Una sala llena de gente. Algunos leen, otros miran al infinito, otros cuidan de algún bebé, dos o tres hablan por teléfono, pero todos, absolutamente todos, están mortalmente aburridos. Llevan esperando que les atiendan entre cinco minutos y dos horas.
Bienvenidos a una oficina del INEM.
Yo entro a las 10:33 am. Observo a mi alrededor y sólo veo gente y unas mesas donde una persona habla con otra persona sobre cosas que no entiendo mucho.
Así que ahí me encontraba yo, en medio de algo completamente desconocido para mi, por lo que me costó acostumbrarme a ese nuevo escenario que nunca había pisado.
Y lo que todavía entiendo menos es que tengo que coger algún tipo de ticket porque esto, como la carnecería, va por número. (¿Me pone cuarto y mitad de camionero? No mire, eso en la mesa B131, aquí sólo le podemos ofrecer un kilo de administrativo en una gran empresa envasado al vacío. Ay, sí, perdone y gracias)
Pregunté qué ticket debía coger. Cogí el número 54 e iban por el 13…
Como parecía que la cosa iba para largo, opté por realizar el siguiente recado que tenía en la agenda: Apuntarme a inglés en la Escuela de Idiomas, así que allá que me fui.
Estaba también cerca de mi casa, no tarde en ir, coger la inscripción, preguntar dudas y volver a la oficina de empleo.
Cuando llegué sólo habían pasado tres personas, pero traté de mimetizarme con el entorno, así que me cogí un periódico de esos gratuitos, Metro, ADN, DNI, o algo de eso y me puse a leerlo. Y como no había asientos libres me apoyé en una pared, pero pronto me di cuenta de mi error.
Como llevaba la mochila no me percaté de que había una palanca en el trozo de pared en la que me había apoyado. Debí de activarla de algún modo, porque de repente la pared se abrió (así sin más, ni ábrete sésamo ni nada) y consecuentemente yo caí literalmente de culo al otro lado de la pared.
¿Saben esas tortugas enanas que algún amigo tenía siempre en una de esas peceras-isla de plástico con palmerita y todo? Pues más bien parecía una de ellas cuando las poníamos boca arriba… (o cáscara abajo…)
Al darme cuenta de que no me había apoyado en la pared sino en una puerta (esta sí que estaba mimetizada con la pared) de emergencia con esas barras que empujas y se abren, me entró un ataque contagioso de risa, aunque no sé si empecé yo o empezaron a reírse las 80 personas que seguían aburridas sentadas esperando su turno.
Con tanta gente riéndose de mi, sentí algo parecido al ridículo, por lo que salí corriendo y acabé apuntándome a alemán.
Nos leemos en el siguiente,
Elliot.
PS: Al final logré apuntarme, bajo la atenta (y divertida) mirada de los que estaban detrás de mi en la cola…