Voy con Laura a comprar a un centro comercial.
Está en la otra punta del mundo por lo que pasamos tres cuartos de hora metidos en el metro.
Llegamos, miramos, no compramos, nos toman por delincuentes y nos vamos.
Decidimos volver en autobús, porque el camino será igual de largo, pero todavía es de día, así que podremos ir mirando el paisaje, atasco, polución del trayecto.
Como no tenemos ni idea de qué autobús nos lleva hasta el centro, le pregunto a una señora y me contesta que cualquiera de los autobuses que paren aquí lleva hasta el centro.
Fácil hasta para nosotros...
Llega un autobús, nos subimos, pero Laura tiene la excelente virtud de la desconfianza, por lo que le pregunta al autobusero si realmente llegamos hasta el centro.
El autobusero nos dice que sí, que al centro, pero de un pueblo de la sierra.
Ya a punto de cerrar las puertas, Laura y yo saltamos a la calle, de nuevo.
Laura me mira, yo encojo los hombros y ambos miramos a la señora que me había dicho que "Cualquiera de los autobuses que paren aquí lleva hasta el centro". Pero la señora no se da por aludida y sigue mirándose los pies.
Me pregunto por qué la gente te miente de esta forma tan descarada y sin ninguna razón.
Nos leemos en el siguiente,
Elliot.
Elliot.