31 agosto 2008

Descubriendo a Impasibilidad

Hay situaciones en la vida que te obligan a permanecer inmutable ante los acontecimientos.
No siempre son agradables de presenciar y mucho menos de sufrir, pero tienes que pasar por ello.
Y una de esas situaciones me tocó en suerte ayer por la noche.

Paso por un miniparque para llegar a casa.
Hace calor y hay mucha gente en la calle intentando tomar un poco el aire fresco.
Yo estoy contento porque en casa me espera Laura con una de sus nuevas pruebas culinarias y habrá peli después.

Atravieso el parquecillo y siento de pronto algo caliente a un lado de mi cabeza, cerca de la sien.
Está muuy caliente y parece agua.
Alguien está regando con agua caliente.
NO.

La sustancia resbala por mi pelo y mi cabeza hasta que una gota cae en mi mano.
Es verde y por muy raro que parezca (yo, quiero decir) nunca he visto agua verde.
Y sigue muy caliente en mi mano.
Me paro (un grave error como me daría cuenta en seguida) y contemplo más de cerca la sustancia.

Con todo el aplomo del que soy capaz, trago saliva y miro a mi alrededor por si alguien más se ha percatado de lo ocurrido.
SÍ.

Y eso me ha pasado por pararme.
Si hubiera seguido caminando nadie se hubiera dado cuenta, pero mi súbita detención llama la atención de los (miles, millones de) viandantes y vecinos que se agrupan en el parque.

Aplomo viene en mi ayuda y juntos sacamos un pañuelo de papel del bolsillo.
Impasibilidad también colabora en la maniobra y mientras la gente me mira, los tres, lentamente, limpiamos la sustancia que cae, también dolorosamente lenta, desde el pelo hasta mi cara.

La frase "No pasa nada" se agolpa en mi cabeza y llega hasta mis piernas que reaccionan mandando impulsos que me hacen avanzar.
Como si de la película de Los pájaros se tratara, paso con toda la dignidad que puedo, entre el gentío que ni intenta disimular su atención en mi.

Ya no tengo ni saliva que tragar, así que acelero un poco más el paso mientras me sigo restregando la cara. A este paso me voy a quedar sin piel, pero eso antes de que una sola gota de la sustancia se petrifique en mi.

Llego al callejón que hay frente a mi casa, oculto de las miradas de la gente. Me paro en una esquina y con una furia que me atemoriza, me acuerdo de toda la familia del %#@&% bicho que ha osado depositar sus excrementos justo cuando yo pasaba por debajo.

Empiezo a odiar el mundo animal.
Aún me esté limpiando la cara. Por si las... palomas!


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

25 agosto 2008

Voy a empezar a pensar que necesito gafas

La semana pasada una sandalia me dejó descalzo en mitad de la calle durante unos segundos. Los que tardé en darme cuenta que la suela del zapato se había quedado unos pasos más atrás y que yo seguía caminando descalzo como si nada. (no voy a hacer comentarios al respecto)

Como pude llegué a casa con una parte de la sandalia en un pie y la otra mitad en una mano.

Decidido a arreglar la situación, y de paso la zapatilla, cogí un tubo de pegamento de un cajón del salón y pegué las dos mitades de la sandalia. Como en el tubo ponía que había que esperar, cogí otro par de zapatos y salí a hacer unos recados dejando a mi sandalia esperando con medio tubo de pegamento entre sus entrañas.

Pasó el día y pasó la noche (y de no ser porque casi me tropiezo con ella podría haber pasado una semana entera), y pensé que la zapatilla ya estaría pegada y lista para ser calzada de nuevo.

Pero algo en su aspecto externo me sobresaltó.
Un ungüento blanquecino de muy mal aspecto salía de entre la suela y la planta de la sandalia.

Me acerqué rápidamente con miedo a que mi sandalia hubiera cogido la rabia (viven arrastrándose por el suelo, tampoco se extrañen tanto), cuando me di cuenta de que esa masa era más sólida de lo que parecía a simple vista. Y era enorme. Tanto, que la suela y la planta de la zapatilla estaban a un centímetro la una de la otra.

Toqué receloso la sustancia y pude comprobar que era porosa, pero realmente dura.
Fuera lo que fuera, y uno es bastante corto en lo que a facultades mentales se refiere, definitivamente aquello no parecía ser pegamento.

Mi teoría de la rabia seguía en pie y me asusté, así que corrí hacia el tubo de pegamento con el que intenté salvar mi zapatilla y con el que parecía estar matándola.
Lo miré, lo estudié y comprobé que, efectivamente, NO era pegamento.

Era MASILLA, de la famililla de las masas.
Un ungüento capaz de tapar agujeros en las paredes y que, NO, No sirve para pegar como he podido comprobar en propia experiencia.

Y ahí está, mi sandalia, en el hospital de los zapatos (o también llamado armario), tratando de sobrevivir al ataque de rabia/masilla del que todavía no he podido curarla porque, pegar no pegará la masilla, pero irse de mi zapatilla tampoco.

Mañana mismo me compro otras, y unas gafas ya de paso...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

22 agosto 2008

La bañera: esa trampa mortal

Esta mañana mientras leo el periódico en el baño, me percato de que algo se mueve en la bañera.
Un bichito pequeñín, pequeñín. Vale, de ese tamaño los bichos me encantan, así que decido seguirle la pista a ver dónde se dirige.

Tiene por delante toda una llanura blanca, pero intenta, con desesperación, subir por las paredes. No ha pasado mucho rato desde que me he duchado, así que las paredes todavía están húmedas, lo que hace que mi nuevo amigo "Bichitín" se resbale una y otra vez.

No parece tener un objetivo claro, la verdad es que tampoco tiene mucho donde elegir... o hacia una muerte segura con forma de grifo de ducha o hacia el aterrador bosque de los botes de champú, cremas y geles.

Me acerco un poco más para saber qué tipo de bicho es. Es de color azul petróleo (sí, es la primera vez que utilizo este color) y tiene unas alas diminutas en comparación con el cuerpo.
Intento verle los ojos, a ver si se asusta viéndome en 3-D.

Pero una toalla que usamos de alfombra del baño traicionera se desplaza y hace que me resbale, terminando yo mismo dentro de la bañera en una posición imposible y con el bicho que estaba inspeccionando a dos centímetros de mi cara.

Vale, no le veo la boca, pero juraría que le he oído reirse de mi.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

19 agosto 2008

Repóker de baños

Últimamente, Laura y yo nos paseamos mucho por una librería del centro.
La semana pasada, sin ir más lejos, ahí estábamos los dos mirando libros de filosofía y autoayuda, que buena falta nos hace.
Después de habernos leído medio libro sobre los epicuros y unos cuantos capítulos más sobre Kant (nótese que vamos a esa librería a leer, pero rara es la vez que acabamos comprando algún libro) yo necesitaba con cierta urgencia ir al servicio. Mientras, Laura aprovechaba mi ausencia y se adentraba en el desconocido, pero atractivísimo mundo de los Libros de Bolsillo.

Pregunté si en esa librería había baños y me dijeron que sí, que en la quinta planta. Así que allá me fui.

Llegué y me encontré con 6 cabinas y como soy animal de orden cronológico, entré en la primera.

Pero salí en seguida. No había papel. No es que sea excesivamente raro por estar tierras, pero como había otras cinco cabinas y era el único ocupante de la sala, pensé que en alguno habría. Con comodidades, el placer se disfruta más.

Así que entré en la segunda cabina.
Y volví a salir enseguida porque en este lo que no había era luz. Y como la puerta llegaba hasta el techo, no entraba nada de la iluminación de fuera.
Mis ganas de orinar aumentaban, pero quedando aún cuatro cabinas por descubrir, pensé que en alguna se alinearían los astros, digo, el papel y la luz.

Así que entré en la tercera cabina.
Y salí mucho más deprisa que en las anteriores. Un folio pegado con cinta aislante me dijo que "Estaba averiado", el baño, no el folio. O eso supuse... Bueno, quedando todavía tres cabinas...

Así que entré en la cuarta cabina.
E inspeccioné. Papel: Sí. Luz: Sí. Funcionaba: Sí (o por lo menos no me decía lo contrario ningún papel). Vale. Este sí.
Ya puedo disfrutar de uno de los mejores pequeños grandes placeres de la vida.
¿Seguro?
Nooooooooooo.
Al entrar en la cabina me doy cuenta de que el cerrojo está estropeado con lo que no puedo cerrar la puerta. Yo no soy ningún escrupuloso, pero creo que hay gente rara ahí fuera que sí lo es. Habíamos entrado en la librería a leer gratis, no era cuestión de acabar el día en la comisaría por escándalo púb(l)ico.

Así que... (un poco nervioso, viendo que mis ganas de orinar aumentaban en proporción inversa a las cabinas que quedaban) sí, entré en la QUINTA cabina.


En la que, por fin, mis ganas de orinar terminan contentas y desahogadas. Y yo, también contento y, sobre todo, aliviado, salgo de los servicios prometiéndome a mi mismo que la próxima vez que salga de casa llevaré: papel higiénico, una linterna, un desatascador y un candado.
O eso, o salgo meadito de casa, que también es buena opción.



Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

10 agosto 2008

Una imagen, 1000...

Qué presión!!!




Nos leemos en el siguiente,


Elliot.

06 agosto 2008

Esas pequeñas cosas que acabarán por conquistar el planeta

Llevo un mes saliendo a correr todos los días por la noche.
Me gusta esto de ponerme un poco en forma, aunque reconozco que los primeros dos días acabé mareado y con ganas de vomitar. Pero esas son otras historias que no vienen al caso.

Estaba yo ayer por la noche en mi carrera nocturna cuando me fijé que había dos señores señalando algo que había a escasos metros de donde yo estaba. En el momento que llegué a ellos me di cuenta de que lo que señalaban era una cucaracha gigante, roja y con alas. Una ricura, vamos.

Yo no sabía qué hacer, si irme hacia la izquierda o hacia la derecha, pues se movía muy rápida y no quería que se me subiera a la pierna. Consideré que si ese bicho abría la boca me arrancaba el fémur de un solo bocado... Así que me paré.

Y entonces, uno de los tipos que estaba señalando al animalillo (vamos a llevarnos bien, por si las moscas -o las cucarachas-) dice:

- Señor señalando tipo Colón:
' Písala tú, que llevas zapatillas'

Y como creí notar que ese "Tú" iba por mi, le contesté:

- Elliot:
'Sí, hombre, y entonces todas las demás vendrán a por mi a vengarse'

Los tipos empezaron a reir por el comentario, la cucharacha desapareció por una alcantarilla y yo les sonreí a los señores mientras reanudaba mi carrera antes de que se dieran cuenta de que no lo había dicho en broma...

Acabarán con nosotros, pero no voy a ser yo el que tire la primera piedra.


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.