Llueve y por primera vez en mucho tiempo, llevo paraguas.
Llego al metro y cierro el paraguas.
Me dirijo al andén correspondiente.
Me dejo llevar por las escaleras mecánicas mientras juego a meter la punta metálica del paraguas en las rendijas de las escaleras.
Ya voy a llegar a arriba así que dejo de hacer el idiota y saco el paraguas.
Pero no puedo.
La punta del paraguas se ha encajado en una de las rendijas y no puedo sacarlo.
En serio, esto no es una broma y quedan tres escaleras para llegar.
Quedan dos y lo intento otra vez desesperadamente.
Nada.
Y queda una.
El último esfuerzo y... NADA!!
Las escaleras terminan y el paraguas sigue encajado.
Tres centímetros, dos, uno.
CRACK!
Las escaleras no se han parado, como yo pensaba que harían, sino que la punta del paraguas ha cedido ante la presión y se ha quedado la mitad en la escalera.
Llego a casa y escondo el paraguas en el paragüero.
No le digo nada a Laura, por si acaso. Igual no se da cuenta.
Menos mal que el paraguas es del casero.
Si ya sabía yo porqué nunca llevo paraguas...
Nos leemos en el siguiente,
Elliot.