26 noviembre 2007

Tonto es el que hace tonterías

Laura me regaló el otro día la melodía de los Fraggle Rock para poner en el móvil.
Tanto Laura como yo somos fans de esa serie, aunque yo casi no la recuerdo porque me pilló muy pequeño y allá en mi tierra.

El caso es que me la pasó al móvil y estuve toda la tarde poniéndola, como no me llama nadie, de alguna forma tenía que escucharla.

Pero ayer, resulta que sí me llamaron.

Estaba cenando y tenía el teléfono junto al tenedor.

La melodía empezó a sonar y a sonar y a sonar y a sonar y cuando terminó la canción me di cuenta de que era una llamada de verdad.

Esperaba que la canción empezara de nuevo para coger el teléfono, pero cuando fui a descolgar, el que me llamó ya había colgado.

Lógico, sólo a mi se me ocurre ponerme a cantar la canción cuando sé que están llamando.

Uno es que es idiota hasta límites que todavía desconozco...


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

23 noviembre 2007

Tristeza

Creo que es la primera vez que siento esa sensación: Tristeza, pero es que no está siendo una semana muy buena. Y hoy...

He llegado a casa de Laura para pasar el fin de semana con su familia y nos hemos encontrado con Bolita muy enfermo, tanto que hemos tenido que sacrificarlo.

Bolita es (era) nuestro eterno amigo de la adolescencia, el que daba volteretas, el que se bañaba en su piscinita verde como él, el que venía a picarte cuando acercabas un dedo, pero se asustaba cuando le llevabas una galleta, el que siempre fue igual de pequeñito, el que había que sacar a la terraza a los primeros rayos de luz aunque al hermano de Laura le molestara porque cantaba, el que se dormía en la cocina con una tela sobre su cabeza, el que nunca quiso aprender a hablar por más veces que repitiéramos la palabra "Hola", el que bautizamos con el nombre de Bolita porque parecía eso de pequeño y siguió pareciéndolo hasta hoy, fecha de su desaparición.

Bolita, nuestro amigo.







Lo siento, pero estoy algo afectado.
Nos leemos en el siguiente,
Elliot.




18 noviembre 2007

EL TRABAJO NO ES BUENO

Sábado por la noche, salgo del trabajo/prácticas más tarde de lo debido. Estoy enfermillo con mucha tos y hace mucho frío. Con el gorro, los guantes y la bufanda casi no veo ni por donde voy, pero sí que veo que el metro no llega y sigue haciendo mucho frío.
Me viene un ataque de tos en la parada. Casi me ahogo, pero al cabo de unos minutos se me pasa. Menos mal que me he comprado un jarabe en la farmacia y espero que con eso se me acabe por curar.

Creo que llega el metro, creo, porque entre el gorro, la bufanda, el pañuelo de los mocos y que me lloran los ojos del esfuerzo de la tos, sigo sin ver nada. Pero es el metro porque suena una campana (sí, parece raro, pero este nuevo metro suena como si dieran las dos de la tarde. Y no, yo tampoco lo entiendo). Me subo al metro, pico el abono y me apoyo en una barandilla. Si ella se cae, yo caigo detrás, pero creo que ni me importa.

Llegamos a mi destino. Bajo del metro y me meto en otro porque para llegar a mi casa (20 minutos si fuera todo seguido) he de coger tres metros distinto. Menos mal que este llega pronto y sólo es una parada. Sigue haciendo mucho frío. Llego a mi siguiente estación, veo que mi tercer metro está a punto de irse y corro mientras me entra otro ataque de tos. Creo que el conductor del metro se apiada de mí porque abre de nuevo las puertas y entro. Me caigo en un asiento libre y saco el decimo quinto paquete de pañuelos del día. Y es cuando me doy cuenta de que yo llevaba una bolsa y YA NO LA LLEVO. No pasaría nada si... en la bolsa no llevara el jarabe que me acababa de comprar y con el que esperaba curarme la tos. Eso, y porque no me da la gana volver a pagar cinco euros. Intento recordar mis últimos movimientos y decido que me he debido de dejar la bolsa en el primer metro, pues no recuerdo haber entrado en el segundo con la bolsa. Bien, retrocedemos el camino a dos paradas de mi destino final. Genial.

Cojo el metro del otro andén, el metro de sólo una parada y llego al primer metro que he cogido. Pregunto si han encontrado una bolsa roja. Nadie sabe nada. Llega el metro, pregunto al conductor y tampoco le han dejado nada. Me permiten mirar por todo el metro, pero allí no hay ninguna bolsa roja. Los nervios y las lágrimas se asoman a mis ojos y a mis pulmones. La tos vuelve a atacar. Pienso durante un segundo si olvidarme de la bolsa y llegar a casa, casi son las once de la noche y mañana me espera otro día festivo trabajando.

Pero en el último momento mi estúpidez me empuja a volver a la parada en la que esperé al primer metro por si la hubiera dejado allí.

Vuelvo al lugar donde empezó esta historia, pero media hora más tarde y con más frío si cabe.

Miro en la parada y allí no hay rastro de ninguna bolsa.

Lo decido, me voy a casa (a buenas horas) y ya me compraré otro jarabe o se me curará sola la tos.

Hago otra vez toooodo el camino hasta mi casa. La gente que trabaja en las taquillas tiene que estar flipando conmigo.

Llego a casa, me derrumbo en la cama y casi sin darme tiempo a ponerme el pijama, me quedo dormido. Entiéndanlo, estoy cansado, con tos, creo que tengo fiebre y hace mucho frío.

Suena el despertador, me levanto como puedo, me ducho, me visto, desayuno unas magdalenas con chocolate que no me saben a nada (qué desperdicio) porque no huelo nada y me voy. El mismo camino, el mismo cansancio, el mismo frío. Paso por una farmacia, pero como llego tarde me aguanto la tos y sigo para delante.

Llego a mi lugar de trabajo hecho polvo, abro la puerta del zulo donde me tienen metido y SORPRESA: LA MALDITA BOLSA ROJA ESTÁ ENCIMA DE MI MESA. Y, obviamente, el jarabe está dentro.

Pienso en el tiempo que perdí ayer, el frío que pasé y la mala leche que se me puso.

Abro el jarabe y me tienta el bebérmelo entero. Pero un ataque de tos me lo impide. Con una cucharada bastará.


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

13 noviembre 2007

Momento tenso bajo el agua

Es domingo, no hay nadie en mi casa y no tengo nada que hacer, así que me propongo ir a nadar un poco.

Llego a la piscina a eso de las once.
Saco la toalla, las gafas y el gorro y con mi bañador me dirijo a las duchas.

Una vez duchado dejo las zapatillas en la orilla de la piscina y me zambullo.

El agua esta buenísima y yo estoy un poco anquilosado, por lo que me cuesta un poco mover los brazos.

Pero pronto me pongo a nadar y mi cuerpo se relaja.

Esto es vida.

Llego a la otra orilla y descanso. Y como a mi me relaja mucho el agua, no se me ocurre otra cosa que inspirar fuerte y sumergirme.

Pero yo soy tonto, así que no me sumerjo en la parte que cubre un metro y diez, no, me sumerjo en la parte honda, que cubre dos metros y cuarenta centímetros.

Soy tonto y mis pulmones son pequeños, así que a mitad de inmersión noto que me estoy quedando sin aire. Esperando que del hundimiento ya esté con los pies casi en el suelo, doy un salto para ver si me puedo dar impulso y salir más rápido. Pero no, ME QUEDA CASI UN METRO PARA LLEGAR AL FONDO, así que estoy en mitad de la nada y sin aire en los pulmones.

Trato de nadar hacia arriba, pero el cerebro me está diciendo que no llego a la superficie. En casos extremos, aunque sin aire, mi cerebro siempre será negativo.

Mis pies hacen lo que pueden y mis manos luchan contra el agua que todavía tengo encima. Pero allá en lo alto, veo un punto de luz y espero que sea el sol que se filtra por las ventanas de la piscina climatizada y no el final del túnel.

Mamá!!Aunque sea la mamá de Laura!!

El punto de luz se acerca y mi cerebro está diciéndome que no vaya hacia él, pero no le hago caso porque recuerdo que está casi sin oxígeno (¿Casi?), así que sigo hacia arriba y por fin, llego a la superficie.

Inspiro todo el aire que puedo para que mis pulmones dejen de quejarse, toso un poco y miro a mi alrededor. Un señor de la misma calle que yo me mira un poco raro, aunque el raro debo de ser yo porque casi no puedo respirar todavía y debo estar más azul que el fondo de la piscina (y eso que no he llegado a pisarlo), pero hago como si tal cosa (soy un rey en esto de intentar disimular el ridículo) y voy hacia el otro lado de la piscina nadando de espaldas, que me canso menos y puedo recuperar el aliento.

Nos leemos en el siguiente, si es que lo puedo contar,

Elliot.





07 noviembre 2007

Para Laura

Normalmente el que escribo soy yo, pero Laura a veces tiene sus impulsos creativos y se atreve a presentarse a un concurso de micro relatos. (como es pequeñita...)

Se titula Amor fugitivo y lo podréis leer en www.pagina2.es

Ya sabéis que no suelo hacer publicidad, pero es un intento de que Laura se anime, que últimamente está un poco depre... (¿Qué será eso?)

Si os apetece, comentarlo aquí, en el diario, y yo se lo diré a Laura.

Gracias a todos!

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

06 noviembre 2007

Esto de madrugar... (y ser un vago)

Como todas las mañanas para ir al sitio donde todavía me retienen de becario, me subo a mi querido autobús de "1 cada media hora" y me siento en el primer asiento que veo libre.
Allí estaba yo ayer con una cara de sueño que no me la iba a quitar nadie hasta pasadas unas horas. El trayecto es corto así que no puedo ni apoyarme excesivamente en el cristal porque casi hemos llegado. Y como soy un poco vago (ejem) nunca me levanto tres segundos antes de apearme y, por descontado, siempre espero a que sea otro el que le dé a la parada.
Pero pronto descubrí que iba a ser una muy mala idea dejarlo todo para el último momento y para los demás.


El otro pasajero que ocupaba el autobús estaba completamente dormido. Así que, a media curva de tener que bajarme yo estaba busando desesperadamente el botón de parada. Pero, ¿dónde narices estaba? Miré hacia un lado, hacia el otro y no había ninguno. El autobús parecía no aminorar la marcha y no quería averiguar la siguiente parada. Con lo que soy yo, seguro que acabo en Islandia.

Y entonces, cuando el autobús ya va a pasarse de mi parada... ALLÍ, EL BOTÓN.

Pero, ¿qué hace en uno de los laterales del bus? ¿No se supone que están en las barras? Pues no, resulta que este autobús los lleva camuflados en la parte baja de los asientos. Ideal si vas despierto, pero si vas como yo, que sólo se despierta cuando ve que está cerca, pues no hay manera.

Total, que solicito la parada y el autobusero me echa una mirada asesina por el espejo. Ha tenido que frenar de golpe porque ya estaba en la calle siguiente a mi parada.

Pongo cara de niño bueno y le doy las gracias, mientras veo que el otro único ocupante del bus se ha despertado por el frenazo. Bien, no se pueden hacer amigos todos los días.

Bajo del bus y este arranca casi sin cerrar la puerta.

Caminando hacia mi lugar de trabajo empiezo a cavilar... Ese autobús era apto para personas discapacitadas, tales como los ciegos, pero si yo no he visto el botón de la parada solicitada, ¿cómo narices lo harán los ciegos?

Ah, claro, como llevan el sistema Braille...


Nos leemos en el siguiente.

Elliot.