27 octubre 2009

Supermerca 3

La de juego que están dando los supermercados...

No es que nos pasemos la vida comprando en este país, es más, pasamos más tiempo comparando precios y descubriendo nuevos tipos de panes que comprando, que la economía no está para muchas cosas.

Pero es que siempre pasan cosas en los centros comerciales. Vale, siempre NOS pasan cosas en los centros comerciales.

El viernes, por hacer la gracia y porque no teníamos otra cosa que hacer más interesante, nos fuimos a una gran superficie de esas en las que entras pensando en comprar una cosa y terminas con el carro lleno. (Nunca es nuestro caso)

Y decidimos coger unos de esos carritos que aquí te encuentras en todos los sitios porque no necesitan moneda. Si esto fuera España... los supermercados no ganaban para comprar más.

Es Laura quien decide llevarlo, y me parece bien, es viernes y no me apetece hacer nada.

Cogimos el carrito a unos cien metros de la entrada, así que nos entretuvimos en el camino haciendo carreras por el aparcamiento. Era viernes por la mañana, así que no había muchos coches.

Llegamos a la puerta del supermercado y vemos que nos indican por la puerta giratoria de la izquierda porque los carritos no pueden pasar por la de la derecha. Así que allá que fuimos.

Nos metemos en la puerta y... AHÍ NOS QUEDAMOS.

Ni para delante ni para atrás, la puerta giratoria deja de ser giratoria y nos quedamos encerrados en medio.

Después de tantas y tantas aventuras, esto nos parece tan absurdo (y mira quién lo dice) que sólo se nos ocurre ponernos a reir estúpidamente mientras el guardia de seguridad viene corriendo porque la gente se ha parado delante de la puerta y se empieza a generar cierta confusión.

Yo sólo puedo sentirme como un mono detrás de los barrotes de su jaula en el zoo, pero sigo sin poder parar de reírme y menos si miro a Laura a la que se le van a saltar las lágrimas y las gafas.

Tres (pero qué tres) gloriosos minutos después, un consumidor empuja la puerta hacia el otro lado de por donde nos habíamos metido nosotros. Así que poco a poco, vamos retrocediendo hasta volver al punto de partida.

El guardia de seguridad nos mira mal y nos empieza a decir algo que no entendemos. Hasta que nos señala el cartel que hay encima de la puerta y comprendemos: la puerta giratoria sólo era de entrada, así que entras por el lado contrario, la puerta se bloquea y deja de dar vueltas.

Yo le doy las gracias por la explicación y Laura pide perdón por la confusión. Y otro ejemplo más de cómo es este país, el guardia nos sonríe y nos dice que no pasa nada, que el danés es así de incomprensible!!!

Con los abdominales todavía doliéndonos por la risa, entramos al supermercado, pero sé que en cuanto lo volvamos a pisar saltará una alarma en el sistema con un mensaje que diga:

CAUTION!!! CAUTION!!! CAUTION!!!

Por supuesto, el total de nuestra compra ha supuesto unas 15 koronas, poco más de dos euros. Para qué pagar una entrada carísima para un parque de atracciones si tienes supermercados con entrada gratuita???!!!!!!

Nos leemos en el siguiente,

Elliot y Laura.

23 octubre 2009

De convivencias

En la cocina de mi alojamiento existe un artefacto similar a una jarra que sirve para calentar agua. Llenas el envase, lo pones encima de una placa que calienta y en dos minutos tienes lista el agua para el té.

Un invento magnífico, útil y parece que imprescindible para la gente de por aquí (no solo daneses, sino de cualquier país) porque hoy ha sucedido una pequeña tragedia.

Nos levantamos Laura y yo y cuando salimos a la cocina, vemos a cuatro de nuestros compañeros revisando la jarra mágica que convierte el agua del grifo en té. Les pregunto qué pasa y me dicen que no funciona. Una de las chicas suspira afectadísima, otro recoge su taza y se va de la cocina y los otros dos continúan intentando reanimar al pobre electrodoméstico.

No pillamos mucho de danés, pero por el tono, creemos descubrir que están bastante cabreados, parece que se les ha muerto un ser querido y especial y que ya no van a poder beber té para el resto de sus días.

Yo me quedo mirándoles extrañado porque no entiendo la gravedad del asunto. Y Laura lo demuestra científicamente. Coge un vaso, lo llena de agua y lo introduce dos minutos en el microondas. Lo saca, coge una bolsita de té y la mete dentro del agua. En treinta segundos, lo que me cuesta a mi sacar las tostadas, el agua del vaso se tinta de té negro. Perfecto y listo para beber.

Los otros tres chicos (que poco más y le hacen el boca a boca a la jarra) miran atónitos cómo Laura se empieza a beber el té mientras pone la mantequilla en las tostadas.

Nos vamos a la mesa a desayunar mientras el chico alemán coge su vaso, lo llena de agua y lo mete dos minutos en el microondas.

Cinco minutos después, el chico alemán se sienta con nosotros en la mesa a tomarse su té, tranquilamente.

Y terminamos de desayunar con la sensación de haber ganado mil puntos entre los estudiantes con quienes compartimos la cocina.

Qué sencilla es a veces la vida y cuánto nos la complican las máquinas.

Pero, sobre todo, qué bien se siente uno al cerrar la puerta de la cocina con una sonrisa de triunfo en la cara.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot y Laura.

PS: La jarra ha resucitado, pero creo que ya no les importa tanto que no funcione tan bien como antes. Si es que... como diría mi prima ex-inglesa y pronto prima tailandesa... Hay que ser falto!!!!

21 octubre 2009

Supermerca 2 (Donde las dan...)

Volvemos al super y volvemos a no entender nada de lo que pone en las etiquetas, la gente habla inglés, pero las patatas no.
Divisamos un tarro de algo que nos parece mantequilla, pero como no estamos seguros y no queremos llegar a casa con comida para perros, Laura decide preguntar a una señora que pasaba por allí.

Ni corta (bueno, un poco, para qué vamos a mentir a estas alturas) ni perezosa, a la muy... no se le ocurre otra cosa que decirle a la señora: Was ist das? así, en alemán y sin remordimientos (por ahora), que no quiere decir otra cosa que "Qué es esto?".
Con tan mala fortuna que la señora no solo sabía inglés, sino que también sabía alemán.
Diez minutos y veinte asentimientos de cabeza por parte de Laura después, me viene a buscar al otro lado del pasillo en el que me estoy escondiendo para que no vea que se me va a salir al diafragma de tanto reirme.

Tres minutos de (mis) risas más tarde y seguimos sin saber si podemos comprar el tarro que parece mantequilla o sigue siendo comida para perros.

Por lo menos, Laura aguantó estoicamente la explicación pillando un par de palabras de cada veinte y no se le ocurrió cortar a la mujer para decir si se lo podía explicar en inglés porque ya me estoy imaginando a la buena compradora pensando "Y esta idiota? Me pregunta en alemán y luego no sabe ni media palabra... Mejor me alejo porque estos extranjeros están locos".

Y yo también me voy a alejar porque Laura ya me está mirando mal.


Nos leemos en el siguiente,
Elliot (solo, que Laura no se atreve a compartir este)