25 julio 2010

MAMÁAAAAAAA, HAY UN BICHO NEGRO EN MI BAÑERAAAAAAAAAAAAA

Vuelvo de una excursión estupenda y lo único que me apetece es ponerme en la ducha a ver si me refresco un poco. Dejo la mochila en el suelo y me dirijo al baño rápidamente. Porque realmente me quiero duchar inmediatamente y porque, sí, también la vejiga de uno es limitada.

Así que ahí me voy, con toda mi prisa, pero pronto algo llama mi atención. Es una cosa negra que está dentro de la bañera. Un trapo, seguro. Voy a quitarlo por eso de que los placeres mundanos hay que disfrutarlos en todo su esplendor.

Acerco mi mano cuando, de pronto, mi pis huye y las ganas se me congelan. No es un trapo lo que voy a intentar quitar de la bañera, no. ES UN BICHO ENOOOOOOOOOOOOOORMEEEEEE!
Vamos, tan enorme es que deja de ser un bicho para mutarse en un PÁJARO NEGRO, ENORME, ATROZ, SALVAJE, LLENO DE PULGAS Y ENFERMEDADES MALAS (seguro), AMENAZADOR, CRUEL, SANGUINARIO, CON OJOS DE ASESINO que no sé si está vivo o muerto, pero ahí está, en MI bañera.
Y como digo, las ganas de hacer pis se han evaporado, pero han venido en su lugar una especie de tensión agobiante a lo Hitchcock que me está haciendo palidecer por momentos. ¿Qué hago? Jooooo, que yo solo quiero ducharme y dormir para estar despejado mañana...
Será pájaro de mal agüero.

Pero no puedo estar toda la noche con el bicho en mi bañera. Más que nada porque estoy yo solo el fin de semana y no me apetece tener que lidiar con el pajarito hasta que venga el resto de ocupantes de la casa a socorrerme.
Bueno, para estos casos, nada mejor que recurrir a la voz de la experiencia y a la que nos saca de todos los líos habidos y generados por nosotros mismos: la madre de Laura. (¿acaso pensaban que sería Laura la persona elegida para estos menesteres? buajajajaja)
Así que la llamamos: "Madre de Lauraaaaaa, jo, es que... se nos ha metido un pájaro en la bañera y no sé cómo sacarlo"
Madre de Laura (suspiro):
- A ver, ¿está muerto?
Yo, por quien suspira:
- Pues, no sé, no se mueve, pero no estoy seguro de que esté muerto.
Madre de Laura:
- Bueno, coge un trapo que esté ya muy viejo y que luego no te dé pena tirarlo y se lo echas por encima al pájaro. Para que no se mueva en caso de que esté vivo. Y después, te pones unos guantes, agarras el trapo con el pájaro dentro (muy importante este dato) y lo llevas a la basura si está muerto o lo dejas en la terraza si está vivo para que eche a volar él solo. ¿Vale?
Yo:
- Vale, yo lo intento. Trapo, guantes y a la calle.
Madre de Laura (que suspira de nuevo):
- Eso es. Venga, machote que tú puedes con el pájaro.

No sé cómo lo hace, pero la madre de Laura siempre te hace sentir mejor. Así que cualgo el teléfono., cojo un trapo raído que quería tirar desde hacía tiempo y me acerco a la bañera. Con precaución y el delantal, como si fuera una coraza. en fin... que el pájaro está en mi casa, así que hago lo que yo quiero, ¿no?
Me acerco al bicho, guantes y trapo en ristre y dejo caer la tela. Con tan mala suerte que una ráfaga de viento (¿de dónde? no sé, pero qué oportuna la tía) me deja el pájaro a mitad de tapar. Y resulta que el bicho NO está muerto, sino que comienza a patalear en el suelo de la bañera. Me entra un terror inclasificable e inexplicable y salgo del baño cerrando la puerta tras de mí.
Ahora sí que la he hecho buena. No solo no he cogido el pájaro sino que lo he despertado, por lo que, mucho me temo, va a estar todo el fin de semana dando vueltas por el baño hasta que alguien de la casa venga y se lo cargue o se lo lleve o lo adoptemos finalmente como mascota.
Pero pasados unos minutos no escucho revolotear de alas, así que armándome de un valor que no tengo ni de lejos, me asomo otra vez a la bañera del terror.
Ahí está el bicho, intentando salir de la bañera, pero resbalándose en cada intento.
Cojo otro trapo (el anterior lo sigue arrastrando el bicho y no quiero dejarle sin juguete, por lo que pueda pasar) y esta vez cierro la ventana antes de calcular una parábola perfecta que me permita tapar al bicho por completo.
Así lo hago. El trapo ya está encima del pájaro. Así que solo me queda realizar la parte interesantemente asquerosa: coger al bicho con las manos y llevarlo a la terraza.
Nunca había resoplado tantas veces seguidas, pero allí estoy, a diez centímetros de pillar al bicho.
Una, dos y TRES.
Elliot corre por el baño, recorre el salón, salta una silla, abre la puerta de la terraza y deposita (deja caer) el trapo con su contenido sorpresa sobre el suelo.

Cojo el cepillo, arrastro el trapo hacia atrás y veo que el pájaro se asoma, se acerca al borde de la terraza y cae. No llego a comprobar si resucita por el aire y vuela o cae estrepitósamente desde el 6º. Me da igual y me la refanfinfla.
Recojo el trapo, tiro todos los enseres utilizados en la empresa y vacío un bote de limpiabañeras sobre la misma.
Ya he hecho la proeza de la década. Hasta dentro de diez años, que nadie me pida abrir un abrefácil, que ya he cumplido el cupo.
Y como prueba de vida (o muerte) del animal, la foto:




Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

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