre mayor que, tratando de disimular lo indisimulable, carraspeando y tosiendo, ha salido volando del lugar.

A los otros dos ocupantes de la sección cerealística nos ha costado un poco más reaccionar.
Pero en la segunda milésima de segundo y como un acto reflejo, nuestras miradas se cruzan, nuestros cerebros procesan la información y el hipotálamo nos provoca la risa.

No nos conocíamos de nada, no nos habíamos visto en la vida, no es muy probable que nos volvamos a encontrar nunca jamás y ni siquiera hablábamos el mismo idioma, pero durante cerca de treinta segundos que han durado nuestras risas, hemos sido los mejores amigos del mundo.

Tanto aprender idiomas y el más sencillo, el que no nos cuesta esfuerzos pronunciar, el que nos alegra el día y la noche, el que sale espontáneamente, es el que nos une de verdad.

Creo que va a ser el paquete de cereales que más voy a disfrutar. Cada copo de avena llevará una risa implícita.

Y lo mejor de todo es que, después de leer esto, a alguno de ustedes también se le escape una sonrisa (y no otra cosa) la próxima vez que pasen por la sección de cereales de un supermercado.

Si es que no hay nada más sencillo que reírse para comunicarnos con el mundo entero.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

16 julio 2008

Futuro y yo

Paso mucho tiempo en autobuses, como habrán podido comprobar, y me gusta ir mirando por la ventanilla mientras pienso en lo que voy a hacer al día siguiente.
Nunca me ha gustado hacer planes, más que nada porque casi nunca me suelen salir. Así que me dedico a pensar, única y exclusivamente, en las 24 horas siguientes a mi estado actual. Sólo eso.


Así que ahí estaba yo, camino del trabajo, pensando en la comida que me haría para el día siguiente, el libro que tengo que empezar porque ya he terminado el de esta semana, la película que cogeré en la biblioteca del barrio para verla por la noche, la música que pondré a bajar en el ordenador. Pero en un momento de debilidad mi cerebro empieza a pensar en Futuro, en la semana que viene, cuando iré a casa de los padres de Laura a pasar una semana entera, sin hacer nada. Paseando, visitando amigos (de Laura), yendo al cine, tomando el sol en un parque mientras nos comemos un helado... Vaya semana. Tengo ganas de que llegue, pero no excesivas, porque luego tengo la sensación de que se termina muy pronto todo lo bueno. Me gusta disfrutar de Presente.

Y entonces... todos mis pensamientos se derrumban al ver cómo Futuro ha conseguido alcanzar el autobús en el que viajo y ha llegado tan rápido que no he podido disfrutar de la comida de mañana, ni del libro, ni de la película, ni mucho menos de la semana relajada en casa de los padres de Laura. Futuro me atropella en forma de cartel:

"Ya está a la venta: LA LOTERÍA DE NAVIDAD. ¿Y si cae aquí?"

¿Lotería de Navidad? ¿Ya? Y mi libro, mi comida, mi película de mañana, dónde se han quedado?

Definitivamente, Futuro siempre es más rápido que yo.
Empieza a no caerme bien este tipo.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

11 julio 2008

Como un pato bailando claqué (y no cuenta Alfred J Kwack)

Me encantan los mercadillos.
Son tan auténticos.
Los tenderos gritan y hay una competencia brutal a la hora de hablar más alto.
Con sus "Ven aquí, María, que tengo los HugoBox a un euro, María".
Yo al principio pensaba que todas las señoras (y señores) de este país se llamaban María.
Además, me fascina que haya también puestos de verduras y frutas.
Son geniales.

Así que cuando no tengo nada mejor que hacer voy a uno de ellos.

Como el domingo pasado.
Laura se había ido al parque, pero a mi no me apetecía, así que había visto que ponían toldos y había mucha gente en una plaza por la que suelo pasar, por lo que me fui hacia allí.

Tardé unos tres segundos en descubrir que eso NO era un mercadillo.
No había puestos.
No había gritos.
No había Marías por doquier.
No había señoras con rulos.
No había hombres con las manos en los bolsillos.

NO.
Sí había mucha gente, pero que no hablaba español, ni siquiera madrileño.
Sí había muchas bolsas, gigantescas.
Sí había toldos, que salían de un montón de furgonetas.
Sí había señoras, pero no con rulos sino con comidas y bebidas raras que no había visto en mi vida.
Sí había señores, pero no con las manos en los bolsillos, sino cambiando paquetes gigantescos de todo tipo: cafeteras, televisores, ventiladores...
Y todos se parecían mucho entre sí. Hablaban (yo no entendía nada, pero supuse que ellos sí se entendían), comían, bebían, bailaban...
Sí había muchas banderas de tres colores: azules, rojas y amarillas.

Vale, era una concentración de rumanos y si ha habido alguna ocasión en la que me he sentido de otro planeta, ésta ha sido de las más grandes.

Tendré que investigar un poco más mis sitios de ocio...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

07 julio 2008

Menos mal que la tontería a oscuras, no se ve

Empezamos a acostumbrarnos a nuestra nueva casa y para ello nos imponemos hablar con el vecino de arriba para comentarle un problema que tenemos con la antena de la televisión.

Subimos al sexto, llamamos, hablamos con el tipo (muy simpático él, todo hay que decirlo) y volvemos a bajar a nuestro hogar con la satisfacción de los retos conseguidos.

A mitad de tramo de escalera oigo que unos vecinos de mi mismo rellano abren la puerta. Bien, ya que estamos de socialización vecinal, no estaría mal conocer a los que comparten espacio.

Pero, quedándome escasamente cinco escalones, la luz se va y se queda el rellano a oscuras.

Los vecinos que salen de su casa todavía no han llegado al interruptor de la luz que está justo al lado del ascensor y enfrente de donde yo estoy bajando.
Trato de ser amable y moverme más rápido que ellos para encenderla yo (amable hasta el asco, sí).

Pero todavía no controlo bien cuántos escalones hay. Fallo en mis cuentas y bajo un último escalón cuando todavía quedaban dos.

Resultado: Elliot en el suelo, pero tratando de no hacer ruido (denme un poco de tiempo en descubrirles a mis vecinos que comparten ascensor con el ridículo personificado); el vecino con la bolsa de la basura en la mano al que le quedan todavía dos pasos para llegar al interruptor y la vecina desde la puerta de su casa diciéndole que suba en seguida, que no se entretenga por ahí (teniendo en cuenta que los contenedores están en el mismo portal, como no se entretenga contando las veces que se puede abrir y cerrar la tapa antes de que se rompa, no le encuentro yo muchas más opciones de diversión).

Yo sigo en el suelo, pero me arrastro y aguanto todo lo que puedo para que mis rodillas se recuperen del golpe y pueda volver a levantarme, pero debo darme prisa antes de que el vecino alargue su mano y encienda la luz. (no me apetece que nuestro primer contacto vecinal sea agonizando desde el suelo)

En el mismo momento en que su mano roza la mía encima del interruptor, me incorporo haciendo crujir de dolor todas mis articulaciones y enciendo la luz con una sonrisa en la cara.
El vecino me mira con una cara de "de dónde demonios ha salido este tipo? si el ascensor no está aquí y no he oído ruidos de escalera... ¿ha salido de la pared?" que no puede con ella (lástima la cámara de fotos), pero yo soy más rápido y le digo un "Buenas noches, qué buena noche hace hoy" que le deja sin poder reaccionar ante su asombro.
Él me responde aún dubitativo ("de la pared, la pared, pared, red"), pero yo ya me escabullo por el pasillo en busca de mi querida casa.

Llego a mi habitación, mis rodillas están llorando y yo también, aunque ellas lo hacen por dolor y yo porque no puedo aguantarme la risa. Si la cara del vecino ya era lo suficientemente perturbadora cuando me ha encontrado allí, imagínense si además me encuentra tirado en el suelo. Se mudan o llaman a la policía, y conociéndome, seguro que opta por la segunda opción.

Dicen que es de sabios reírse de uno mismo, ¿no? Pues eso. Y si no lo dicen, ya estoy yo para compartir mi ridículo con ustedes.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

23 junio 2008

Cómo arruinar una noche por unos milímetros

Domingo por la noche. Hace calor en la calle, pero has conseguido que tu habitación esté con una temperatura muy agradable.

Has terminado de leer el capítulo y decides que ya es hora de dormir.

El día ha sido cansado, pero no en exceso, así que empiezas a cerrar los ojos con una amable sonrisa en tu cara.

El vaso de leche tras una cena estupenda te ha sentado tan bien que notas cómo todos tus músculos empiezan a adormilarse.

Está todo para pasar una noche realmente relajada, tranquila y reponedora.

La paz se apodera de ti...

Qué bien vas a dormir...

Qué bien vas a descansar...

Qué bien te vas a levantar...


Hasta que...

BZZZZZZ


Crees que ha sido tu imaginación. QUIERES CREER que ha sido tu imaginación. Has sentido una onda de apenas un microsegundo, pasar cerca de tu oreja derecha. Y no quieres creer que sea lo que estás pensando...

Pero el cerebro es malo y te dice que ha sido real, muy real. Y te lo susurra al oído: "Elliot, hay un mosquito en la habitación"

Ya está. Ya ha tenido que fastidiar la noche.

Enciendes la luz y tus ojos se convierten en los de Spiderman: miras de un lado a otro, casi sin moverte, como si el mosquito no se percatara de tu presencia si no te mueves (como no medimos unos cuantos centímetros más que los bichos, ellos ni se enteran, claro...)

Y empiezas a ver manchitas negras pasar por delante de la lámpara. Pero en realidad es el cerebro que, malo malísimo, está jugando contigo...

Pero, tres horas más tarde, una de esas manchitas deja de serlo para convertirse en ese ser sucio, cruel, vengativo, malicioso que ha osado interrumpir tu reparadora noche.

Fijas la mirada en él como un chacal sobre su presa. Esperas a que se pose en la lámpara. Esperas a que esté distraído lamiéndose sus patas, te mueves sigilosamente y: ZAS!!!

Acabas con el mosquito. Vamos, con el mosquito, la lámpara, la mesilla y todo. Pero has acabado con él.

Te sientes un héroe. Batman a tu lado es un payaso vestido de negro.

Te acercas a tu víctima, que agoniza estirando todas las patas.

La rematas en un acto tan vengativo que hasta te asusta.

Hasta que te das cuenta que mide apenas un centímetro y ha sido capaz de fastidiarte la noche.

Y de héroe pasas a estúpido integral. Entierras a tu víctima, que empieza a darte pena, en la papelera. Vuelves a meterte en la cama, te tapas hasta la barbilla, tus ojos se humedecen y sabes que vas a pasar una muy mala noche, sintiéndote cruel y humillado a partes iguales, porque un ser vivo de apenas unos milímetros ha sacado lo peor de tí.

Hay qué ver qué poder tienen estos bichos...


Me pregunto cuánto tardarán en dominar el mundo...

Y la pregunta me asusta... mucho...

Mañana me levantaré muy, muy cansado.


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

20 junio 2008

Atrapado en el tiempo

Empiezas el día a las siete y media de la mañana. Ya vamos mal.
Vas de becario de verano por las tardes. Y como no sabes qué hacer el resto de las horas del día, te apuntas a un curso.
Así que estás todo el día fuera de casa y tus compañeros de piso son entes que dejan ricos bizcochos de zanahoria en la cocina o que te dejan el correo encima del escritorio (aunque hace taaaantos días que no veo la superficie de la mesa...)
Ves el sol un par de minutos por la mañana y unos segundos por la noche.
Sales del curso a la una y tienes que entrar en las prácticas a las dos. Entre medio, una hora para ir de las clases a las prácticas, ir a comprar, preparar comidas del día siguiente, hacer las tareas del hogar y todo eso, con tiempo de transporte incluido.
Y así pasan las cosas que pasan.

Que vas a coger el metro que te lleva de un sitio a otro. Pero miras el reloj y ves que tienes tiempo para irte a comprar algo de comida. Porque comer comes poco, pero de vez en cuando... uno tiene sus vicios.
Así que cambias de idea y decides coger el tren, y no el metro, para acercarte a una frutería del barrio.

Y llegas al andén y esperas. Haces cálculos mirando el reloj (llego a las 1320, pago a las 1330, tren a las 1340, en el trabajo a las 1400, fijo) y sigues esperando.
Pronto te das cuenta que tus cálculos hay que volver a hacerlos; el cartel que anuncia el tren lleva unos cinco minutos marcando que sólo falta 1 para que llegue. Y no llega.
En la tienda a las 1330, pago a las 1340, tren a las 1350, en el trabajo a las 1400, puede.
Vuelves a mirar el cartel. Ahora te marca que quedan 3 minutos (y ya han pasado diez desde que estás ahí)
Tienda: 1335, pago a las 1345, tren a las 1355, en el trabajo a las 1400, bueeeeeno, va a ir allí, allí.

Y entonces ocurre: una voz que llega desde el más allá, pero que siempre, siempre, siempre trae malas noticias te dice que: "Por problemas ajenos a Renfe (sí, ya), el tren circula con retraso", pero en realidad lo que escuchas es: ELLIOT, NO LLEGAS A TRABAJAR!!!!

Así que esa voz decide por tí. Ya compraré peras el año que viene, me voy al trabajo. Y vas a salir de la estación y... NO PUEDES.

Pero no puedes literalmente. El billete te dice que ya lo has pasado una vez y que no puedes volver a pasarlo para salir.
Te quedas mirando alrededor y no ves a nadie que te pueda indicar qué hacer, ni siquiera hay alguien para poder colarte detrás de ella cuando pase.
Sólo puedes imaginar la cara de idiota que estás poniendo en ese momento.

Y sólo se te ocurre hacer una estupidez más que añadir a tu laaaaarga lista de estupideces: coger el tren (que llega con retraso) y bajarte en la siguiente parada. Cambiar de andén y coger el tren que vaya de vuelta al mismo punto en el que estás ahora.

Ahora sí que puedes salir de la estación de tren, coger el metro que te lleva al trabajo y llegar al trabajo cinco minutos tarde.

Y llegas al trabajo, tarde, cansado, más estúpido que nunca y sin peras.
¿Qué más se puede pedir?

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

17 junio 2008

PLACER... O NO TANTO

Llego del curso al sitio donde sigo haciendo prácticas.

Para entrar al edificio hay que pasar una tarjeta, tipo abono transporte, para que se quede fijada la hora en la que entras y sales. (sí, trabajo de becario de rata de laboratorio)

Son las dos de la tarde y llevo desde las ocho de la mañana sin ir al baño, así que literalmente corro hacia uno nada más pasar la entrada del edificio.

He de decir que a mi siempre me han enseñado a orinar (qué fino) sentado. Más cómodo (sobre todo si tienes algo para leer), más higiénico y más íntimo (que este placer, mejor disfrutarlo solo). Además, nunca me han gustado las cosas esas pegadas en la pared. ¿Letrinas? ¿Eso qué son? ¿Las letras pequeñas de los asturianos?

Así que entro en una cabina libre, dejo la mochila en el suelo, me quito la chaqueta, me desabrocho el cinturón y... disfruto de uno de los mayores placeres que tiene el ser humano...

Déjense de coches de lujo, viajes exóticos, comida cinco tenedores... no sabemos disfrutar de los verdaderos placeres de la vida.

Bueno, ya estoy listo.

Me voy a subir el pantalón y es en ese instante cuando recuerdo que me he dejado la tarjeta del trabajo en el bolsillo de atrás del vaquero.

A cámara lenta echo la mano hacia atrás para cogerla, noto que se ha salido un poco del bolsillo al subir el pantalón, el roce del pantalón ha hecho el resto y mis dedos no logran apenas rozar el trozo de plástico antes de que este caiga (Sí, Murphy ha vuelto!!!) directamente al interior del WC.

Mi boca se abre todavía en cámara lenta, y el sonido tarda en llegar desde mis cuerdas vocales: NOOOOOOOOOO.

Miro con horror la taza del vater. Y la duda me asalta enseguida: Meter o no meter la mano, that is the question.

Sopeso pros y contras. Pros: con la tarjeta podré salir del edificio. Contra: hay que meter la mano. Pros: de todas formas, son tus propios fluídos. Contra: hay que meter la mano...

Pienso primero la posibilidad de tirar de la cadena, así que lo intento sólo un poquito.

FATAL ERROR!!!!! ALARMA!!!!! Por favor, NO PULSE EL BOTÓN ROJO!!!!!

Vale, mala idea. Nos quedamos con que tengo que meter la mano y ahora, gracias a mis ideas, con bastante profundidad...

Les ahorraré detalles que no merecen la pena ser contados, así que: "Érase una vez, un planeta triste y oscuro". "La vida es así, la vida es así, llena de luz, llena de color. Una flor que se abreeeee en el fondo del (¿vater?) tu corazón"

YA ESTÁ. Misión cumplida. Me lavo las manos tres y cuatro veces (jo, me doy asco a mi mismo), nos peinamos un poco (somo si eso tuviera algún sentido después de lo que acabamos de hacer) y salgo del baño.

En fin, cosas que pasan. Esperemos que una de esas cosas que pasan, sea la tarjeta cuando tenga que salir de aquí esta noche...

Ya les contaré.





Nos leemos en el siguiente,

Elliot.