18 diciembre 2007

NOVATO (y ciego)

Para participar un poco más de las navidades y de la empresa donde hago las prácticas, decido comprar un número de la lotería que ofrecen los jefes.

Así que, voy a ello.

- Perdone, ¿me da un número de la lotería de navidad de mi empresa?

- Perdona, pero la lotería se vende un poco más allá, donde pone "Loterías y apuestas del Estado". Esto es la ONCE.

- Eh... gracias. Adiós.


Sigo sin ser mayor, aún no he comprado nunca lotería.

Y a este paso...


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

06 diciembre 2007

Como una tapia

Salgo de clase.

Voy a llegar a casa dentro de nada.

Me paro en un semáforo y escucho un sonido como muy débil y lejano que llega de detrás de mi.

Pienso que es alguien que hay detrás a quien le está sonando el móvil.

Me giro y no hay nadie.

Me mosqueo.

Sigo escuchando muy débilmente unos sonidos extraños.

No hay nadie a mi alrededor.

Pienso que me he vuelto tonto y escucho visiones.

El semáforo se pone en verde.

Yo sigo parado porque me dan miedo los sonidos que escucho en mi cabeza.

La gente pasa por mi lado y yo sigo allí de pie, sin atreverme a dar un paso.

Alguien pasa rozándome y me dice:

"Eh, tienes un Fraggle escondido en la mochila."

Giro sólo la cabeza, oigo mejor los sonidos. Son los Fraggle cantando DENTRO DE MI MOCHILA.

Abro corriendo la mochila, pero cuando he llegado a coger el móvil, éste, con toda razón, ha dejado de sonar.

Escucho voces, esta vez muy claras, dentro de mi cabeza que me dicen: "Elliot, eres tonto. Y sordo!".

Y tienen razón.



Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

26 noviembre 2007

Tonto es el que hace tonterías

Laura me regaló el otro día la melodía de los Fraggle Rock para poner en el móvil.
Tanto Laura como yo somos fans de esa serie, aunque yo casi no la recuerdo porque me pilló muy pequeño y allá en mi tierra.

El caso es que me la pasó al móvil y estuve toda la tarde poniéndola, como no me llama nadie, de alguna forma tenía que escucharla.

Pero ayer, resulta que sí me llamaron.

Estaba cenando y tenía el teléfono junto al tenedor.

La melodía empezó a sonar y a sonar y a sonar y a sonar y cuando terminó la canción me di cuenta de que era una llamada de verdad.

Esperaba que la canción empezara de nuevo para coger el teléfono, pero cuando fui a descolgar, el que me llamó ya había colgado.

Lógico, sólo a mi se me ocurre ponerme a cantar la canción cuando sé que están llamando.

Uno es que es idiota hasta límites que todavía desconozco...


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

23 noviembre 2007

Tristeza

Creo que es la primera vez que siento esa sensación: Tristeza, pero es que no está siendo una semana muy buena. Y hoy...

He llegado a casa de Laura para pasar el fin de semana con su familia y nos hemos encontrado con Bolita muy enfermo, tanto que hemos tenido que sacrificarlo.

Bolita es (era) nuestro eterno amigo de la adolescencia, el que daba volteretas, el que se bañaba en su piscinita verde como él, el que venía a picarte cuando acercabas un dedo, pero se asustaba cuando le llevabas una galleta, el que siempre fue igual de pequeñito, el que había que sacar a la terraza a los primeros rayos de luz aunque al hermano de Laura le molestara porque cantaba, el que se dormía en la cocina con una tela sobre su cabeza, el que nunca quiso aprender a hablar por más veces que repitiéramos la palabra "Hola", el que bautizamos con el nombre de Bolita porque parecía eso de pequeño y siguió pareciéndolo hasta hoy, fecha de su desaparición.

Bolita, nuestro amigo.







Lo siento, pero estoy algo afectado.
Nos leemos en el siguiente,
Elliot.




18 noviembre 2007

EL TRABAJO NO ES BUENO

Sábado por la noche, salgo del trabajo/prácticas más tarde de lo debido. Estoy enfermillo con mucha tos y hace mucho frío. Con el gorro, los guantes y la bufanda casi no veo ni por donde voy, pero sí que veo que el metro no llega y sigue haciendo mucho frío.
Me viene un ataque de tos en la parada. Casi me ahogo, pero al cabo de unos minutos se me pasa. Menos mal que me he comprado un jarabe en la farmacia y espero que con eso se me acabe por curar.

Creo que llega el metro, creo, porque entre el gorro, la bufanda, el pañuelo de los mocos y que me lloran los ojos del esfuerzo de la tos, sigo sin ver nada. Pero es el metro porque suena una campana (sí, parece raro, pero este nuevo metro suena como si dieran las dos de la tarde. Y no, yo tampoco lo entiendo). Me subo al metro, pico el abono y me apoyo en una barandilla. Si ella se cae, yo caigo detrás, pero creo que ni me importa.

Llegamos a mi destino. Bajo del metro y me meto en otro porque para llegar a mi casa (20 minutos si fuera todo seguido) he de coger tres metros distinto. Menos mal que este llega pronto y sólo es una parada. Sigue haciendo mucho frío. Llego a mi siguiente estación, veo que mi tercer metro está a punto de irse y corro mientras me entra otro ataque de tos. Creo que el conductor del metro se apiada de mí porque abre de nuevo las puertas y entro. Me caigo en un asiento libre y saco el decimo quinto paquete de pañuelos del día. Y es cuando me doy cuenta de que yo llevaba una bolsa y YA NO LA LLEVO. No pasaría nada si... en la bolsa no llevara el jarabe que me acababa de comprar y con el que esperaba curarme la tos. Eso, y porque no me da la gana volver a pagar cinco euros. Intento recordar mis últimos movimientos y decido que me he debido de dejar la bolsa en el primer metro, pues no recuerdo haber entrado en el segundo con la bolsa. Bien, retrocedemos el camino a dos paradas de mi destino final. Genial.

Cojo el metro del otro andén, el metro de sólo una parada y llego al primer metro que he cogido. Pregunto si han encontrado una bolsa roja. Nadie sabe nada. Llega el metro, pregunto al conductor y tampoco le han dejado nada. Me permiten mirar por todo el metro, pero allí no hay ninguna bolsa roja. Los nervios y las lágrimas se asoman a mis ojos y a mis pulmones. La tos vuelve a atacar. Pienso durante un segundo si olvidarme de la bolsa y llegar a casa, casi son las once de la noche y mañana me espera otro día festivo trabajando.

Pero en el último momento mi estúpidez me empuja a volver a la parada en la que esperé al primer metro por si la hubiera dejado allí.

Vuelvo al lugar donde empezó esta historia, pero media hora más tarde y con más frío si cabe.

Miro en la parada y allí no hay rastro de ninguna bolsa.

Lo decido, me voy a casa (a buenas horas) y ya me compraré otro jarabe o se me curará sola la tos.

Hago otra vez toooodo el camino hasta mi casa. La gente que trabaja en las taquillas tiene que estar flipando conmigo.

Llego a casa, me derrumbo en la cama y casi sin darme tiempo a ponerme el pijama, me quedo dormido. Entiéndanlo, estoy cansado, con tos, creo que tengo fiebre y hace mucho frío.

Suena el despertador, me levanto como puedo, me ducho, me visto, desayuno unas magdalenas con chocolate que no me saben a nada (qué desperdicio) porque no huelo nada y me voy. El mismo camino, el mismo cansancio, el mismo frío. Paso por una farmacia, pero como llego tarde me aguanto la tos y sigo para delante.

Llego a mi lugar de trabajo hecho polvo, abro la puerta del zulo donde me tienen metido y SORPRESA: LA MALDITA BOLSA ROJA ESTÁ ENCIMA DE MI MESA. Y, obviamente, el jarabe está dentro.

Pienso en el tiempo que perdí ayer, el frío que pasé y la mala leche que se me puso.

Abro el jarabe y me tienta el bebérmelo entero. Pero un ataque de tos me lo impide. Con una cucharada bastará.


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

13 noviembre 2007

Momento tenso bajo el agua

Es domingo, no hay nadie en mi casa y no tengo nada que hacer, así que me propongo ir a nadar un poco.

Llego a la piscina a eso de las once.
Saco la toalla, las gafas y el gorro y con mi bañador me dirijo a las duchas.

Una vez duchado dejo las zapatillas en la orilla de la piscina y me zambullo.

El agua esta buenísima y yo estoy un poco anquilosado, por lo que me cuesta un poco mover los brazos.

Pero pronto me pongo a nadar y mi cuerpo se relaja.

Esto es vida.

Llego a la otra orilla y descanso. Y como a mi me relaja mucho el agua, no se me ocurre otra cosa que inspirar fuerte y sumergirme.

Pero yo soy tonto, así que no me sumerjo en la parte que cubre un metro y diez, no, me sumerjo en la parte honda, que cubre dos metros y cuarenta centímetros.

Soy tonto y mis pulmones son pequeños, así que a mitad de inmersión noto que me estoy quedando sin aire. Esperando que del hundimiento ya esté con los pies casi en el suelo, doy un salto para ver si me puedo dar impulso y salir más rápido. Pero no, ME QUEDA CASI UN METRO PARA LLEGAR AL FONDO, así que estoy en mitad de la nada y sin aire en los pulmones.

Trato de nadar hacia arriba, pero el cerebro me está diciendo que no llego a la superficie. En casos extremos, aunque sin aire, mi cerebro siempre será negativo.

Mis pies hacen lo que pueden y mis manos luchan contra el agua que todavía tengo encima. Pero allá en lo alto, veo un punto de luz y espero que sea el sol que se filtra por las ventanas de la piscina climatizada y no el final del túnel.

Mamá!!Aunque sea la mamá de Laura!!

El punto de luz se acerca y mi cerebro está diciéndome que no vaya hacia él, pero no le hago caso porque recuerdo que está casi sin oxígeno (¿Casi?), así que sigo hacia arriba y por fin, llego a la superficie.

Inspiro todo el aire que puedo para que mis pulmones dejen de quejarse, toso un poco y miro a mi alrededor. Un señor de la misma calle que yo me mira un poco raro, aunque el raro debo de ser yo porque casi no puedo respirar todavía y debo estar más azul que el fondo de la piscina (y eso que no he llegado a pisarlo), pero hago como si tal cosa (soy un rey en esto de intentar disimular el ridículo) y voy hacia el otro lado de la piscina nadando de espaldas, que me canso menos y puedo recuperar el aliento.

Nos leemos en el siguiente, si es que lo puedo contar,

Elliot.





07 noviembre 2007

Para Laura

Normalmente el que escribo soy yo, pero Laura a veces tiene sus impulsos creativos y se atreve a presentarse a un concurso de micro relatos. (como es pequeñita...)

Se titula Amor fugitivo y lo podréis leer en www.pagina2.es

Ya sabéis que no suelo hacer publicidad, pero es un intento de que Laura se anime, que últimamente está un poco depre... (¿Qué será eso?)

Si os apetece, comentarlo aquí, en el diario, y yo se lo diré a Laura.

Gracias a todos!

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

06 noviembre 2007

Esto de madrugar... (y ser un vago)

Como todas las mañanas para ir al sitio donde todavía me retienen de becario, me subo a mi querido autobús de "1 cada media hora" y me siento en el primer asiento que veo libre.
Allí estaba yo ayer con una cara de sueño que no me la iba a quitar nadie hasta pasadas unas horas. El trayecto es corto así que no puedo ni apoyarme excesivamente en el cristal porque casi hemos llegado. Y como soy un poco vago (ejem) nunca me levanto tres segundos antes de apearme y, por descontado, siempre espero a que sea otro el que le dé a la parada.
Pero pronto descubrí que iba a ser una muy mala idea dejarlo todo para el último momento y para los demás.


El otro pasajero que ocupaba el autobús estaba completamente dormido. Así que, a media curva de tener que bajarme yo estaba busando desesperadamente el botón de parada. Pero, ¿dónde narices estaba? Miré hacia un lado, hacia el otro y no había ninguno. El autobús parecía no aminorar la marcha y no quería averiguar la siguiente parada. Con lo que soy yo, seguro que acabo en Islandia.

Y entonces, cuando el autobús ya va a pasarse de mi parada... ALLÍ, EL BOTÓN.

Pero, ¿qué hace en uno de los laterales del bus? ¿No se supone que están en las barras? Pues no, resulta que este autobús los lleva camuflados en la parte baja de los asientos. Ideal si vas despierto, pero si vas como yo, que sólo se despierta cuando ve que está cerca, pues no hay manera.

Total, que solicito la parada y el autobusero me echa una mirada asesina por el espejo. Ha tenido que frenar de golpe porque ya estaba en la calle siguiente a mi parada.

Pongo cara de niño bueno y le doy las gracias, mientras veo que el otro único ocupante del bus se ha despertado por el frenazo. Bien, no se pueden hacer amigos todos los días.

Bajo del bus y este arranca casi sin cerrar la puerta.

Caminando hacia mi lugar de trabajo empiezo a cavilar... Ese autobús era apto para personas discapacitadas, tales como los ciegos, pero si yo no he visto el botón de la parada solicitada, ¿cómo narices lo harán los ciegos?

Ah, claro, como llevan el sistema Braille...


Nos leemos en el siguiente.

Elliot.

30 octubre 2007

LOS CASIS

La vida está llena de casis y hoy ha sido el día en el que más me he podido dar cuenta de ello.

Hoy he llegado tarde a trabajar. Y todo por culpa de los casis:

Casi he cogido el metro que estaba en el andén cuando he bajado las escaleras y que me ha cerrado la puerta en las narices.

Casi he cogido el autobús que se ha ido delante de mis narices. Las mismas que habían aplastado las puertas del metro que casi he cogido.

Y casi me he subido al tren Chu-chú de menos diez que nos lleva de paseo hasta el lugar de trabajo y con el que llego en punto.

Pero todo son casis en esta vida:
Por un casi no dejé el piso en el que estoy y me volví a mi ciudad natal.
Por un segundo casi no he ganado un concurso de relatos.
Y por otro casi no me he ido a Suecia seis meses.

Definitivamente odio los casis.


Nos leemos en el siguiente,

Casi Elliot.

26 octubre 2007

El cansancio es malo para la salud física y mental

He pasado una semana bastante complicada. Entre el trabajo y el enfriamiento que no me deja casi respirar y mucho menos saber a qué huelen las nubes (ni las nubes, ni la colonia, ni un pedo, vamos), he tenido una semanita de lo más cansada y eso, tiene sus consecuencias.

Y el cansancio se nota en lo físico y en lo mental, pero vamos primero con lo físico:

- Salgo del lugar de trabajo con sueño, hambre, cansancio y lluvia. Casi no puedo ni abrir los ojos porque esta mañana el despertador se ha puesto a gritar a las seis menos cuarto. No voy a decir las cinco cuarenta y cinco porque entonces sí que me da el bajón.

Miro hacia el cielo y descubro que no hay cielo, pero sí una nube negra negrísima que no sé si es de lluvia o de polución (teniendo en cuenta dónde habito todo podría ser). Pero mis dudas se disipan rápido cuando, todavía sin volver la cabeza hacia el frente, una gota me impacta en el ojo. Ya sabeis la Ley de Murphy, ya puedes tener un cuerpo de trescientos metros cuadrados, que la gota siempre te irá al ojo... Así que comienzan mis días libres lloviendo.

Voy corriendo al metro, que ahí no llueve y veo pasar las paradas hasta que llega la mía. Salgo del metro y el día se ha vuelto noche. Creo que son las cinco de la tarde, pero parecen las diez de la noche. Y llueve, pero no chisporrotea, no. Llueve, como dirían aquí, en madrileño, llueve mazo.

Así que me abrocho la chaqueta y escondo la cabeza entre los hombros. Error. En esa postura no ves más allá de tus zapatos! Y no lo digo por decir, porque... aún me duele la cabeza de haberme chocado con un semáforo que apareció donde menos lo esperaba: JUSTO DELANTE DE MI, pero cómo yo me estaba mirando los zapatos...


Estaría en rojo y ahora los semáforos utilizan otros métodos más... agresivos para parar a la gente?

- Pero el cansancio también afecta a la salud mental, o eso, o el golpe que todavía me duele. Ya llego a mi calle, doblo la esquina, me acerco al portal de mi casa, abro la mochila y... saco el abono transporte, esperando que, como por arte de magia, el billetito abra la cerradura...
(pero como a mi el ridículo me persigue, y me alcanza, mi estupidez no podía pasar desapercibida, no. Tenía que venir una vecina para verme sacar el billete de la mochila e intentando meterlo en la cerradura...)

Me tengo que cambiar de piso ya. Y tomarme una aspirina...


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

21 septiembre 2007

Grandes mentiras asumidas por la sociedad

¿Por qué? ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué, aun sabiendo que es mentira, seguimos creyendo en ellas?

- En un hospital, ante la cuna de un recién nacido, los comentarios son de dos tipos:

a) Qué niño más guapo. Sí, qué mono.
b) Tiene los ojos del padre. Pero se parece mucho a su madre cuando sonríe.

Ambos tipos, obviamente falsos. El tipo a) porque todos sabemos que un recién nacido tiene más de hamster que de humano, por lo que es imposible que sea guapo y mucho menos mono, que no se parece nada a los hamster.

Y tampoco se parece a los padres, por la misma razón que en el supuesto a), salvo, claro está, que estemos hablando del hijo de Mister Ratón y señora, en cuyo caso, ya estaríamos hablando en propiedad. Excepto si seguimos con el comentario a) de "qué mono", porque entonces podemos generar un conflicto matrimonial entre Mister Ratón y señora...

- Los Reyes Magos: la primera mentira de tu vida. Y qué mentira, la más amarga de descubrir, sin duda alguna. Y lo peor de todo es que los auténticos culpables son tus propios padres. Aunque si es verdad que son los Reyes Magos, los tíos se lo curran mogollón; una sola noche, un mundo entero y no sé cuántos millones de niños con sus galletas y sus tazones de leche... Ahora entiendo por qué yo estoy emocionado a las siete de la mañana y me hacen bajar la voz porque es muy temprano.

- Si mientes se te caerán los dientes/te crecerá la nariz.
Me quedo con la primera opción, que por lo menos viene el Ratoncito Pérez (hijo de Míster Ratón?)

Pero sigue siendo igual de imposible, ¿qué relación hay entre las mentiras y la nariz y los dientes? Lo único que se me ocurre es que alguien te descubra la mentira y te pegue un puñetazo, en cuyo caso sí que habría relación: si mientes, te quedas sin una y sin otros...
No sé cómo no hay más parricidios en esta sociedad en la que a los niños se nos trata como a tontos. Claro, que si desde recién nacidos nos engañan alabando nuestra inexistente belleza...

- Si tienes el pie grande, seguro que serás alto. Sí, que se lo digan a Laura, un casi 39 (casi, porque el izquierdo sí, el derecho no) de pie y medio metro sentada...

-Atención, estación en curva, al salir, tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén.
Me gustaría saber qué demonios tienes que hacer para que ocurra esto. Seguro que la persona por la que empezaron a decir esto no era muy alto, por lo que decíamos en el supuesto anterior, más que nada...

-El abrefácil... Nada que añadir.

- Próximo tren llegará en 3 minutos.
¿Ralentizan el tiempo los de Metro? ¿Entramos en una realidad paralela? ¿Los minutos del metro son de 120 segundos?

- El que lleva gafas --> empollón.
No, el que lleva gafas, miope. Obvio, ¿no?

- Dar a luz es el acto más hermoso de la Naturaleza.
A mi que siempre me ha recordado a la película Alien, pero el resultado cambia: de monstruo a hamster.
De todas formas, iré a comprobarlo a un hospital, creo que se da a luz en la sección "Gritos" y "Me gustaría verte en estas".

Nos leemos en el siguiente,


Elliot.

05 septiembre 2007

No vuelvo a comer mirando la tele

Miércoles, mitad de semana. Ya se me ha terminado la comida que preparé el domingo, por lo que me toca cocinar para hoy. Elijo brócoli con acompañamiento: jamón, queso, atún. Lo sé, soy un hacha mezclando sabores, pero qué quieren, uno se conforma con llegar a fin de mes...

Me gusta el brócoli, me recuerda mis tiempos en el poblado cuando el brócoli era mi sustento día sí, día también, debido a la facilidad de su preparación (brócoli y agua?) y a que, por supuesto, era barato, barato, barato.

Así que ya tengo mi plato de brócoli encima de la mesa. No hay compis de piso así que puedo ver la tele que yo quiera. Bueno, el canal, porque tele sólo tenemos una y es más pequeña que mi pobre ordenador.
Craso (que no graso, pero tampoco entiendo la palabra) error comer con la tv encendida y viendo por trigesimocuarta vez un capítulo de Los Simpsons. Te sabes de memoria los chistes, pero el día que la quiten de la programación España se hunde.

Por trigesimoquinta vez me río del último chiste de Homer, e inmediatamente después miro al plato para el siguiente bocado. Aparto un trozo de brócoli para coger un trocito de jamón y ahí... dejé de comer. Una telilla muy extraña y no identificada unía el jamón con el brócoli y algo blanco, gordo y con patas estaba allí en medio, como mirándome.

A punto estuve de echar hasta la primera papilla (o la segunda porque creo que la 1ª ya la eché una vez), pero me contuve. Aparté el plato de mi vista y tapé como pude aquel ser inmundo que me había estropeado la comida, los Simpsons y quién sabe si el resto del día.

Acabé de comer la fruta con los dos ojos escrutando el melocotón (se ha debido de sentir cohibido el pobre) y microexaminándolo en busca de cualquier objeto no identificado como comestible y recogí todo enseguida.

Tiré el brócoli con el Octavo Pasajero incluido, pero al caer a la basura, me di cuenta de que el bicho no estaba entero...

Y no digo más.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

PS: Acertijo: ¿Qué es peor que encontrarse un gusano en una manzana???

09 agosto 2007

Elliotmir Szpilman "El pianista"

No sé si han visto la película "El pianista", pero no les delataré nada si les cuento que en una escena el protagonista consigue una lata que no consigue abrir. Bien, sabiendo esto ahora comprenderán un poco más el título de esta página...

Pero voy a empezar la historia desde el principio.

Hace tres meses (YA!) fue el cumpleaños de Laura y como es una fecha muy especial para ella decidimos entre los dos hacer una comida especial: ENSALADILLA A LO LAURA; es decir: ensaladilla normal más toooodo lo que se les ocurra, o más bien, todo lo que haya en la nevera (desde piña pasando por manzana, nueces, jamón, ketchup, yogur, etc, etc --> esto todavía no sé lo que és...)

Y como mini regalo de cumpleaños compramos un bote de aceitunas gigante.

Ahí estábamos los dos, preparando semejante plato y esperando que llegara la hora de comer para poder disfrutarlo. Pusimos todos los ingredientes en el bol y dejamos las aceitunas para el final...

Llegó el final y... dejamos las aceitunas. Punto.

Media hora, MEDIA HORA, es lo que estuvimos intentando abrir el maldito bote de aceitunas! Pero aquello se resistía y se resistía y de pronto me acordé de "El pianista".

Yo no tenía tanta hambre como él, pero desde luego la impotencia y la rabia la compartimos.

Dándole golpecitos en la base, mojándolo, escurriéndolo, haciendo palanca con un cuchillo, con dos. Nada, imposible abrir aquel bote.

Claro, después de semejante esfuerzo la ensaladilla estaba riquísima, pero se nos quedó un sabor agridulce. ¿La piña, la manzana? NO, las aceitunas! O, mejor dicho, la falta de ellas.

Y esta historia no tendría más importancia ni la más mínima gracia si no fuera porque ayer, ayer 8 de agosto, me quise hacer una ensaladilla a lo Elliot; es decir, abrir la bolsa y comer. Y me acordé de las aceitunas. Abrí el armario para sacar una lata de atún y se me cayó un paquete de pasta. Cuando lo fui a poner de nuevo en su sitio, el corazón me dio un vuelco.

Detrás de los macarrones, ¿qué había?

EL INEXPUGNABLE BOTE DE ACEITUNAS, que, por cierto, sigue sin abrirse...


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

30 julio 2007

Glup, glup, glup... chof, chof, chof

Estoy de prácticas en una empresa de comunicaciones durante todo el verano. Y este primer mes de julio voy a turno partido (tur-no).
Tengo una hora para comer y normalmente a las dos mi cuerpo ya se come a sí mismo, pero como estoy todo el rato haciendo fotocopias y demás, pues hoy no he salido a comer hasta las cuatro de la tarde.

Me voy a un centro comercial y busco algún sitio decente; es decir, barato, pero no con demasiada grasa. Mi estómago controla mi cuerpo, así que sigo su instinto y descubrimos a la par un restaurante llamado WOK, justo enfrente. Mmm, mi estómago ya ruge como el logo de la Metro así que voy para allá como estómago que lleva el diablo.

Nos dirigimos hacia allí cuando de pronto escucho: Plash!, Plash!, Plash!

Miro hacia abajo y descubro que entre el lugar donde me encuentro y el restaurante hay una especie de piscina camuflada en el suelo y como mi estómago aún piensa menos que yo (y añadimos que tiene hambre) hemos pasado sin mirar. Glup!, Glup!, Glup!

Para no hacer demasiado el ridículo, desando mis dos pasos despacito, despacito, como disimulando. Pero, claro, no se puede disimular mucho cuando comienzas a andar de nuevo hacia el restaurante y tus zapatos hacen un ruidito extraño, tipo Chof!, Chof!, Chof!

Llego a comer, el camarero me mira los zapatos, voy dejando un rastro de agua, pero yo miro hacia otro lado y sonrío. Me da una mesa, como en menos de lo que tardan en apuntarte lo que pides, y salgo de allí con mis Chof!, Chof!, Chof!, un poco más acentuado.

Vaya charco que he dejado de bajo de la mesa. Glups!, creo que ya sé de un sitio donde no me van a dejar volver...


Nos leemos en el siguiente,


Elliot.


25 julio 2007

Pero todavía no he subido al autobús cuando me doy cuenta de que la estación a la que llego en Zaragoza está en el sexto o séptimo pino de casa de Laura y llego a la una de la madrugada, hora en la que no hay autobuses y hora que no saben los padres de Laura por lo que la puerta de casa estará cerrada...

Empiezo a pensar que es una mala idea coger este autobús, pero ya estamos casi en Guadalajara (sí, uno es bastante lento pensando)
Pero no me preocupo, les llamo por teléfono y ya está...
Y así llegamos a la provincia de Soria, pensando en que ahora, a la hora de la cena, estarán en casa y podré hablar con ellos, jeje.

Cojo mi bolsito de viaje y busco el móvil. Y lo busco y lo busco y lo estaría buscando todavía si no me hubiera llegado la imagen de mi mismo metiendo el móvil en la maleta para que no me estorbara cuando me he metido al baño de la estación. Y mi cara se vuelve pálida de repente: tengo el móvil en la maleta. ¿Y la maleta? En el maletero, claro, ese cubículo que NO se abre hasta llegar al destino.

Esto se está poniendo interesante y mi cara se vuelve de un blanco ariel al darme cuenta de la situación: sin el móvil (que está dentro de la maleta que está dentro del maletero) no puedo llamar a casa de Laura, no puedo avisar para que me vengan a buscar a la una de la madrugada, no llegaré hasta las dos de la mañana porque el séptimo pino está bastante lejos y no me abrirán la puerta porque... nadie abre a un tarado con maleta que llama al timbre a las dos de la mañana!!!

Pero mi cara recupera parte de su color cuando descubro que en la parada que hace el autobús podré avisar por teléfono. Seguro que hay, ¿no?

Llegamos a mi amada Esteras y más feliz que un regaliz salgo del bus directo a la cabina, pero poco me dura el color en la cara, porque inmediatamente después de pensar eso (bueeno, vale, inmediatamente, inmediatamente...) descubro que la maldita cabina funciona sólo con monedas de euro. Viene a mi mente en ese instante otra imagen de mi mismo guardando el monedero (junto al móvil) en la maleta y la maleta, en el maletero.

Miro con odio a la cabina y me odio a mi mismo por ser tan imbécil. "No, es que si lo meto en la maleta no me roban, no me roban" Sí, ya, pero tampoco puedo llamar, ni pagar nada, ni jugar a los marcianitos, ni nada de nada.

Así que no me queda más remedio que buscar a alguien con cara de buena persona y pedirle que me deje usar su teléfono, que a la llegada le pagaré.
Miro entre mis compañeros de viaje y descubro una pareja joven que parece simpática.
Respiro hondo (¿y el aire?) y me acerco a ellos. Les comento mi situación y, tachán, hay gente buena en el mundo. Me dejan llamar sin problemas.

Es la una y media de la mañana y acabo de llegar a casa, en coche y con la puerta abierta...
Uy, qué (segundo) mal rato...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

08 julio 2007

Todo por el trabajo 1ª parte

Me voy este fin de semana a casa de Laura.

Me compro el billete para una hora prudencial, pues salgo de las prácticas veraniegas a las seis. Hora de salida: 19: 50. Llegaré tarde a casa de los padres de Laura, pero no perderé el bus.

Mi profesor de las prácticas me dice que no hce falta que compre el billete tan tarde, que me dejará salir antes porque la jefa se va a las tres y podré llegar al bus de las siete. Vale, mucho mejor. Cambio el billete. Hora de salida: 19:00. Llegaré a casa de los padres de Laura un poco antes.

Pasa la mañana. De repente surge un problema que no se soluciona con el método habitual. La jefa se tiene que quedar un poco más.

A las tres me voy a comer con la esperanza de que a mi vuelta, la jefa ya no esté y pueda salir antes.

Como en veinte minutos y vuelvo ilusionado al zulo donde nos tienen metidos. Abro la puerta despacio y... TACHÁN, la jefa sigue allí, en su mesa, hablando por teléfono...

Pasan dos horas y yo ya estoy desesperado. Las cinco y media y yo sin poder salir de allí. Mi compañero profe me mira con cara de impotencia.

A las seis en punto empiezo a recoger las cosas. La jefa me mira. Yo la miro. Su mirada, como siempre, es mejor que la mía, así que vuelvo a sentarme en la mesa y miro por decimotercera vez el reloj. No llego.

A las seis y cuarto la jefa se va. Espero diez minutos y salgo corriendo yo detrás. Espero que no se haya quedado hablando con la recepcionista porque si no va a ser una pillada tremenda.

Tengo suerte y me puedo ir del edificio sin problemas.

Vuelo, el metro no llega, son las siete menos cuarto. Llega el metro, se para a mitad de camino: avería. Miro el reloj y veo en la esfera cómo el bus que me lleva a mi tierra de acogida arranca sin mi. No lloro porque se supone que ya no tengo cinco años, pero me gustaría.


Al final llego a las siete y media a la estación. Si no le hubiera echo caso a mi profe/compañero podría subirme en el próximo bus. Voy a taquilla, suplico un poco y me dicen que me dan plaza (sin coste alguno) en el siguiente. Sonrío, pero pocome dura la sonrisa cuando la tquillera me comenta que al ser viernes, de julio, no hay plazas hasta el bus de las nueve de la mañana del día siguiente. Aquí ya no puedo más y lloro. Sí, vuelvo a tener cinco años ¿y qué?


Me voy a los andenes y me siento. Tengo la mínima esperanza de que algún despistadillo no llegue a tiempo al bus y pueda ocupar su lugar. En el bus de las 19: 50 no hay sitio. Trato de sujetar las esperanzas que se van marchando de mi mochila cantando "Pringao, eres un pringao".

En el bus de las ocho y cuarto pongo más esperanzas, pero resultan vanas. Tampoco hay sitio.

Comienzo a pensar que mejor irme a casa y volver al día siguiente, pero me da tanta rabia que decido esperar un poco más, hasta las nueve.

Y ahí, por fin, tengo suerte. Me subo al autobús y conecto los cascos. Cuatro horas más tarde estaré en mi casita de adopción. Jeje, qué mal rato, jeje...

CONTINUARÁ...




Nos leemos en el siguiente,




Elliot.


Vaya principio de verano

Sin el permiso de Laura, cuelgo una foto de nuestro álbum "familiar".


Por favor, no le digan que la he puesto en el diario...


Así ha empezado Laura el verano de su graduación, jeje.









Nos leemos en el siguiente,


Elliot.

PS: Por cierto, que Laura está así, SIN TRENZA.
El día 07 del 07 del 07 (Bond) pasará a la historia de nuestra pequeña familia como el día que celebramos mi 20 cumpleaños y el día que la trenza de Laura murió. Será un gran día de conmemoraciones en años venideros...

05 julio 2007

Haciendo amigos por educado

Seis de la tarde de un sábado de julio. Madrid. Centro.

Voy paseando tranquilamente haciendo un poco el turista.

Se me ocurre ir a ver la cartelera de un cine en versión original.

Salgo de la tienda de chuches y voy hacia el cine.

Un poco antes de llegar al destino (media bolsa de kikos ya desaparecida) como siempre estoy en las nubes, me choco con una persona.

Me he hecho yo más daño que ella, pero me disculpo diciendo un sentido: "Disculpeme, lo siento" y sigo hacia delante.

Unos chicos sentados en unos bancos cercanos se me quedan mirando y comienzan a reírse.

Uno de ellos se me acerca y me dice: "Esa ha sido muy buena" y sigue riendo.

Yo no entiendo nada, pero por si acaso he hecho algo malo me doy la vuelta y descubro, entre las risas de los muchachos y las mías propias, que me acabo de disculpar por chocarme con un hombre de piedra: EL BARRENDERO ANÓNIMO!!!

Las risas se contagian y siento que acabo de encontrar la amistad en aquella plaza abarrotada de gente que, como yo, va de turista por la vida.




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Elliot.

24 junio 2007

La avaricia... te deja de pie

Me voy a la universidad, estoy de exámenes así que me voy a la biblioteca a ver si consigo un libro que es imprescindible para el examen de mañana y que todavía no he leído.

Son las ocho y media de la mañana, y llueve. Afortunadamente, el autobús llega enseguida (yo nunca llevo paraguas) Me subo en el autobús y, desafortunadamente está a tope. Como vayan todos estos a buscar el mismo libro, va a ver sangre en la biblioteca... (mmm, Sangre en la biblioteca, by Elliot Capote)
Hay algunos asientos libres al principio, pero ninguno en la ventana, así que me dirijo hacia el final.

Sigo hacia el final, sigo hacia el final, sigo hacia el final... y me choco contra el cristal.
No hay asientos libres, ni en ventanilla ni en pasillo. Cuando me giro para ir a los asientos de delante que estaban libres, un aluvión de gente me impide el paso. Todo el mundo me ha seguido hacia el final (hay que ser...) y no me dejan retroceder. Así que me quedo todo el trayecto de pie, cansado de haber madrugado, con la lluvia en los huesos y con una mala leche...

Y es que esto me pasa por tonto... y por avaricioso. ¿No querías un asiento en ventanilla? Pues te puedes mover por todo el pasillo del bus y tendrás toooodas las ventanillas del mundo.

Ya no he vuelto a hacerlo, ahora, asiento que veo (libre, claro, que uno no está tan desesperado), asiento que atrapo.


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Elliot.

Tacones lejanos (y rotos)

Perdonen el retraso en actualizar el diario, pero entre que yo estoy de exámenes y Laura que ha pillado la varicela (jajajajaja, aún me río cuando lo pienso y la veo, con todos esos granitos, jajajaja) me ha sido imposible escribir más páginas. Pero ya he vuelto, en todo su esplendor.
Perdonene las molestias, pero seguimos abiertos en vacaciones...


Hay que ser torpe!!!

Laura, no sé si todos la conocen, pero es una chica que nunca ha llevado tacones y las faldas y los vestidos desaparecieron de su armario cuando aprendió a vestirse ella sola. Pero parece que la edad le ha hecho cambiar, aunque sea un poquito.
En tres semanas tenemos una boda y va a llevar una falda y zapatos de tacón.

Ya para buscar algo que le guste, le vaya bien con la falda, le quede bien en el pie y se ajuste al precio que quiere gastarse, la aventura empezó genial: EN BUSCA DE LOS ZAPATOS PERDIDOS.

Tiendas, más tiendas, en una ciudad, en otra, al final, al lado de casa, como casi siempre. Y se compró los zapatos, pero... no tenían su número en esa tienda. Así que tuvimos que recorrernos media ciudad para conseguir, por fin, los zapatos perfectos. Ni Cenicienta tuvo tantos problemas...

El caso es que cuando estamos en el portal de la casa de los papás de Laura, su madre decide que vayamos a comprar una botella de aceite al supermercado más cercano; es decir, cuatro portales más abajo. Y para que se vaya acostumbrando a ellos, ambas deciden que estrenará los zapatos nuevos. Son sólo cuatro portales, ¿qué puede pasar?

¿Qué puede pasar? Puede pasar que yo la acompañe y esté todo el camino riéndome de cómo camina totalmente desequilibrada.
Pero, lo que también pasó y fue mucho más grave es que Laura introdujo no sabemos muy bien cómo, el tacón del zapato izquierdo en una juntura de la acera. LA PRIMERA JUNTURA QUE HAY DE SU CASA AL SUPERMERCADO.
Lo que pasó fue desternillante. Treinta segundos de estrenados los zapatos, Laura se deja la tapa del tacón entre baldosa y baldosa.

Yo me parto de risa allí mismo y Laura retrocede dos pasos para buscar la tapa del tacón que se había salido. Obviamente, entre las risas que le contagié y la poca destreza que ambos tenemos (y que los zapatos no parecían tan malos al fin y al cabo), no conseguimos volver a meter la tapa en su sitio.
Así que el camino que restaba hasta el supermercado, la búsqueda del aceite, la cola para pagar y el viaje de regreso a casa, Laura lo hizo cojeando ya que, no quería estropear (más) el zapato dañado.

Al llegar a casa, yo todavía me estaba riendo, así que la madre de Laura nos preguntó qué habíamos hecho (¿nosotros?, ¿pero qué fama es esa?) y Laura no tuvo más remedio que sacarse el zapato estropeado y enseñárselo a su madre que no pudo hacer otra cosa que resoplar y negar con la cabeza. La pobre ya sabe cómo es Laura y aun así, la sigue acogiendo en casa un fin de semana al mes.




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Elliot.

23 mayo 2007

Cómo estropear un día perfecto en un segundo

Domingo, 10 am.

Día perfecto, estoy casi de vacaciones y no tengo nada planificado para hoy salvo desayunar viendo los dibujos y prepararme para a) jugar al ordenador, b) ver otro (s) capítulo de Héroes, c) leer, d) dar un paseo o e) (oe, oe, oe)sentarme/tumbarme en la cama sin hacer absolutamente nada (no me miren así, primero lo prueban y luego me cuentan).

Así que el desayuno iba a ser perfecto: podía tardar horas en prepararlo, porque me encanta pasarme horas saboreándolo.

Vaso de leche calentita, con miel, como siempre.

Vaso de zumo: dos naranjas y un limón, recién exprimido.

Un trocito de queso.

Una pieza de fruta, o dos si son fresas.

Y tostadas: el plato fuerte, con mantequilla y mermelada (fresa y albaricoque). Es lo último que me como, lo bueno siempre se hace esperar.

Lo termino de preparar todo y lo voy dejando en la mesita del salón. Sólo quedan las tostadas y me sentaré a disfrutar de una mañana perfecta.

En la tele ponen "El coche fantástico" y el día es soleado: El día fantástico.

Todo dispuesto. Vuelvo por última vez a la cocina para recoger mi tesssssoro: las tostadas, humeantes, recién hechas y con una pinta exquisita. Salgo de la cocina y ya saboreo todo el desayuno, mmmmm.

Y todo ocurre a cámara lenta: la puerta se abre, pero no soy yo, así que me soprendo. Pero pronto me doy cuenta de que no se ha abierto sola, no, es mi compi de piso, Amaia, recién levantada, o sea (te lo juro), de mala leche.

Ha abierto la puerta, pero no se queda allí sino que continúa hasta que choca conmigo, pero ¿qué hay entre ella y yo? Sí, MIS TOSTADAS!, y veo, ralentizado, cómo vuelan hasta ir cayendo despacio al suelo. POM, la de fresa, POM, la de albaricoque. NOOOOOOOOOOOOOOO.

Y ahí aparece Murphy: las tostadas caen por el lado de la mermelada/mantequilla, por lo que quedan pegadas al suelo sin posibilidad de recuperación.

Me acaba de fastidiar el desayuno, la mañana, la tarde, el día y quién sabe si la semana entera.

Mi mirada asesina pretende hacerle comprender a Amaia que estoy enfadado, pero se da la vuelta y su mirada es mejor, congela la mía. Estaba esperando un "lo siento" o algo parecido, pero me he visto mis manos vacías en las que crecía una nueva arruga y he desistido.

Llego abatido al salón y me dejo caer en el sofá. No el vaso de leche, ni el zumo, ni el queso, ni la fruta saben igual. Incluso me empiezo a cuestionar si había más vestuario en "El coche fantástico" que esa chaqueta de cuero del prota. ¿Y los peinados de las chicas? ¿Y esas hombreras? ¿Y yo quería un coche como ese? ¿En serio!!? Vamos hombre, qué estafa.

Y encima tengo que limpiar el estropicio!!!! Vaya domingo me espera...


Nos leemos en el siguiente,


Elliot.

26 abril 2007

Empezando con buen pie... o culo

10:30 am.
Una sala llena de gente. Algunos leen, otros miran al infinito, otros cuidan de algún bebé, dos o tres hablan por teléfono, pero todos, absolutamente todos, están mortalmente aburridos. Llevan esperando que les atiendan entre cinco minutos y dos horas.
Bienvenidos a una oficina del INEM.

Yo entro a las 10:33 am. Observo a mi alrededor y sólo veo gente y unas mesas donde una persona habla con otra persona sobre cosas que no entiendo mucho.
Así que ahí me encontraba yo, en medio de algo completamente desconocido para mi, por lo que me costó acostumbrarme a ese nuevo escenario que nunca había pisado.

Y lo que todavía entiendo menos es que tengo que coger algún tipo de ticket porque esto, como la carnecería, va por número. (¿Me pone cuarto y mitad de camionero? No mire, eso en la mesa B131, aquí sólo le podemos ofrecer un kilo de administrativo en una gran empresa envasado al vacío. Ay, sí, perdone y gracias)
Pregunté qué ticket debía coger. Cogí el número 54 e iban por el 13…

Como parecía que la cosa iba para largo, opté por realizar el siguiente recado que tenía en la agenda: Apuntarme a inglés en la Escuela de Idiomas, así que allá que me fui.
Estaba también cerca de mi casa, no tarde en ir, coger la inscripción, preguntar dudas y volver a la oficina de empleo.
Cuando llegué sólo habían pasado tres personas, pero traté de mimetizarme con el entorno, así que me cogí un periódico de esos gratuitos, Metro, ADN, DNI, o algo de eso y me puse a leerlo. Y como no había asientos libres me apoyé en una pared, pero pronto me di cuenta de mi error.

Como llevaba la mochila no me percaté de que había una palanca en el trozo de pared en la que me había apoyado. Debí de activarla de algún modo, porque de repente la pared se abrió (así sin más, ni ábrete sésamo ni nada) y consecuentemente yo caí literalmente de culo al otro lado de la pared.

¿Saben esas tortugas enanas que algún amigo tenía siempre en una de esas peceras-isla de plástico con palmerita y todo? Pues más bien parecía una de ellas cuando las poníamos boca arriba… (o cáscara abajo…)

Al darme cuenta de que no me había apoyado en la pared sino en una puerta (esta sí que estaba mimetizada con la pared) de emergencia con esas barras que empujas y se abren, me entró un ataque contagioso de risa, aunque no sé si empecé yo o empezaron a reírse las 80 personas que seguían aburridas sentadas esperando su turno.
Con tanta gente riéndose de mi, sentí algo parecido al ridículo, por lo que salí corriendo y acabé apuntándome a alemán.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

PS: Al final logré apuntarme, bajo la atenta (y divertida) mirada de los que estaban detrás de mi en la cola…


17 abril 2007

Estucado y gotelé

Me encanta lavarme los dientes. es una sensación tan agradable...
Tras tres años con aparato me acostumbré a lavarme los dientes cada vez que comía algo: desayuno - dientes, comida - dientes, una galleta - dientes, un chicle - brackets fuera.

Las minúsculas partículas de comida se te quedaban enganchados por toda la boca como si de garrapatas se tratara...

Por eso ahora, el momento de terminar de comer y meterme en el baño para cepillarme los dientes es todo un placer. Cojo el cepillo, le quito el capuchón, lo mojo, abro la pasta dentífrica, vierto una pequeña cantidad sobre el cepillo y... ¡Chiqui, chiqui, chiqui, chiqui, chiqui!

Arriba y abajo con el cepillo por todos mis queridos, pequeños y enfermillos dientes.

Pueden pasar segundos o minutos, pero me resulta tan agradable... (salvo cuando me confundo y vierto jabón de manos en vez de pasta como en "Blanco perfecto")

Pero ayer, lo de ayer, no me había pasado nunca.

Termino de cenar, recojo el plato y como la publicidad en la tele te da para tantas cosas, aproveché y me metí al baño para lavarme los dientes.

Como un cirujano preparé el material: cepillo de dientes, pasta y el aparato para después.

Y empieza el ritual: saco el capuchón del cepillo, lo pongo bajo el grifo para que esté húmedo, abro el bote de la pasta de dientes, vierto un poco sobre el cepillo y empieza la limpieza. ¡Chiqui, chiqui, chiqui, chiqui, chiqui!

Y en el mismo momento en que llego al clímax de la situación; es decir, cuando se ha creado tanta espuma que parezco un perro con la rabia, sucede lo inesperado...

Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah.......... ATCHIIIIIIIIIIIIIIIIIIS!!!!!!!!!!!!

Ocurrió ayer y hoy todavía estoy limpiando el baño.


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Elliot.

13 abril 2007

Chucho o muete

Me meto al ascensor con las bolsas de la compra y justo en el momento en que las puertas se van a cerrar... ZAS, se cuela la vecina del décimo, un piso por encima de mi. Pero no viene sola, no, viene con un ser mitad rata mitad gremlin y que además ladra.
Por un momento creo oir alucinaciones porque sólo le oigo ladrar, pero no lo veo. Creo que tengo bolis más grandes que ese..., eso..., esa... cosa.
Bueno, pero por lo menos va atado con correa.

33 segundos, 9 pisos, 166 escaleras hablando del tiempo, de qué cara se ha puesto la vida con el euro, de que este ascensor es muy oscuro y un montón de estupideces más, mientras el maldito chucho no para de dar vueltas por mis pies.
Reconozco que alguna patada mía se ha llevado cuando la dueña estaba mirando hacia otro lado.
Que la señora miraba hacia el techo para indicarme que se ha fundido una bombilla, ahí estaba mi pie apartando con un leve empujón a la rata esa. Leve, porque si es una patadita normal, con lo que abulta el chucho creo que lo hubiera empotrado y se hubiera quedado de gotelé en el ascensor.

Pero por fín llegamos a mi planta. Salgo del ascensor (adiós, adiós, adiós) y saco las llaves del bolsillo para abrir la puerta.
De pronto, un grito me hace soltar las llaves:

Grito:
- MI PERRO!!!!!!! SUELTA A MI PERRO!!!!!!!!

Me extraño y me doy la vuelta, y a mis pies veo una cosa marrón que olisquea mis bolsas: EL CHUCHO.
Pero le ocurre algo raro, se va yendo hacia atrás, hacia atrás, a pesar de que el animalillo intenta, desesperadamente, agarrarse al suelo.
Entonces me doy cuenta: el chucho está en mi rellano, el noveno, pero la vecina ya está subiendo hacia su rellano, el décimo, así que el perro tiene de tiempo lo que dure la correa para no morir ahorcado con las puertas del ascensor.

Todo ocurre en un par de segundos: la vecina me grita, yo avanzo hacia el perro que sigue yéndose hacia atrás, intento quitarle la correa, pero nunca he tenido un perro así que no sé cómo hacerlo.
El chucho se acerca peligrosamente al ascensor, la vecina sigue gritando desesperada y yo sigo sin encontrar el mecanismo que suelte la correa.
Por fin, cuando el chucho ya empieza a subir por el resquicio de la puerta, corto la correa y el perro, soltando un gritito ahogado (y nunca mejor dicho) cae a mi rellano sin la soga que iba a matarlo.
A todo esto, la vecina ya ha salido del ascensor y ha bajado las escaleras corriendo y con lágrimas en los ojos. Coge a su mascotilla y empieza a abrazarle.
Ante semejante cuadro, cojo mis bolsas, abro la puerta de mi casa, le digo adiós y cierro la puerta, mientras la señora sigue besuqueando a su ratilla, digo, perrillo. Ya he hecho la buena acción del mes o incluso del año, porque salvar a semejante... bicho, me va dar el cielo. Pero hasta ahí podíamos llegar.

Han sido unos instantes de auténtica tensión (riánse del amigo Hitchcock), pero lo que es ahora, días después, es que no consigo entrar en ese ascensor sin acordarme con una gran carcajada de lo que podría haber pasado: un chucho subiendo un piso, por fuera del ascensor!!!



Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

26 marzo 2007

Lucía, Elliot y...

Ahora que llega el cumpleaños de una amiga mía a la que echo mucho de menos, me he acordado de una historia que protagonizamos los dos, un día que salimos juntos a pasar la tarde a un centro comercial que había en el poblado, donde vivía antes.

La película que queríamos ver era "Los padres de él", pero no sabíamos el horario, así que fuimos a las cuatro de la tarde. Descubrimos con pesar, al llegar a la taquilla, que la película tenía un único pase a las seis de la tarde.

Buff, dos horas esperando en un cutre centro comercial...

Como no nos apetecía volver a casa a esperar, decidimos hacer una excursión por el edificio.

Con muchísima alegría descubrimos que había una tienda de animales y allí que nos fuimos.

Con toda la tranquilidad del mundo nos paseamos por todo aquel extraño mundo del reino animal. Vimos pájaros de un montón de especies, perritos, gatitos, ratoncitos y otros animalillos de compañía normales y corrientes. Pero había otro tipo de bichos, como las iguanas, las tortugas gigantes, loas cocodrilos enanos o las arañas, que también se vendían en esa tienda.

Y llegamos a la sección de los peces, la favorita de Lucía.

Peces naranjas, amarillos, verdes, azules, que brillaban en la oscuridad. Grandes, pequeños, con motitas, lisos, con bigotes, con pinchos y una barbaridad más de especies que poblaban las millones de hileras de peceras que había en una de las paredes.

Me acuerdo que nos acercamos a un acuario que estaba un poco apartada, un poco más grande que las otras peceras. Qué buena pinta tenía. Supongo que era una especie de chalet para peces, o para otros bichos, pero uno grande, en comparación con el resto de apartamentos en los que convivían los demás especímenes.

Nos asomamos y nuestras caras quedaron a unos escasos tres centímetros del cristal. Comenzamos a investigar qué clase de animales vivían en esa enorme mansión.

Lucía:

- Igual están dormidos dentro de esa especie de nave espacial que hay en el fondo.

Elliot:

- Si, puede ser, pero si son peces, nunca he visto que los peces duerman cada uno en su camita.

Lucía:

- ¿Te imaginas, cada uno en su habitación, con su camita y su escritorio?

Elliot:

- Sí, y compartiendo la cocina y el baño, como nosotras, jajajaja.

Nos reímos durante un rato de nuestras ocurrencias y seguimos investigando. Ya han pasado diez minutos desde nuestra absurda conversación sobre los peces en piso compartido, pero seguimos sin ver absolutamente a ningún bicho.

Lucía:

- Jajajaja. Y si hay peces-bebé, entonces estarán en sus cunitas, jaja.
Otros cinco minutos, y ya van quince desde que empezamos a mirar el acuario.Y seguimos divagando (y cada vez vamos a peor) sobre los especímenes que habitan lo que ya hemos bautizado como "la mansión", mientras nos reímos a carcajadas, com si estuviéramos solos en la tienda.

Lucía:
- Debe de ser que son animales vergonzosos...

Elliot:
- O, como los camaleones, no los vemos porque están mimetizados con el ambiente.

Lucía:
- Ah, claro, son peces de camuflaje.

Elliot:
- ¿Peces de camuflaje? Jajajaja, qué bueno. Es verdad, puede que tengan las escamas verdes, o azules para que no los vean en el agua...

Y nos partimos de risa por segunda vez.

De repente, se asoma una cabeza antre las nuestras que dirige la mirada hacia el interior del acuario, como nosotros que nos dice:

La tercera cabeza:
- Podría ser, pero no...

Nos giramos hacia la tercera cabeza y nos quedamos mirando hasta que vuelve a contestar:

La tercera cabeza:
- Siento desilusionaros, pero... (baja la voz y nos susurra) Es que no hay peces...

Lucía y yo nos miramos. Creemos que la tercera cabeza, que resulta ser un dependiente, ha debido de estar ahí, detrás de nosotros durante los veinte minutos que llevamos mirando el acuario. Así que no se nos ocurre otra cosa que echarnos a reír del todo.
No me acuerdo si le dimos las gracias, pero sí me acuerdo de que salimos de la tienda (había pasado una hora y media), llegamos al cine, compramos las entradas, las palomitas, fuimos al baño, llegamos a la sala, nos sentamos en la butaca, empezó la película, terminó, llegamos a casa y todavía nos estábamos riendo...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

PS: Cada vez que le envío un mail a Lucía, firmo como "Pez de camuflaje". Somos absurdos, sí (¿se sorprenden?), pero me sigo riendo cada vez que me acuerdo...

23 marzo 2007

Los nervios, qué malos...

Voy a mi primera entrevista de trabajo. Pero en mi línea: sin saber qué autobús hay que coger, ni dónde tengo que pararme, ni nada... Así que me voy a la aventura, bien vestido, pero como si fuera a la Ruta Quetzal.
Algo me comenta alguien de que el autobús se coge no muy lejos de mi casa, así que allá voy, a "no muy lejos de mi casa". Y otro alguien me dice, no sin dudas, que el número del bus es el 572. No sé si fiarme, pero como no tengo otra cosa...
Llego a no muy lejos de mi casa y resulta que es una plaza enorme, por lo que tendré que recorrerla entera buscando la parada del 572. Empiezo y miro todas y cada una de las paradas. Nada, doy la vuelta entera y descubro, entre cabreado y divertido, que la parada del 572 está en el primer sitio donde he estado. Sin comentarios.

Subo al autobús y le pregunto al autobusero si podría indicarme la parada del Edificio 2. Me dice que, por supuesto, y que no me preocupe.
Me siento y no me preocupo. Miro el paisaje mientras tanto y me voy fijando en el camino, creo que donde voy a hacer la entrevista está fuera de la ciudad, realmente lejos, así que me relajo, ya me avisará el autobusero.
A los diez minutos (o menos) el autobusero de indica: "En la siguiente, te puedes bajar, porque el edificio al que tú vas es ese" y me señala el edificio de enfrente. Miro el reloj, sólo han pasado 7 minutos desde la parada. El fin de mundo está más cerca de lo que pensaba...
Le agradezco la amabilidad y me bajo.
Llego a la entrada del edificio y llega la gracia que tengo que hacer en las entrevistas, nunca se me han dado bien, pero esta se lleva la palma...
Me recibe una recepcionista en el hall del edificio, y esta es la conversación:

Recepcionista:
- Buenas tardes, ¿en que puedo ayudarle?

Elliot y sus nervios:
- ¿Javier Dominguez? (luego, ya más tranquilo en casa pensé: la respuesta a "¿En qué puedo ayudarle?" no es precisamente "Javier Domínguez", Elliot, pero bueno, ya estaba hecho)

Recepcionista:
- ¿Me dice su nombre y me deja el DNI, por favor?

Elliot y más nervios:
- Elliot Potter. (y saco el DNI de la mochila y se lo entrego a la recepcionista)

La recepcionista apunta mis datos en el ordenador (¿esto no es ilegal?) y después de un rato me lo devuelve. Coge al auricular y con él en la mano me pregunta:

Recepcionista:
- ¿De dónde?

Elliot en su máxima expresión:
- De Withsundays, Australia. (Yes, I'm a Erasmus Boy!)

Pero la recepcionista me mira de un modo raro, frunce los labios y su mirada es bastante fría. Recompone su cara un poco, me mira como si fuera un niño pequeño y suspira mientras me pregunta:

Recepcionista:
- No, que de qué empresa viene!

Elliot, intentando que la tierra o la planta de la recepcionista se lo tragara:
- Eh... no... vengo a hacer una entrevista...

Recepcionista, con cara de malas pulgas (pobres):
- Espere ahí, por favor.

Y yo huyo de la recepción y me siento en un sofá al otro lado de la recepcionista y fuera del alcance de su mirada asesina.

Pero, lo que yo digo, bueno sí, no he entendido la pregunta a la primera, pero tampoco me parece para tanto, ¿no?
En fin, qué malos son los nervios... (pobres, también, siempre echándoles la culpa de nuestra incompetencia...)

Por cierto, la entrevista después fue bastante bien, creo, pero como siempre meto la pata y no me doy cuenta hasta días más tarde...
Ah! Y después de la gran anécdota con la recepcionista, llegó una sorpresilla... Coincidí de nuevo con el autobusero que me había llevado Y ME INVITÓ AL VIAJE DE VUELTA!! Nunca me había pasado, pero fue genial... Ojalá nos volviéramos a encontrar.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

2 relatos, 10 currículums... y 1 IDIOTA (2ª Parte)

Nada, allí no estaban. Mientras los macarrones se enfriaban en el salón, mi cabeza intentaba averiguar dónde los podía haber olvidado: ¿la tienda de las fotocopias? No, recuerdo haber cerrado la mochila con ellos dentro antes de salir de la tienda. ¿La biblioteca? No recuerdo haberlos sacado de la mochila, así que lo descarto.

Y entonces caigo (que no “me caigo”, que es distinto): CORREOS!!!!

Para que nos e me arrugaran metí los currículums en el sobre donde estaba el relato que YA HE FRANQUEADO EN CORREOS. No puede ser. Pero lo es, fíjate qué fastidio.

No me lo pienso dos veces y salgo, con los macarrones diciéndome adiós desde el plato, corriendo a la calle en busca del sobre, suplicando que Correos continúe siendo la empresa que peor funciona cuando se trata de mí.

La media hora que me ha costado llegar la primera vez por la mañana se convierten en diez minutos esta segunda vez.

Con los pulmones todavía en el portal, llego a Correos y me dirijo a la misma ventanilla. No está el tipo que me ha atendido, así que le tengo que preguntar a una señora. “Oiga, arf, arf (me quito el sudor de la frente) ¿ya se han llevado las cartas, arf, arf, (más sudor) que se han entrgado hace... 1 hora?”

La mujer revisa la mesa y sentencia:

“Uy, sí, ahora mismo se los han llevado, porque llegan a las tres y media y son y treinta y cinco...”

Si fuera un personaje de Amèlie, en estos momentos me descompondría en trocitos que caerían al suelo en forma de lágrima, pero no lo soy, así que sólo sonrío como un idiota y me voy arrastrando los pies... Para una vez que funciona bien Correos y tiene que ser, ¿precisamente ahora?

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

PS: No sé si han participado en algún concurso de relatos, pero siempre, en las bases de cualquier concurso destacan que envíes los relatos y en el mismo sobre otro más pequeño con tus datos personales. Por eso de no saber quién lo escribe hasta que se sepa el ganador. Pues bien, cuando el jurado abra mi sobre, no sólo se va a encontrar los dos relatos y el sobre más pequeño perfectamente cerrado, sino con: mis datos personales, mis datos académicos, mis datos laborales, mis datos extra escolares, mis datos de interés y una foto. Y todo eso, MULTIPLICADO POR 10!!!

2 relatos, 10 currículums... y 1 IDIOTA (1ª parte)

Me encanta tener cosas que hacer. Porque me gusta mucho apuntarlas en mi libretita mágica o en una agenda que acabo de hacerme. Me gusta tanto porque lo que realmente me encanta es tachar las cosas que ya he hecho. A veces, llámenme raro (que lo soy), soy capaz de apuntar cosas una vez realizadas sólo por el placer que me produce el tacharlas. Así que este día empezaba con muy buen pie, tenía 3 cosas que hacer en 3 sitios diferentes, y estaba encantado.

Lo primero que debía hacer era imprimir unos currículms, así que preparé el “pen drive” para que el fotocopiero no tuviera problemas en encontrarlo o se confundiera de documento. Es un poco peculiar, el fotocopiero de mi barrio, porque nunca te saluda y te habla un poco gritando, pero es barato y está debajo de mi casa, así que es perfecto. De hecho, me encanta hacer todo lo contrario que hace él, yo le hablo muy bajito y le saludo siempre, aunque no tenga nada que fotocopiar, jeje.

Así que me bajé a la tienda, le di el “pen drive” y me imprimió las hojas. Las guardé, pagué y me fui, no sin antes desearle que tuviera un día estupendo (literal, me encanta ser tan cursi con gente que no lo es).

Qué buen día hacía, yo estaba radiante, parecía que el mundo estaba sonriéndome, así que me dirigí a mi segunda estación: la biblioteca pública. No es la del barrio, por lo que me tengo que dar un paseo de una media hora para llegar, pero es más grande, tiene muchas más películas y hacía tan buen día que no me importaba el paseo.

Con mis gafas de sol y con una sonrisa radiante en la cara crucé todo mi barrio y parte del otro hasta llegar a mi destino, Biblioteca José Hierro.

Es estupenda porque tiene muchas plantas y los ascensores son de cristal, por lo que puedes ver el edificio por dentro y a las personas cada vez más pequeñas. Cero que en alguna ocasión he sentido vértigo, pero entra dentro de su encanto.

Fui directamente a la planta 6, que es donde están las películas, ya que Laura quería ver “Fraude” de Orson Welles. La cogí y como había ordenadores libres, pedí sitio para Internet. Quería ver qué tal estaban todos mis amigos y no tenía otra cosa que hacer. Bueno, sí, una más, pero tenía tiempo suficiente.

Así que me pasé una hora, que es lo que te dejan en esta biblioteca (en la del barrio sólo 45 minutos) mirando mi correo, respondiendo y enviando mensajes, actualizando el diario, mirando pisos de alquiler, mirando becas, cursos y viajes al extranjero, películas de estreno, las bases de un concurso de relatos al que quería apuntarme y un millón de cosas más. Reconozcámoslo, una vez que has mirado el correo y tres o cuatro tonterías más, el resto del tiempo lo inviertes en chuminadas. O eso o tienes un millón de amigos y TODOS te escriben diariamente. Y no es mi caso.

Cuando quedaban tres segundos para que el ordenador se autodestruyera; es decir, para que se cerrara la sesión, me fui de la biblioteca y me dirigí a mi tercera y última etapa de la mañana: una oficina de Correos. Y como ya tengo dos controladas que no cierran al mediodía, pues todo fue sencillísimo. Entré en la oficina, cerré el sobre que contenía el relato para un concurso y lo entregué en la ventanilla. “1’92”, me dijo el señor de la ventanilla. “Vaya, pensaba que sería menos”, pensé, pero pagué el sello y me fui a casa más contento que un regaliz.

Ya era la hora de la comida cuando llegué a mi casa, así que comencé a preparar la pasta que me tocaba ese día y mientras recogí las cosas de la mochila. Por la tarde la tendría que utilizar otra vez y quería vaciarla para que no pesara mucho.

Entre unas cosas y otras, los macarrones ya estaban listos, así que puse la mesa y empecé a comer y de pronto... ¿Y los currículums?”, me pregunté.

Cuando saqué las cosas de la mochila no los vi y los necesitaba para mandar las cartas que ya tenía escritas. Me levanté del sofá y me puse a buscarlos en mi habitación.

CONTINUARÁ...

17 marzo 2007

Madre Mía (Mamma Mía spanish version)

O: ¿qué narices estoy haciendo aquí? 2ª parte...
Es jueves. Mi día comienza muy temprano y termina muy tarde y con un montón de cosas en medio...
He ido a la facultad para hablar con un profesor sobre un trabajo que tengo que hacer y que me ha invitado a un vaso de leche.
Después de la reunión (donde no se me ha caído la leche de milagro) voy camino de casa de mis ex compañeras de piso con quienes había quedado para comer (una estupenda pizza en unos espectaculares platos triangulares) , y una amiga de Barcelona me llama por teléfono. Vamos a quedar esa misma tarde porque hace un montón de tiempo que no nos vemos y ha venido a la ciudad, claro.

Tras la pizza, me voy a la biblioteca, pero enseguida me vuelve a llamar Susana (mi amiga de barcelona) para decirme que me pase por el hotel donde ella se aloja cuando quiera. (¿Quieres algo, preciosa?, jeje)


Así que allá que me voy. Pero algo extraño ocurre en el camino, porque no sé cómo ni por qué, pero poco tiempo después me veo sentado en una mesa en el hall de un hotel con una entrada para ver el espectáculo de Mamma Mía esa misma tarde.
A las ocho de la tarde mi amiga Susana me presenta a una madre y a una tía que me invitan a tomar algo en la cafetería del hotel. Sentados en esa mesa me miro en uno de los espejos que cubren las paredes y no me reconozco. Pienso por qué narices estoy allí, yo iba a charlar tranquilamente con mi amiga un rato y a irme a casa, pero no, ahí estaba yo, en un hotel, en una silla que me daba vértigo y con una entrada para Mamma Mía en las manos.

A las 20:25 nos levantamos (despaaaaacio, qué duro es ser mayor, jaja) y vamos hacia el teatro (cruzar la calle, no más).
Les resumiré el espectáculo en dos palabras: MAMMA MÍA!
Me gustó muchísimo y se lo recomiendo, de veras, aunque yo ahora no les podría acompañar y verlo de nuevo por falta de presupuesto, jeje. (Susana, te lo devolveré, lo prometo)

Y ahí parecía que se iba a terminar un día perfecto en el que no había parado ni un segundo. Pero... se trata de mí, así que, por supuesto, la historia continúa...


11 de la noche (aprox)
La madre y la tía me invitan a cenar con ellas, yo digo que no, pero como ya me había pasado antes por la tarde, cuando volví a abrir los ojos estaba sentado en una silla junto a 8 personas más, de las cuales sólo conocía bien a una y a otras dos había conocido sólo unas horas antes. El resto ni papa. Ah! bueno y un detallito, una de las personas a las que no conocía era NINA, sí, la de Operación triunfo y la coprotagonista del espectáculo. Digamos que mis pensamiento durante toda la cena fue... ¿Cómo lo hago? Creo, Elliot, que tienes un serio problema para meterte en situaciones extrañas cada vez que sales de casa...


Pero allí estaba, comiendo un pollo al limón, que no era otra cosa que un filete de pollo (sigo sin saber si al pollo lo aplastaron para sacar semejante filete o es que el pollo era talla XXL) con una rodaja de limón, con 7 desconocidos y mi salvadora, Susana, que me evitó pasar más vergüenza de la justamente necesaria.


A la una y cuarto y con eso de que el metro se cerraba, y tras un autógrafo, besos, adioses y varios "Ten cuidado, no te pares a hablar con nadie", pude escabullirme de la cena, un poco antes de la cuenta (de la cuenta de pagar, no de la cuenta que se dice en la frase "Llegamos antes de la cuenta porque los pillamos..."). Mis dudas eran evidentes, no conocía a nadie, pero supongo que en el restaurante nadie hace el primo como yo y trabaja gratis, ¿no? aunque teniendo en cuenta que llevaba tres euros y doce céntimos en el bolsillo, no creo que me hubiera llegado ni para la rodaja de limón.

Pero fue una tarde y un día entero estupendos. Me alegré un montón de ver a mis ex compis, a mi amiga y vi un espectáculo genial. Y encima me fui cenado a casa!!!!!!!!!!!

Bueno, y una foto para inmortalizar el momento, jeje.


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

PS: Pronto, muy pronto "Dos relatos, diez currículums...Un idiota."