25 agosto 2008

Voy a empezar a pensar que necesito gafas

La semana pasada una sandalia me dejó descalzo en mitad de la calle durante unos segundos. Los que tardé en darme cuenta que la suela del zapato se había quedado unos pasos más atrás y que yo seguía caminando descalzo como si nada. (no voy a hacer comentarios al respecto)

Como pude llegué a casa con una parte de la sandalia en un pie y la otra mitad en una mano.

Decidido a arreglar la situación, y de paso la zapatilla, cogí un tubo de pegamento de un cajón del salón y pegué las dos mitades de la sandalia. Como en el tubo ponía que había que esperar, cogí otro par de zapatos y salí a hacer unos recados dejando a mi sandalia esperando con medio tubo de pegamento entre sus entrañas.

Pasó el día y pasó la noche (y de no ser porque casi me tropiezo con ella podría haber pasado una semana entera), y pensé que la zapatilla ya estaría pegada y lista para ser calzada de nuevo.

Pero algo en su aspecto externo me sobresaltó.
Un ungüento blanquecino de muy mal aspecto salía de entre la suela y la planta de la sandalia.

Me acerqué rápidamente con miedo a que mi sandalia hubiera cogido la rabia (viven arrastrándose por el suelo, tampoco se extrañen tanto), cuando me di cuenta de que esa masa era más sólida de lo que parecía a simple vista. Y era enorme. Tanto, que la suela y la planta de la zapatilla estaban a un centímetro la una de la otra.

Toqué receloso la sustancia y pude comprobar que era porosa, pero realmente dura.
Fuera lo que fuera, y uno es bastante corto en lo que a facultades mentales se refiere, definitivamente aquello no parecía ser pegamento.

Mi teoría de la rabia seguía en pie y me asusté, así que corrí hacia el tubo de pegamento con el que intenté salvar mi zapatilla y con el que parecía estar matándola.
Lo miré, lo estudié y comprobé que, efectivamente, NO era pegamento.

Era MASILLA, de la famililla de las masas.
Un ungüento capaz de tapar agujeros en las paredes y que, NO, No sirve para pegar como he podido comprobar en propia experiencia.

Y ahí está, mi sandalia, en el hospital de los zapatos (o también llamado armario), tratando de sobrevivir al ataque de rabia/masilla del que todavía no he podido curarla porque, pegar no pegará la masilla, pero irse de mi zapatilla tampoco.

Mañana mismo me compro otras, y unas gafas ya de paso...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

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