31 julio 2010

HAGO CHAS Y APAREZCO EN EL SUELO

Tengo que ir a comprar zapatillas, así que me voy a dar una vuelta por el centro osea para otear un poco precios en rebajas que para mi son precios normales.
Sé que Laura me lo tiene prohibido, pero al final, caí en la tentación y entré en ese centro comercial que no debe ser nombrado y al que llamaremos... ECI, por eso de mantenerlo en secreto.

Pero pronto me aburro de mirar sin ver nada que me interese y las señoras osea me están poniendo un poco nervioso. Así que en diez minutos ya me estoy acercando a la puerta de salida.

Me dispongo a salir, se abren las puertas, pero mi rabillo del ojo derecho observa una colonia que le gusta a Laura y decido saber si está al alcance de mis posibilidades o será otra cosa de esas que "sí, bueno ya veremos, para tu cumple si eso". En menos de un segundo me doy cuenta de que, efectivamente, es un regalo "para tu cumple, si eso" y me vuelvo a girar para salir.

La acción no duró más de tres segundos (mirada de Rabillo, giro, mirada atónita del precio, vuelta de nuevo hacia la puerta), tiempo justo para que el sensor ya no me viera y las puertas se cerraran.
Pero, yo estaba a menos de dos centímetros de la puerta (los sensores abren cuando la persona está a un metro, pero no cuando está casi pegando, cosas de Sensores, que son muuy suyos) así que, con toda mi ansia doy un paso hacia delante que se torna en patada, codazo y gafazo en el cristal cerrado.

Y si sumamos la distancia a la que estaba y el ímpetu que le di a la acción, nos da de resultado el "efecto rebote de pelota de frontón".
Así que no solo me choco, con el consiguiente ruido que provoco, sino que reboto y caigo de espaldas en mitad del ECI a la una de la tarde de un viernes.
Las luces del techo se confunden con las caras que se giran a mirar, pero de refilón y sin pararse a ver si me he muerto o no, no vaya a ser que les contagie algo.

Tal es la situación, y el golpe, que tardo en reaccionar y me quedo unos segundos en el suelo como una tortuga panza arriba. Hasta que veo la cara del de seguridad, roja, como su chaqueta, intentando contener la risa. Entre balbuceos me pregunta qué tal estoy, pero lo dejo que se ría a gusto mientras le contesto que bien, que ahora enseguida me levanto.

Me ayuda a levantarme (sin parar de reir), se excusa, le digo que yo también me reiré en un rato, cuando se me pase el ridículo que me ha dejado más paralizado de lo normal. Ya he llegado a la conclusión de que tratar de disimular esto es más que imposible, así que me dejo llevar por la situación.

Un minuto de risas (suyas) más tarde, todo vuelve a la normalidad, aunque la gente sigue pasando dejando un círculo, un área de protección, a mi alrededor. Mi rodilla se resiente un poco del golpe, pero todo pasará, menos la sensación de que NUNCA voy a volver a pisar ese sitio.

Para salir, opté esta vez por utilizar las puertas que no son automáticas, sino las que tú tienes que utilizar el pomo de toda la vida. Un amigo ya me ha advertido que esta historia va a durar muuuucho tiempo. Me temo.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

29 julio 2010

CRASH EN EL METRO

El metro, ese lugar donde siempre pasa algo.

Esta mañana iba con prisa (con qué si no), menos mal que el metro me ha hecho caso y ha llegado cuando yo se lo he pedido (mola pensar que es así, ¿eh?).
En diez minutos estaba en mi destino. He abierto las puertas y he salido como un rayo hacia las escaleras de subida.
He llegado a la planta calle y me he dispuesto a salir de la estación rápido como una centella asiática. He cogido con toda mi fuerza explosiva la barra de los torniquetes de salida y...

Y si hubiera sido más alto, hubiera dado una voltereta completa, cayendo con elegancia al otro lado.
Pero como uno es más bien pequeño, lo que ha hecho ha sido comprimir su cuerpo en dos centímetros. La mano que sujetaba la barra se ha empotrado contra las costillas que han chafado los pulmones que han aparecido de relieve por la espalda. El estómago ha hecho un amago de contraerse permitiendo que su relleno saliera a la luz y el hígado ha chillado de estrujamiento.

Por muy fuerte que yo fuera, la barra ha sido más que yo. Y no se ha abierto. Así que imaginen la fuerza centrípeta o centrífuga o centrada en el estómago que el hierro ha ejercido en mi cuerpo.

Un minuto me ha llevado recuperar la respiración, hasta que los pulmones, las costillas, el estómago, el hígado y la mano han recuperado su estatus. Aún tosiendo por el impacto, he mirado hacia la caseta de los tipos del metro y solo me he encontrado con una cara gris que miraba al infinito sin percatarse de que esa barra ha estado a punto de partirme en dos.

He llegado tarde, por supuesto, y lo peor es que fijo que ya me está saliendo un moratón con forma de barra de hierro en mitad del cuerpo. Voy a ser "Elliot 1/2".

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

28 julio 2010

MAKING FRIENDS

No hay nada como hacer amigos por la vida. Y como me gusta hacer que la gente sea feliz, nada mejor que la experiencia de esta mañana.
Iba yo tan feliz escuchando mi música con esos auriculares que solo me dejan escucharme a mi y a mis pensamientos, eso, a mi, cuando suena una de mis caciones favoritas que resume muy bien el momento actual que estoy atravesando: Nothing is gonna change my world.

En esas estaba cuando me paro en un semáforo y me giro. El tipo que tengo detrás de mi me mira y sonríe. Y como si me hubieran pillado en una falta grave, mis ojos se abren e intento disimular lo que no se puede disimular ya, así que le pregunto:

Elliot, disi MULA ndo:
- Estaba cantando, ¿verdad?

Tipo, son RIENDO:
- Sí, jeje.

Así que mi sonrisa se hace más y más falsa hasta que el Tipo pasa por mi lado y me dice:

Tipo son RIENDO:
- Pero me has alegrado el día.

Y la buena obra de la semana está realizada.

Qué bueno es hacer amigos fugaces como éste. Y ya saben: no hay nada como caminar a las cuatro de la mañana por una calle desierta, escuchar tu canción favorita e ir cantando mientras tus pies saltan para no pisar las líneas de la acera al compás de la música. Consejo de Elliot.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot Potter.

25 julio 2010

MAMÁAAAAAAA, HAY UN BICHO NEGRO EN MI BAÑERAAAAAAAAAAAAA

Vuelvo de una excursión estupenda y lo único que me apetece es ponerme en la ducha a ver si me refresco un poco. Dejo la mochila en el suelo y me dirijo al baño rápidamente. Porque realmente me quiero duchar inmediatamente y porque, sí, también la vejiga de uno es limitada.

Así que ahí me voy, con toda mi prisa, pero pronto algo llama mi atención. Es una cosa negra que está dentro de la bañera. Un trapo, seguro. Voy a quitarlo por eso de que los placeres mundanos hay que disfrutarlos en todo su esplendor.

Acerco mi mano cuando, de pronto, mi pis huye y las ganas se me congelan. No es un trapo lo que voy a intentar quitar de la bañera, no. ES UN BICHO ENOOOOOOOOOOOOOORMEEEEEE!
Vamos, tan enorme es que deja de ser un bicho para mutarse en un PÁJARO NEGRO, ENORME, ATROZ, SALVAJE, LLENO DE PULGAS Y ENFERMEDADES MALAS (seguro), AMENAZADOR, CRUEL, SANGUINARIO, CON OJOS DE ASESINO que no sé si está vivo o muerto, pero ahí está, en MI bañera.
Y como digo, las ganas de hacer pis se han evaporado, pero han venido en su lugar una especie de tensión agobiante a lo Hitchcock que me está haciendo palidecer por momentos. ¿Qué hago? Jooooo, que yo solo quiero ducharme y dormir para estar despejado mañana...
Será pájaro de mal agüero.

Pero no puedo estar toda la noche con el bicho en mi bañera. Más que nada porque estoy yo solo el fin de semana y no me apetece tener que lidiar con el pajarito hasta que venga el resto de ocupantes de la casa a socorrerme.
Bueno, para estos casos, nada mejor que recurrir a la voz de la experiencia y a la que nos saca de todos los líos habidos y generados por nosotros mismos: la madre de Laura. (¿acaso pensaban que sería Laura la persona elegida para estos menesteres? buajajajaja)
Así que la llamamos: "Madre de Lauraaaaaa, jo, es que... se nos ha metido un pájaro en la bañera y no sé cómo sacarlo"
Madre de Laura (suspiro):
- A ver, ¿está muerto?
Yo, por quien suspira:
- Pues, no sé, no se mueve, pero no estoy seguro de que esté muerto.
Madre de Laura:
- Bueno, coge un trapo que esté ya muy viejo y que luego no te dé pena tirarlo y se lo echas por encima al pájaro. Para que no se mueva en caso de que esté vivo. Y después, te pones unos guantes, agarras el trapo con el pájaro dentro (muy importante este dato) y lo llevas a la basura si está muerto o lo dejas en la terraza si está vivo para que eche a volar él solo. ¿Vale?
Yo:
- Vale, yo lo intento. Trapo, guantes y a la calle.
Madre de Laura (que suspira de nuevo):
- Eso es. Venga, machote que tú puedes con el pájaro.

No sé cómo lo hace, pero la madre de Laura siempre te hace sentir mejor. Así que cualgo el teléfono., cojo un trapo raído que quería tirar desde hacía tiempo y me acerco a la bañera. Con precaución y el delantal, como si fuera una coraza. en fin... que el pájaro está en mi casa, así que hago lo que yo quiero, ¿no?
Me acerco al bicho, guantes y trapo en ristre y dejo caer la tela. Con tan mala suerte que una ráfaga de viento (¿de dónde? no sé, pero qué oportuna la tía) me deja el pájaro a mitad de tapar. Y resulta que el bicho NO está muerto, sino que comienza a patalear en el suelo de la bañera. Me entra un terror inclasificable e inexplicable y salgo del baño cerrando la puerta tras de mí.
Ahora sí que la he hecho buena. No solo no he cogido el pájaro sino que lo he despertado, por lo que, mucho me temo, va a estar todo el fin de semana dando vueltas por el baño hasta que alguien de la casa venga y se lo cargue o se lo lleve o lo adoptemos finalmente como mascota.
Pero pasados unos minutos no escucho revolotear de alas, así que armándome de un valor que no tengo ni de lejos, me asomo otra vez a la bañera del terror.
Ahí está el bicho, intentando salir de la bañera, pero resbalándose en cada intento.
Cojo otro trapo (el anterior lo sigue arrastrando el bicho y no quiero dejarle sin juguete, por lo que pueda pasar) y esta vez cierro la ventana antes de calcular una parábola perfecta que me permita tapar al bicho por completo.
Así lo hago. El trapo ya está encima del pájaro. Así que solo me queda realizar la parte interesantemente asquerosa: coger al bicho con las manos y llevarlo a la terraza.
Nunca había resoplado tantas veces seguidas, pero allí estoy, a diez centímetros de pillar al bicho.
Una, dos y TRES.
Elliot corre por el baño, recorre el salón, salta una silla, abre la puerta de la terraza y deposita (deja caer) el trapo con su contenido sorpresa sobre el suelo.

Cojo el cepillo, arrastro el trapo hacia atrás y veo que el pájaro se asoma, se acerca al borde de la terraza y cae. No llego a comprobar si resucita por el aire y vuela o cae estrepitósamente desde el 6º. Me da igual y me la refanfinfla.
Recojo el trapo, tiro todos los enseres utilizados en la empresa y vacío un bote de limpiabañeras sobre la misma.
Ya he hecho la proeza de la década. Hasta dentro de diez años, que nadie me pida abrir un abrefácil, que ya he cumplido el cupo.
Y como prueba de vida (o muerte) del animal, la foto:




Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

21 julio 2010

CUCATÓN

Me pasé la tarde hablando de cucarachas con Laura y luego, claro, luego pasa lo que pasa.
Ya he tenido bastantes aventuras referidas a estos simpáticos animales que han aparecido por este diario. Bichos cuya visión, Laura, a fuerza de entrar en contacto con ellos noche tras noche, ya supera sin problemas.

Así que, de vuelta para casa ayer por la noche, caminaba pensando en la célebre frase "los chicles no se mueven". En esas estaba tan tranquilo cuando vi por el rabillo del ojo izquierdo algo que se movía, por lo que deduje que no podía ser un chicle.

Me asusto y salto hacia la derecha mientras el bicho hace lo propio, pero hacia la izquierda. ¿Los bichos estos pueden saltar tan alto?

Claro, será porque no es una cucaracha, sino un ratón. O puede que las cucarachas, al ser tan listas, ya sepan disfrazarse de otro animales menos... menos... cucarachas que ellas.

Nos miramos, nos reímos y nos despedimos.

Al final va a ser cierto eso de que me estoy volviendo un poco topo... como siga así, voy a poder montar mi propio zoo.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

12 julio 2010

AY QUE ME ROBAN!!

Por primera vez utilizo mi móvil como portador de música. Me pongo los cascos, esos que cuando me los meto en las orejas no escucho más que mi propia respiración, y salgo a la calle.

Mola escuchar lo que yo quiero durante el trayecto. Parece que estoy en la película Amélie y eso me sube la moral, va a ser un buen día.

Hago todos los recados que tengo que hacer, los autobuses llegan a su hora, los metros llegan sin tener que esperar. Lo que decía, un buen día.

Ya me dirijo para casa. Vuelvo a ponerme los cascos y continúo mi camino. En un momento dado me acuerdo de que tengo que llamar a un amigo, así que meto la mano en la mochila y lo busco.
No encuentro nada en el bolsillo en el que debería estar. Tampoco en el bolsillo pequeño, ni en el grande. Me empiezo a poner nervioso.

Me paro, abro la mochila y miro más detenidamente. Mentalmente repaso los sitios en los que he estado esta tarde y no lo he sacado en ningún momento, así que solo puede haber dos opciones: o me lo he dejado en casa, o me lo han robado.

Espero ser un desastre absoluto y habermelo dejado en casa, pero mi estómago se encoge, así que creo que me lo han robado. Noooo, otra vez noooooo.

Las lágrimas empiezan a juntarse en los ojos. No puede ser, otra vez. Tampoco es muy grave, lo sé, pero este móvil era bueno, era bonito, nuevo, podía hacer fotos, podía escuchar música, como la que estoy escuchando en estos momentos. Qué buena idea estos cascos, qué bien se escuchan las canciones...
Me paro, me levanto, me llevo las manos a las orejas y efectivamente, los auriculares siguen ahí, yo sigo escuchando a REM y mis ojos siguen el rastro que deja el cable de los cascos. Éste llega a mi bolsillo. Mi mano va hasta allí. Entra y...
Sí, ahí tengo el móvil, intacto, perfecto, escupiendo canciones una detrás de otra. Desde hace... más de tres horas, cuando me puse los auriculares por primera vez junto a los buzones de mi casa y me dije: "Voy a utilizar mi móvil como aparato de música por primera vez. Pero por si acaso hay canciones que no me gustan, lo voy a poner en el bolsillo que será más fácil encontrarlo."

Me gustaría escucharme a veces...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.