29 septiembre 2008

Dos mejor que una (sí, ya, seguro)

Dos duchas en el mismo día.
Puede parecer algo normal, natural, de persona limpia y aseada y/o calurosa.
Pero no.
No, cuando las duchas te las dan y no te las das.
No, cuando las duchas no son de agua (por lo menos al 100%) limpia.
No, cuando las duchas no las buscas tú, sino que te encuentran ellas (y los responsables de las mismas...)
Dos duchas en el mismo día es una broma un pelín pesada.

Lunes por la mañana. Sigo con mi manía nociva de salir a correr tempranito al parque.
Saludo a un perro que ya conozco, al mendigo que hace gimnasia en el banco junto a la heladería y a la señora de gafas de sol que siempre corre por el otro lado del parque.
A los diez minutos veo el camión de los jardineros. Son muy majos.
El hombre mayor coge la manguera y empieza a regar los árboles.
El chico joven mira las piernas de las chicas que corren.
El hombre mayor le pasa la manguera al chico joven.
El chico joven sigue regando árboles.
El chico joven saluda a alguien que corre.
El chico joven sigue saludando a alguien que corre mientras éste se aleja.
El chico joven ha dejado de regar los árboles porque continúa mirando a alguien que corre que ya está muy lejos.
El chico joven riega el camino a dos metros del árbol.
¿Quién pasa por ahí a dos metros del árbol en ese instante?

Lunes al mediodía. Otra de mis ordinarias costumbres diarias: comprar alimentos para después comerlos.
Voy al súper. Cojo los dos artículos que necesito y me voy a la caja.
Delante de mi, un chico que compra refrescos.
La cajera pasa los artículos del chico.
El chico los recoge y los va metiendo en un carro.
La cajera le cobra.
El chico recoje el dinero y sigue metiendo refrescos en el carro.
La cajera pasa mi compra.
Saco el monedero para pagar.
La cajera me dice el total.
El chico saca una botella defectuosa del carro.
La cajera lo mira.
El refresco revienta.
Elliot se empapa.

Basta ya, ¿no?

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.
PS: A ver quién es el guapo que pasa ahora por el parque lleno de perros con la ropa mojada, azucarada, pegajosa, manchada de un color oscuro y oliendo a coca cola de aquí a Pinto (Pinto, gorgorinto)

17 septiembre 2008

Lo que decía: gafas

Martes por la noche.
Me voy después del trabajo a dar una vuelta por el centro.
Como se está haciendo tarde y mañana seguro que Laura quiere madrugar, opto por coger el tren que me deja más cerca de casa.
Sólo son dos paradas, así que en 20 minutos estaré cenando en casa.


Pasa una parada y llega la otra (sí, estas cosas también pasan en mi mundo, después de una cosa, otra)

Me levanto para salir y llego a la puerta.

Pulso el botón de "Abrir" pero la puerta no me responde.

Me acuerdo de un pequeño cuento de terror de Laura y me da por reir.
Pero la risa se me va en cuanto oigo el pitido de cerrarse las puertas.

Yo aún estoy dentro y debería estar ya fuera.

Hay algo que no cuadra.

Se acaban los pitidos y oigo que la puerta del otro vagón se cierra.
Sí, pero la mía no se ha abierto.

El tren arranca de nuevo.

Conmigo dentro!!!!

Me acuerdo de toda la familia de los del tren mientras, resignado, empiezo a caminar hacia un asiento cercano a esperar la siguiente parada (después de una, otra y después, otra más. Fácil), bajarme (si puedo) y coger el tren de vuelta. La cena se va a convertir en desayuno.

Pero en el trayecto entre la puerta y el asiento me doy cuenta de por qué sigo todavía en el tren.

Estaba intentando abrir la puerta que da a las vías y NO la puerta que da al andén.

La vergüenza se apodera de mi, again.

Menos mal que no había nadie.

Menos mal que no se ha abierto la puerta.

O ahora estaríamos hablando de una posible defunción y no de (sólo) una tontería más.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

03 septiembre 2008

Por qué taquillas transparentes!!!!

Voy de compras con Laura. Es decir, vamos a mirar cosas que no nos vamos a comprar.
Y en una de esas tiendas nos obligan a dejar las mochilas en las taquillas.
Unas taquillas nuevas, modernas, de metacrilato y transparentes. (me ha (a)saltado una duda: ¿hay metacrilato no transparente...?)
Laura mete su mochila en la taquilla nº13 (ella es así) y yo investigo antes de meter la mía, no vaya a ser que no funcione y se me trague la moneda.
La pruebo una vez, bien.
Laura se va hacia la entrada.
La pruebo dos veces, bien.
Un tipo se acerca y saca una bolsa de una taquilla junto a la mía.
La pruebo tres veces, bien.
Laura ya ha desaparecido en la tienda.
Parece que funciona.
Meto definitivamente la moneda y saco la llave.
Me giro hacia la entrada llamando a Laura.
Ploch, mi cabeza choca con la puerta de la taquilla contigua que el otro tipo ha dejado abierta.
Vale, ya he perdido otro centenar de neuronas.
Y me ha salido un chichón en la frente.
Y Laura no puede dejar de reírse.
¿A quién se le ocurre hacer las puertas de las taquillas transparentes?

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.