05 agosto 2009

Madre mía, qué malo es el sueño.

Son las ocho menos diez de la mañana.
Acabo de llegar a la empresa en la que hago las prácticas, pero hoy es un día especial.
Es mi último día.

Me siento en la silla.
Dejo la mochila en el suelo.
Abro un ojo.
Enciendo el ordenador.
Cierro el ojo.
Abro el otro ojo.
Abro los dos de golpe porque se me olvidó quitarle el sonido al ordenador y la bienvenida de Windows me pega un susto de muerte.
Espero a que se ponga en marcha el ordenador.
Espero a que se ponga en marcha el ordenador.
Cierro un ojo.
Espero a que se ponga en marcha el ordenador.
Cierro el otro ojo.
Espero a que se ponga en marcha el ordenador.
Creo que me he dormido.
Ordenador me indica que ya se ha despertado él también.
Abro un ojo.
Muevo el ratón hasta Inicio.
Ojo se me cierra.
Le doy a Inicio.
Abro el otro ojo.
El ratón se mueve hasta Apagar.
Cierro el otro ojo.
Windows me chilla que se apaga.

Vale, estoy idiota.
Otros diez minutos para, ahora sí, encender el ordenador (sin quitar todavía el sonido, la musiquita de Windows no se me va a ir en todo el día) e intentar ponerme a trabajar.
Hoy va a ser un día muuuuuuuuuuuuuuuuy largo.


Nos leemos en el siguiente,
Elliot.