18 septiembre 2010

REGANDO VOY, REGADO LLEGO

Estoy haciendo prácticas en un sitio importante. Por lo menos, desde fuera.
Llego siemper contento y con ilusión. Hoy, también he llegado regado.

Paso la tarjeta en la entrada principal, recorro cien metros y como voy en mi país multicolor con mi música y mis sueños bajo el sol, no oigo más allá de mis narices. Error.

A cincuenta metros del edificio, algo sale del suelo, pero cuando quiero darme cuenta de lo que es, ÉL ya me lo deja claro:

ÉL:
"Soy un aspersor y, oh, sorpresa, me he encendido justo en el momento en el que pasabas. Que conste que te he avisado con mi super sirena, pero... ahí va mi ducha."
Y efectivamente, la ducha me ha dejado nuevecito. Despejado, despejado.

Así que cuando he llegado a mi mesa, un compañero me pregunta:
"¿Está lloviendo otra vez?", mi compañero el avispado.
"Sí, bueno, un poco.", contesto.
Suerte que sale en un par de horas y todavía puede dejar de lover en mi mundo multicolor.

Y por si alguien se lo pregunta: Sí, en esta empresa los aspersores NO se dirigen a la zona verde, sino a las aceras. Que no voy pisando céspedes ni panchos. Aunque visto lo visto y duchado lo duchado, mañana acorto por el jardincillo.

Qué tontería. Seguro que mañana llueve y, por supuesto, no llevaré paraguas.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

07 septiembre 2010

Llegar tarde... para nada

Día de examen. Me levanto con tiempo suficiente para prepararme un buffé libre, pero no sé cómo lo hago, nada más terminar la primera parte de mi desayuno, mi reloj ya me grita que me tengo que ir pitando. Día de examen. Hoy sí que no puedo llegar tarde.
Como una bala cruzo la calle y llego al metro. Justo cuando piso el último escalón, las puertas se me cierran en las narices. Damn it!
Llega el siguiente cuatro minutos más tarde. Cierro yo mismo las puertas para que salga antes, pero el tipo se lo toma con calma. Yo no quiero mirar el reloj, por si acaso le da por ponerse a correr como yo.
Llego a mi segundo metro, vuelo, choco, me insultan, me da igual, las puertas se cierran conmigo fuera. Otra vez. Me empiezo a desesperar y como la vida tiene estas cosas, no soy yo quien mira el reloj, pero el de al lado lo mira por mi. Y encima me lo dice. Será...

Llega el siguiente metro. No pruebo lo de cerrar las puertas porque creo que este vagón es primo hermano del anterior y seguro que ya se han chivado que un loco anda suelto por ahí y que no hay que hacerle mucho caso.
Ya miro el reloj y me entra un sudor frío que me recorre todo el cuerpo. Me da igual no repasar, ahora la cuestión es llegar.

Salto del vagón en cuanto se abren las puertas. Voy a la taquilla, meto las monedas más rápido de lo que la máquina me permite. Saca el billete con una lentitud que parece que la tinta la han traído de Suiza. Cojo el billete, lo paso en la máquina y me voy al andén. Oigo que hay un tren esperando (esperándome?), así que bajo las escaleras de tres en tres y de pronto...
ZAS. un manotazo me para la carrera. Una señora entusiasmada con su fin de semana le cuenta a su amiga que se ha comido un buey asííííííííí de grande. Tanto como sus brazos pueden abrirse.
Su mano impacta en mi cara, pero me da igual. Tengo que llegar al tren. La señora no me deja pasar porque ocupa toda la escalera (y dos si hubiera).
Salto sobre su pierna y bajo su brazo. Salto las cuatro escaleras que me quedan y el tren pita.
Llego a la puerta cuando el tren me hace un corte de mangas y se despide de mí con un bufido.
Está claro, no llego al examen.

Miro el reloj. Faltan 35 minutos. Puede que si el siguiente tren llega pronto...
Miro el cartel. Veo que faltan 4 minutos. Hago cálculos. Creo que sí, si el tren no se para entre la primera y la segunda parada, como suele hacer siempre.
Entonces me doy cuenta.
Sí, faltan cuatro minutos para el siguiente tren. Pero, el siguiente tren... VA A ARANJUEZ!!!!!
Y entonces mis piernas empiezan a fallar. Pienso en un camino alternativo, pero no me atrevo porque más vale saber que llego tarde unos minutos que no saber cuánto puedo llegar de retraso con otros medios.
Recorro cien veces el andén. No puedo parar o mis piernas me dejarán caer al suelo. La gente se marea viéndome pasar. Lo siento, no lo puedo evitar. Estoy a punto de vomitar, así que supongo que prefieren que pasee a que vomite el desayuno.

Se va el tren y el siguiente llegará en cinco minutos. Hago cuentas. Llegar tarde, llego tarde, pero más o menos podría llegar con diez minutos de retraso como máximo.
Recuerdo que estamos en España, así que puede que no pase nada. Aún así, los sudores me empapan la camiseta y el desayuno está revoloteando por mi estómago.
Llega el tren, me monto y no puedo ni sacar los apuntes para repasar.
Y el tren, para más inri-ga (dolor de barriga) va le e e e e e e e e n t o, l e e e e e e e e n t o.
Cierro los ojos y me dejo llevar. No puedo hacer más.

Vuelvo a abrir los ojos y me veo ya en mi parada.
Salto del tren, paso entre la multitud y vuelo hacia la clase.
Llego con la lengua todavía en Atocha, pero llego a y cinco.
Reconozco a gente de clase que está en el pasillo, la puerta del aula abierta. Está claro que no ha empezado el examen.
Me relajo y no solo me da tiempo a repasar, sino a hablar con mis compañeros sobre las vacaciones de verano.

Pasa el tiempo y vuelve a pasar y el profesor que aparece para decirnos que nos cambiamos de aula. Son las nueve y media.
Llegamos al aula, que consiste en una sala de conferencias con butacas muy cómodas, pero con esos ridículos brazos articulados que suelen llamar mesas. En fin, y luego encima tengo que hacer buena letra y marcar las tildes y los puntos.
Entre los nervios de llegar tarde, la carrera, el sueño que acumulo (esto de madrugar es malísimo), la espera del comienzo del examen y la mini-mesa... ¿buena letra?... ya.

Que conste, que yo lo he intentado, pero las circunstancias adversas eran demasiadas para un simple Elliot.
Prometo contar el resultado.


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

11 agosto 2010

CAMARERO! DOS DE ME(T)RO

Situaciones absurdas vistas como un espectador. Lo reconozco, hacen más gracia que las protagonizadas por un servidor.

Sábado, metro de esta ciudad, 1100 de la mañana.
Estando ya en el vagón, veo que se acerca una pareja joven de turistas japoneses. Despistadillos, como suelen estarlo los turistas (recuerden, yo también soy de fuera), van mirando el mapa mientras caminan hacia el vagón, que ya debe estar a punto de salir.
Efectivamente, el pitido precede inmediatamente al cierre de las puertas, pero los dos chicos no se percatan y mientras él sube, ella sigue mirando el mapa abstraída, en el andén.
Las puertas, cerradas definitivamente, crean una barrera infranqueable entre los dos amantes que, confundidos, no saben cómo accionar la manivela para intentar reencontrarse.
El vagón se mueve, la cara de él se torna pálida y la de ella, más.
Finalmente el amor triunfa y él sonríe mientras le indica que le espera en la siguiente parada.
Ella, más confiada, sonríe a su vez despidiéndose de su amado como solo los japoneses saben hacer: a lo manga.

Domingo, otro metro de esta ciudad, 16oo de la tarde.
Vagón parado, puertas abiertas.
Hay un tumulto en uno de los vagones y por megafonía se nos informa de que va a estar retenido unos minutos, sin precisar más.
Pasan cinco minutos, unos chicos a mi lado se comen un bocadillo enorme.
Pasan diez minutos, a los chicos de al lado les queda la mitad del bocadillo.
Pasan doce minutos, a los chicos de al lado ya les quedan solo las migas.
Pasan quince minutos, los chicos de al lado abren una bolsa de patatas.
Pasan diecisiete minutos, los chicos de al lado se terminan las patatas y no saben qué hacer con los desperdicios porque no hay papelera dentro los vagones.
Pasan veinte minutos, uno de los chicos recoge los restos y sale del vagón para tirarlos a la papelera.
Pasan veinte minutos y diez segundos, el metro pita y las puertas se cierran.
Pasan veinte minutos y quince segundos, el chico que ha tirado las cosas a la papelera intenta abrir la puerta, desde fuera.
Pasan veinte minutos y veinte segundos, mis risas se juntan con las suyas, mientras se despiden ambos amigos hasta el siguiente andén.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

31 julio 2010

HAGO CHAS Y APAREZCO EN EL SUELO

Tengo que ir a comprar zapatillas, así que me voy a dar una vuelta por el centro osea para otear un poco precios en rebajas que para mi son precios normales.
Sé que Laura me lo tiene prohibido, pero al final, caí en la tentación y entré en ese centro comercial que no debe ser nombrado y al que llamaremos... ECI, por eso de mantenerlo en secreto.

Pero pronto me aburro de mirar sin ver nada que me interese y las señoras osea me están poniendo un poco nervioso. Así que en diez minutos ya me estoy acercando a la puerta de salida.

Me dispongo a salir, se abren las puertas, pero mi rabillo del ojo derecho observa una colonia que le gusta a Laura y decido saber si está al alcance de mis posibilidades o será otra cosa de esas que "sí, bueno ya veremos, para tu cumple si eso". En menos de un segundo me doy cuenta de que, efectivamente, es un regalo "para tu cumple, si eso" y me vuelvo a girar para salir.

La acción no duró más de tres segundos (mirada de Rabillo, giro, mirada atónita del precio, vuelta de nuevo hacia la puerta), tiempo justo para que el sensor ya no me viera y las puertas se cerraran.
Pero, yo estaba a menos de dos centímetros de la puerta (los sensores abren cuando la persona está a un metro, pero no cuando está casi pegando, cosas de Sensores, que son muuy suyos) así que, con toda mi ansia doy un paso hacia delante que se torna en patada, codazo y gafazo en el cristal cerrado.

Y si sumamos la distancia a la que estaba y el ímpetu que le di a la acción, nos da de resultado el "efecto rebote de pelota de frontón".
Así que no solo me choco, con el consiguiente ruido que provoco, sino que reboto y caigo de espaldas en mitad del ECI a la una de la tarde de un viernes.
Las luces del techo se confunden con las caras que se giran a mirar, pero de refilón y sin pararse a ver si me he muerto o no, no vaya a ser que les contagie algo.

Tal es la situación, y el golpe, que tardo en reaccionar y me quedo unos segundos en el suelo como una tortuga panza arriba. Hasta que veo la cara del de seguridad, roja, como su chaqueta, intentando contener la risa. Entre balbuceos me pregunta qué tal estoy, pero lo dejo que se ría a gusto mientras le contesto que bien, que ahora enseguida me levanto.

Me ayuda a levantarme (sin parar de reir), se excusa, le digo que yo también me reiré en un rato, cuando se me pase el ridículo que me ha dejado más paralizado de lo normal. Ya he llegado a la conclusión de que tratar de disimular esto es más que imposible, así que me dejo llevar por la situación.

Un minuto de risas (suyas) más tarde, todo vuelve a la normalidad, aunque la gente sigue pasando dejando un círculo, un área de protección, a mi alrededor. Mi rodilla se resiente un poco del golpe, pero todo pasará, menos la sensación de que NUNCA voy a volver a pisar ese sitio.

Para salir, opté esta vez por utilizar las puertas que no son automáticas, sino las que tú tienes que utilizar el pomo de toda la vida. Un amigo ya me ha advertido que esta historia va a durar muuuucho tiempo. Me temo.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

29 julio 2010

CRASH EN EL METRO

El metro, ese lugar donde siempre pasa algo.

Esta mañana iba con prisa (con qué si no), menos mal que el metro me ha hecho caso y ha llegado cuando yo se lo he pedido (mola pensar que es así, ¿eh?).
En diez minutos estaba en mi destino. He abierto las puertas y he salido como un rayo hacia las escaleras de subida.
He llegado a la planta calle y me he dispuesto a salir de la estación rápido como una centella asiática. He cogido con toda mi fuerza explosiva la barra de los torniquetes de salida y...

Y si hubiera sido más alto, hubiera dado una voltereta completa, cayendo con elegancia al otro lado.
Pero como uno es más bien pequeño, lo que ha hecho ha sido comprimir su cuerpo en dos centímetros. La mano que sujetaba la barra se ha empotrado contra las costillas que han chafado los pulmones que han aparecido de relieve por la espalda. El estómago ha hecho un amago de contraerse permitiendo que su relleno saliera a la luz y el hígado ha chillado de estrujamiento.

Por muy fuerte que yo fuera, la barra ha sido más que yo. Y no se ha abierto. Así que imaginen la fuerza centrípeta o centrífuga o centrada en el estómago que el hierro ha ejercido en mi cuerpo.

Un minuto me ha llevado recuperar la respiración, hasta que los pulmones, las costillas, el estómago, el hígado y la mano han recuperado su estatus. Aún tosiendo por el impacto, he mirado hacia la caseta de los tipos del metro y solo me he encontrado con una cara gris que miraba al infinito sin percatarse de que esa barra ha estado a punto de partirme en dos.

He llegado tarde, por supuesto, y lo peor es que fijo que ya me está saliendo un moratón con forma de barra de hierro en mitad del cuerpo. Voy a ser "Elliot 1/2".

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

28 julio 2010

MAKING FRIENDS

No hay nada como hacer amigos por la vida. Y como me gusta hacer que la gente sea feliz, nada mejor que la experiencia de esta mañana.
Iba yo tan feliz escuchando mi música con esos auriculares que solo me dejan escucharme a mi y a mis pensamientos, eso, a mi, cuando suena una de mis caciones favoritas que resume muy bien el momento actual que estoy atravesando: Nothing is gonna change my world.

En esas estaba cuando me paro en un semáforo y me giro. El tipo que tengo detrás de mi me mira y sonríe. Y como si me hubieran pillado en una falta grave, mis ojos se abren e intento disimular lo que no se puede disimular ya, así que le pregunto:

Elliot, disi MULA ndo:
- Estaba cantando, ¿verdad?

Tipo, son RIENDO:
- Sí, jeje.

Así que mi sonrisa se hace más y más falsa hasta que el Tipo pasa por mi lado y me dice:

Tipo son RIENDO:
- Pero me has alegrado el día.

Y la buena obra de la semana está realizada.

Qué bueno es hacer amigos fugaces como éste. Y ya saben: no hay nada como caminar a las cuatro de la mañana por una calle desierta, escuchar tu canción favorita e ir cantando mientras tus pies saltan para no pisar las líneas de la acera al compás de la música. Consejo de Elliot.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot Potter.

25 julio 2010

MAMÁAAAAAAA, HAY UN BICHO NEGRO EN MI BAÑERAAAAAAAAAAAAA

Vuelvo de una excursión estupenda y lo único que me apetece es ponerme en la ducha a ver si me refresco un poco. Dejo la mochila en el suelo y me dirijo al baño rápidamente. Porque realmente me quiero duchar inmediatamente y porque, sí, también la vejiga de uno es limitada.

Así que ahí me voy, con toda mi prisa, pero pronto algo llama mi atención. Es una cosa negra que está dentro de la bañera. Un trapo, seguro. Voy a quitarlo por eso de que los placeres mundanos hay que disfrutarlos en todo su esplendor.

Acerco mi mano cuando, de pronto, mi pis huye y las ganas se me congelan. No es un trapo lo que voy a intentar quitar de la bañera, no. ES UN BICHO ENOOOOOOOOOOOOOORMEEEEEE!
Vamos, tan enorme es que deja de ser un bicho para mutarse en un PÁJARO NEGRO, ENORME, ATROZ, SALVAJE, LLENO DE PULGAS Y ENFERMEDADES MALAS (seguro), AMENAZADOR, CRUEL, SANGUINARIO, CON OJOS DE ASESINO que no sé si está vivo o muerto, pero ahí está, en MI bañera.
Y como digo, las ganas de hacer pis se han evaporado, pero han venido en su lugar una especie de tensión agobiante a lo Hitchcock que me está haciendo palidecer por momentos. ¿Qué hago? Jooooo, que yo solo quiero ducharme y dormir para estar despejado mañana...
Será pájaro de mal agüero.

Pero no puedo estar toda la noche con el bicho en mi bañera. Más que nada porque estoy yo solo el fin de semana y no me apetece tener que lidiar con el pajarito hasta que venga el resto de ocupantes de la casa a socorrerme.
Bueno, para estos casos, nada mejor que recurrir a la voz de la experiencia y a la que nos saca de todos los líos habidos y generados por nosotros mismos: la madre de Laura. (¿acaso pensaban que sería Laura la persona elegida para estos menesteres? buajajajaja)
Así que la llamamos: "Madre de Lauraaaaaa, jo, es que... se nos ha metido un pájaro en la bañera y no sé cómo sacarlo"
Madre de Laura (suspiro):
- A ver, ¿está muerto?
Yo, por quien suspira:
- Pues, no sé, no se mueve, pero no estoy seguro de que esté muerto.
Madre de Laura:
- Bueno, coge un trapo que esté ya muy viejo y que luego no te dé pena tirarlo y se lo echas por encima al pájaro. Para que no se mueva en caso de que esté vivo. Y después, te pones unos guantes, agarras el trapo con el pájaro dentro (muy importante este dato) y lo llevas a la basura si está muerto o lo dejas en la terraza si está vivo para que eche a volar él solo. ¿Vale?
Yo:
- Vale, yo lo intento. Trapo, guantes y a la calle.
Madre de Laura (que suspira de nuevo):
- Eso es. Venga, machote que tú puedes con el pájaro.

No sé cómo lo hace, pero la madre de Laura siempre te hace sentir mejor. Así que cualgo el teléfono., cojo un trapo raído que quería tirar desde hacía tiempo y me acerco a la bañera. Con precaución y el delantal, como si fuera una coraza. en fin... que el pájaro está en mi casa, así que hago lo que yo quiero, ¿no?
Me acerco al bicho, guantes y trapo en ristre y dejo caer la tela. Con tan mala suerte que una ráfaga de viento (¿de dónde? no sé, pero qué oportuna la tía) me deja el pájaro a mitad de tapar. Y resulta que el bicho NO está muerto, sino que comienza a patalear en el suelo de la bañera. Me entra un terror inclasificable e inexplicable y salgo del baño cerrando la puerta tras de mí.
Ahora sí que la he hecho buena. No solo no he cogido el pájaro sino que lo he despertado, por lo que, mucho me temo, va a estar todo el fin de semana dando vueltas por el baño hasta que alguien de la casa venga y se lo cargue o se lo lleve o lo adoptemos finalmente como mascota.
Pero pasados unos minutos no escucho revolotear de alas, así que armándome de un valor que no tengo ni de lejos, me asomo otra vez a la bañera del terror.
Ahí está el bicho, intentando salir de la bañera, pero resbalándose en cada intento.
Cojo otro trapo (el anterior lo sigue arrastrando el bicho y no quiero dejarle sin juguete, por lo que pueda pasar) y esta vez cierro la ventana antes de calcular una parábola perfecta que me permita tapar al bicho por completo.
Así lo hago. El trapo ya está encima del pájaro. Así que solo me queda realizar la parte interesantemente asquerosa: coger al bicho con las manos y llevarlo a la terraza.
Nunca había resoplado tantas veces seguidas, pero allí estoy, a diez centímetros de pillar al bicho.
Una, dos y TRES.
Elliot corre por el baño, recorre el salón, salta una silla, abre la puerta de la terraza y deposita (deja caer) el trapo con su contenido sorpresa sobre el suelo.

Cojo el cepillo, arrastro el trapo hacia atrás y veo que el pájaro se asoma, se acerca al borde de la terraza y cae. No llego a comprobar si resucita por el aire y vuela o cae estrepitósamente desde el 6º. Me da igual y me la refanfinfla.
Recojo el trapo, tiro todos los enseres utilizados en la empresa y vacío un bote de limpiabañeras sobre la misma.
Ya he hecho la proeza de la década. Hasta dentro de diez años, que nadie me pida abrir un abrefácil, que ya he cumplido el cupo.
Y como prueba de vida (o muerte) del animal, la foto:




Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

21 julio 2010

CUCATÓN

Me pasé la tarde hablando de cucarachas con Laura y luego, claro, luego pasa lo que pasa.
Ya he tenido bastantes aventuras referidas a estos simpáticos animales que han aparecido por este diario. Bichos cuya visión, Laura, a fuerza de entrar en contacto con ellos noche tras noche, ya supera sin problemas.

Así que, de vuelta para casa ayer por la noche, caminaba pensando en la célebre frase "los chicles no se mueven". En esas estaba tan tranquilo cuando vi por el rabillo del ojo izquierdo algo que se movía, por lo que deduje que no podía ser un chicle.

Me asusto y salto hacia la derecha mientras el bicho hace lo propio, pero hacia la izquierda. ¿Los bichos estos pueden saltar tan alto?

Claro, será porque no es una cucaracha, sino un ratón. O puede que las cucarachas, al ser tan listas, ya sepan disfrazarse de otro animales menos... menos... cucarachas que ellas.

Nos miramos, nos reímos y nos despedimos.

Al final va a ser cierto eso de que me estoy volviendo un poco topo... como siga así, voy a poder montar mi propio zoo.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

12 julio 2010

AY QUE ME ROBAN!!

Por primera vez utilizo mi móvil como portador de música. Me pongo los cascos, esos que cuando me los meto en las orejas no escucho más que mi propia respiración, y salgo a la calle.

Mola escuchar lo que yo quiero durante el trayecto. Parece que estoy en la película Amélie y eso me sube la moral, va a ser un buen día.

Hago todos los recados que tengo que hacer, los autobuses llegan a su hora, los metros llegan sin tener que esperar. Lo que decía, un buen día.

Ya me dirijo para casa. Vuelvo a ponerme los cascos y continúo mi camino. En un momento dado me acuerdo de que tengo que llamar a un amigo, así que meto la mano en la mochila y lo busco.
No encuentro nada en el bolsillo en el que debería estar. Tampoco en el bolsillo pequeño, ni en el grande. Me empiezo a poner nervioso.

Me paro, abro la mochila y miro más detenidamente. Mentalmente repaso los sitios en los que he estado esta tarde y no lo he sacado en ningún momento, así que solo puede haber dos opciones: o me lo he dejado en casa, o me lo han robado.

Espero ser un desastre absoluto y habermelo dejado en casa, pero mi estómago se encoge, así que creo que me lo han robado. Noooo, otra vez noooooo.

Las lágrimas empiezan a juntarse en los ojos. No puede ser, otra vez. Tampoco es muy grave, lo sé, pero este móvil era bueno, era bonito, nuevo, podía hacer fotos, podía escuchar música, como la que estoy escuchando en estos momentos. Qué buena idea estos cascos, qué bien se escuchan las canciones...
Me paro, me levanto, me llevo las manos a las orejas y efectivamente, los auriculares siguen ahí, yo sigo escuchando a REM y mis ojos siguen el rastro que deja el cable de los cascos. Éste llega a mi bolsillo. Mi mano va hasta allí. Entra y...
Sí, ahí tengo el móvil, intacto, perfecto, escupiendo canciones una detrás de otra. Desde hace... más de tres horas, cuando me puse los auriculares por primera vez junto a los buzones de mi casa y me dije: "Voy a utilizar mi móvil como aparato de música por primera vez. Pero por si acaso hay canciones que no me gustan, lo voy a poner en el bolsillo que será más fácil encontrarlo."

Me gustaría escucharme a veces...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

11 mayo 2010

A la cárcel... Y dos veces!!

Voy a comprar, la nevera ya no aguanta más y me llora desconsolada y mi estómago más.

Llego al supermercado, como no tengo bolso tengo que dejar la mochila encerrada en una bolsa de plástico que me dan al entrar. Siempre veo bolsos más grandes que mi mochila, peeeero, parece que un bolso gigante no se puede robar.

Casi nunca cojo cesta, y menos hoy que sólo he venido a comprar pan y fruta.
Bueno, paso por un pasillo en el que veo un bote de aceitunas muy barato y se me antojan.

Camino hacia el pasillo del pan, en ese momento, el móvil suena. Pero el móvil está dentro de la mochila y la mochila está dentro de la bolsa de plástico. Así que no sé qué hacer.
En un momento pienso en pasar del móvil, pero la canción sigue sonando y se me ocurre que a lo mejor me llaman porque he ganado un premio o porque le van a dar un trabajo a Laura (compartimos Móvil), así que me decido, voy a coger la llamada.

Pero tengo la mochila dentro de la bolsa y eso significa que para sacar el móvil tengo que abrir la bolsa, pero estoy dentro del supermercado y eso está prohibido, así que salgo corriendo hacia la salida porque el móvil sigue sonando, así que tiene que ser importante.

Pero cuando voy a llegar a lo de la salida sin compra porque el móvil está dentro de la mochila y la mochila está dentro de la bolsa precintada, un pitido me paraliza.

NOOOOO!!!! Estoy saliendo del supermercado para que no me digan que rompo el precinto de la bolsa, pero se me ha olvidado dejar las aceitunas que están en mi mano y salta la alarma!!!!!!

Y es MUY, pero que MUY mala idea, tratar de salir de un supermercado corriendo como yo lo estaba haciendo!

El segurata me detiene, yo miro mi mano, veo las aceitunas y me pongo a gimotear. CÓMO NARICES LE EXPLICO LO QUE HA PASADO???

Elliot, todo seguido y casi sin respirar:
- No, señor segurata, no trataba de robar una lata de aceitunas, que cutre soy, pero no creo llegar a esto, sería poco menos que tocar fondo y todavía quiero explorar mis límites. Es sólo que... bueno, me sonaba el móvil y por ser legal y no abrir la bolsa precintada pues he salido corriendo para cogerlo, pero se me ha olvidado que llevaba una lata de aceitunas en la mano y ha saltado la alarma y por eso estamos usted y yo hablando en estos momentos... + sonrisa final.

Señor segurata:
- Ya, la verdad es que para robar una lata de aceitunas...

Elliot, con sonrisa final:
- Por eso, por eso...

Señor segurata:
- Anda, deja la lata aquí, quita la bolsa, coge el móvil y si quieres vuelve a entrar.

Elliot, sonrisa final haciéndose menos falsa:
- Gracias.

Y me voy aún con las piernas temblando, abro la bolsa, saco el móvil de la mochila y veo la llamada perdida. No reconozco el número y como es como de despacho, no llamo.

Pero suena de nuevo en ese momento. Lo cojo y al otro lado alguien me contesta:

- Hola, soy Félix Something, Something, le llamo de Moviscloud para preguntarle si está contento con su actual compañía de teléfono.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGG
No vuelvo a coger nunca más el teléfono!

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.


04 mayo 2010

Absurdos nombres!

Laura a una compañera suya de clase:
- Jo, nunca me acuerdo de tu nombre.

Chica de cuyo nombre Laura no se acordaba:
- Laura.



Elliot, en un centro comercial:
- Tengo que hablar con el gerente, tenía un nombre compuesto, José Luis, me parece.

Dependiente de todo menos pendiente:
- Pedro Antonio?

Elliot:
- Emmmm, puede, puede, no lo voy a negar...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

19 abril 2010

No me chilles que... te contesto lo que quiero

Ciego no estoy, pero estoy pensando que sordo puede. Y no un poquito.

Señor Sonriente y Charleta:
- Perdona, ese colgante que llevas en el cuello... ¿es auténtico de ballena?

Yo, en mi mundo y entendiendo lo que me da la gana:
- No, es de México.

Nada más que añadir.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

13 abril 2010

Lentillas de cristal

Volvemos a la normalidad, es decir, este ya vuelve a ser mi propio diario, así que no necesito ya la autorización de Laura para contar las cosas que me pasan o que le pasan, o que me pasan con ella o que nos pasan a los dos a la vez.
En este caso, íbamos los dos juntos, pero le pasó a ella, que es la que lleva gafas. Yo soy miope, pero todavía no me he decidido si quiero ser un gafapasta o parecerme más a mi primo Harry.

Salimos de clase y nos dirigimos a comer a la cafetería. Quien dice comer, dice comprarnos una palmera de chocolate gigante que es lo único que merece la pena de toda la Universidad.
Resulta que no sé en qué momento cambiaron las puertas ultrapesadas de entrada por las mismas puertas, pero que se abren automáticamente.
Automáticamente, cuando quieren y a la velocidad que ellas quieren.
Allí que nos vamos y, como buen despistado, cedo el paso a Laura. A dos centímetros de las puertas éstas siguen sin abrirse y en el momento que Laura ya apoya su mano en el abridor, éstas se abren.
Con todo el peso que su forja de plomo (por lo menos) puede ejercer, las puertas automáticas impactan contra la cara de Laura que, gracias a sus gafas, consigue evitar el chichón en la cabeza, pero no evita que las susodichas gafas se queden más incrustadas en su cara de lo normal. No se rompen, pero poco más y Laura inventa las lentillas de cristal, con todas sus consecuencias.
Aún lleva la marca de las gafas en la nariz, lo que le recuerda (y a mi con ella), que es más seguro utilizar las otras puertas que NO son automáticas y aunque pesen quince kilos, seguro que no nos inmortalizan dejando nuestro rostro en el duro acero o en el frío cristal. Porque conociéndonos, seguro que nos rompemos la nariz antes de hacerle daño al vidrio...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

12 abril 2010

Volareeee, o no

Nuestra aventura danesa termina y el aeropuerto es lo último que veremos de estas tierras que nos han acogido durante estos meses. Pero, ¿acaso pensaban que nos podíamos ir sin una última situación surrealista?
Llegamos al aeropuerto y vamos a facturar. Como las máquinas no nos gustan, preferimos ir al mostrador a pesar las maletas (con el miedo que produce este acto siempre)y a decir nuestras últimas palabras en danés.
Antes de empezar la historia, les indicaré que por hacer un gesto social, compramos un billete que iba de Copenhague a Barcelona y tras dos horas allí, cogíamos otros avión para llegar a Madrid. Es decir, para un viaje que normalmente dura tres horas y media, íbamos a estar casi doce entre unas cosas y otras. Pero todo sea por eso de hacer vida social...
En el mostrador, tres horas antes del vuelo (o fueron cuatro?) nos atiende una chica muy amable que nos dice que hay overbooking en nuestro avión. Como nunca nos había pasado esto, le preguntamos una y mil veces qué pasa con eso y nos explica: "Bueno, pues que en vuestro vuelo igual no hay asiento para vosotros (¿cómo que no, que tengo billete desde hace dos meses?) y que os tendríamos que reubicar en otro avión que, lamentablemente no hace escala en Barcelona, sino que va directo a Madrid" (¿Lamentablemente?) Laura me da un codazo para que no sonría y ambos ponemos cara de circunstancias. Como nos ve esa cara de "Jo, qué lástima, vamos a perder el apasionante viaje a Barcelona y la consiguiente espera porque hay overbooking..." nos dice que por las molestias causadas se nos recompensará con una gratificación económica. Madre mía, se me está saliendo la sonrisa y no me puedo contener!!!!!!!
Así que pillo la primera maleta y la pongo encima de la cinta, no veo el peso pero he aprendido a rezar sólo para este momento, así que confío en los astros. Pongo la segunda maleta y Laura está empezando a sudar.
Afortunadamente, la chica del mostrador nos felicita con una gran sonrisa: "Qué suerte, entre ambas maletas pesan justo 20 kilos". Estos astros buenos...

Así que con la mochila y con un billete de "Voluntario" en la mano nos pasamos dos horas recorriendo las tiendas del aeropuerto. Llega la hora de embarcar y sigo hablando con los astros para que haya overbooking.
Llegamos al mostrador, decimos que somos "Voluntarios" y nos apartan a un lado junto a una chica que también es española. Nos comenta que le ha pasado lo mismo, pero nos invita a ir en ese avión si sobran las plazas porque ella prefiere ir a Madrid directamente. Ah, claro, nosotros también así que... esto puede ser la guerra.

Va pasando todo el mundo, incluidos los amigos con los que había quedado y que me saludan con la mano desde el interior ya de la sala de espera. Yo no paro de acordarme de las estrellas polares, fugaces y las que tengo pegadas en el techo de mi habitación.
Es la hora del cierre de puertas y la azafata, con una sonrisa enorme, nos dice que hemos tenido suerte y que han sobrado plazas, así que nos podemos subir a ese avión... ¿Suerte? No diría yo eso... y como perder no perdemos nada si preguntamos, Laura le dice si no podríamos ir en el otro avión. Imposible, sigue diciendo con su sonrisa. Así que no tenemos más remedio que entrar en el túnel del avión y esperar a sentarnos en algún asiento libre.
Pero, cuando ya nos íbamos a sentar, la azafata nos manda salir a la otra chica española y a nosotros. Nos comenta que ha venido una persona de última hora y que uno de nosotros se puede ir en el avión directo. Las miradas se convierten en cuchillos, pero como nosotros vamos dos, al final le dejamos a la otra chica. Nos da las gracias y nosotros nos vamos al interior del avión de Barcelona.
Cuando ya estábamos llorando por nuestra mala suerte, dos chicos llegan corriendo y nos preguntan si el avión ya está cerrado. No sabemos nada, así que esperamos a que llegue la azafata. Ella le dice que no, que pueden subir, por lo que nosotros nos quedamos fuera y NOS VAMOS EN EL DIRECTO!!!! Y con 50 euros en el bolsillo por las molestias. Increíble. Lo único malo es que tenemos que hacer una reclamación porque el vuelo salía a las 1420 y son las 1440 por lo que es imposible que ahora nos quiten las maletas y nos las pongan en el avión correspondiente. Así que tendremos que esperar a que llegue el otro avión o dejar nuestra dirección para que nos las envíen a casa.

Tres horas y media más tarde, llegamos a Madrid, con la mochila, ponemos la reclamación y nos vamos a casa más felices que unas castañuelas porque... hemos llegado cuatro horas antes, con cincuenta euros en el bolsillo y sin preocuparnos por las maletas porque nos las llevarán en unos días a casa.

VIVA EL OVERBOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO-KING!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

25 febrero 2010

Llegaremos alguna vez a Estocolmo? (2ª parte)

Pues ya no estoy seguro de llegar porque hemos acertado en la fila, pero...
por qué en la pantalla pone que ese avión va a Ginebra?
Yo ya no entiendo nada, pero Laura está más pendiente de que la maleta le quepa en el mini espacio que deja Ryanair que de mi, así que no nota mi sudor frío por la frente mientras le toco la espalda para advertirle que el billete es para Estocolmo (aunque ya no estoy tan seguro) y esa fila parece que va a Ginebra.
Que, vamos, a mi no me importaría en absoluto, pero como lo que quiero es viajar un poco más lejos del aeropuerto, me da miedo que las azafatas tan simpáticas me digan que no puedo ir a ningún sitio. Y entonces sí que habrá sido el viaje más... elliot de mi vida.

Por fín Laura se vuelve y mira mi cara de susto, la suya también se vuelve así cuando ve la pantalla que le estoy señalando. Pero Laura tiene incluso más ganas que yo de viajar, así que va preguntando uno por uno a todos los pasajeros que tenemos alrededor. Al final, uno de ellos se da cuenta de la pantalla, pero nos tranquiliza. Sí, él también tiene un billete para Estocolmo.
Bueno, problema de muchos... alivio para nosotros.

Así que esperamos en la cola hasta que nos toca el turno. Laura no sé cómo lo ha hecho, pero ha puesto su cara de mala leche (jajajaja) y no ha tenido que poner la maleta en el absurdo espacio ese. Hemos entregado los billetes, nos han devuelto la mitad y nos hemos ido hacia el avión.

Parecían tener mucha prisa las azafatas y es que llevábamos más de media hora de retraso, así que nos han ido dirigiendo hasta las escaleras del avión. Allí es donde Laura ha revisado por cuarta vez sus billetes (ahora no es cuestión de llegar a Estocolmo y quedarnos a vivir allí para siempre, o sí?) y mira si tiene todos los billetes que nos quedan por usar.

Todos? No, a Laura le falta el de vuelta de Londres a Aarhus. Pero, ¿dónde lo ha dejado?
La respuesta me llega en forma de papel cortado. La azafata de la puerta, debido a la prisa que tenía, ha optado por cortar directamente todos los billetes de Laura, en vez de sólo el que correspondía. Así que la cara de Laura se descompone, me tira la maleta, los billetes, el abrigo y no sé qué más y sale volando otra vez hacia el aeropuerto. Ha debido de subir las escaleras de ocho en ocho, dejar un surco a lo Correcaminos por la alfombra porque después me ha contado que ha llegado antes de que la gente acabara de enseñar los billetes.
Entre los nervios y nuestro super inglés, parece que ha mostrado el billete a la azafata y ha conseguido que entendiera, por gestos nerviosos y lágrimas de sudor por la frente, que le habían cortado un billete de más.

Ha vuelto al avión, yo ya estaba sentado con la mochila en el armarito de arriba y le guardaba un sitio a mi lado. Ha llegado, se ha derrumbado y se ha tenido que volver a levantar de inmediato porque una de la azafatas le ha gritado que no podía dejar la maleta en el suelo.
Hemos buscado un sitio en los compartimentos, pero no quedaba nada libre, así que la única opción que nos han dado era dejar la maleta junto al resto de maletas en la bodega.
Nos hemos negado en redondo y en cuadrado porque lo que queremos es visitar Estocolmo y no esperar dos horas a que salga la maleta. Y como los del avión tenían ya ganas de salir volando y nunca mejor dicho, le han dicho a Laura que hiciera lo que le diera la gana (eso lo han entendido hasta los japoneses que viajaban a nuestro lado).
Hemos metido la maleta debajo el asiento y nos hemos abrochado el cinturón cuando el avión ya se movía.

Bueno, parece que la pista está despejada y que nos toca llegar a Estocolmo, por fin...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot y Laura