29 julio 2010

CRASH EN EL METRO

El metro, ese lugar donde siempre pasa algo.

Esta mañana iba con prisa (con qué si no), menos mal que el metro me ha hecho caso y ha llegado cuando yo se lo he pedido (mola pensar que es así, ¿eh?).
En diez minutos estaba en mi destino. He abierto las puertas y he salido como un rayo hacia las escaleras de subida.
He llegado a la planta calle y me he dispuesto a salir de la estación rápido como una centella asiática. He cogido con toda mi fuerza explosiva la barra de los torniquetes de salida y...

Y si hubiera sido más alto, hubiera dado una voltereta completa, cayendo con elegancia al otro lado.
Pero como uno es más bien pequeño, lo que ha hecho ha sido comprimir su cuerpo en dos centímetros. La mano que sujetaba la barra se ha empotrado contra las costillas que han chafado los pulmones que han aparecido de relieve por la espalda. El estómago ha hecho un amago de contraerse permitiendo que su relleno saliera a la luz y el hígado ha chillado de estrujamiento.

Por muy fuerte que yo fuera, la barra ha sido más que yo. Y no se ha abierto. Así que imaginen la fuerza centrípeta o centrífuga o centrada en el estómago que el hierro ha ejercido en mi cuerpo.

Un minuto me ha llevado recuperar la respiración, hasta que los pulmones, las costillas, el estómago, el hígado y la mano han recuperado su estatus. Aún tosiendo por el impacto, he mirado hacia la caseta de los tipos del metro y solo me he encontrado con una cara gris que miraba al infinito sin percatarse de que esa barra ha estado a punto de partirme en dos.

He llegado tarde, por supuesto, y lo peor es que fijo que ya me está saliendo un moratón con forma de barra de hierro en mitad del cuerpo. Voy a ser "Elliot 1/2".

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un día te matas... y lo peor va a ser que quién va a actualizar el blog con el viajecito :D, bueno cuídate mucho...

Laura Marta dijo...

Que no cunda el pánico, el día que me mate seguro que podré conectarme a internet para escribirlo en el diario. Me debo a mis lectores, querido Anónimo, y por ellos, hasta el infinito y más allá.

Nos leemos,
Elliot.