19 abril 2010

No me chilles que... te contesto lo que quiero

Ciego no estoy, pero estoy pensando que sordo puede. Y no un poquito.

Señor Sonriente y Charleta:
- Perdona, ese colgante que llevas en el cuello... ¿es auténtico de ballena?

Yo, en mi mundo y entendiendo lo que me da la gana:
- No, es de México.

Nada más que añadir.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

13 abril 2010

Lentillas de cristal

Volvemos a la normalidad, es decir, este ya vuelve a ser mi propio diario, así que no necesito ya la autorización de Laura para contar las cosas que me pasan o que le pasan, o que me pasan con ella o que nos pasan a los dos a la vez.
En este caso, íbamos los dos juntos, pero le pasó a ella, que es la que lleva gafas. Yo soy miope, pero todavía no me he decidido si quiero ser un gafapasta o parecerme más a mi primo Harry.

Salimos de clase y nos dirigimos a comer a la cafetería. Quien dice comer, dice comprarnos una palmera de chocolate gigante que es lo único que merece la pena de toda la Universidad.
Resulta que no sé en qué momento cambiaron las puertas ultrapesadas de entrada por las mismas puertas, pero que se abren automáticamente.
Automáticamente, cuando quieren y a la velocidad que ellas quieren.
Allí que nos vamos y, como buen despistado, cedo el paso a Laura. A dos centímetros de las puertas éstas siguen sin abrirse y en el momento que Laura ya apoya su mano en el abridor, éstas se abren.
Con todo el peso que su forja de plomo (por lo menos) puede ejercer, las puertas automáticas impactan contra la cara de Laura que, gracias a sus gafas, consigue evitar el chichón en la cabeza, pero no evita que las susodichas gafas se queden más incrustadas en su cara de lo normal. No se rompen, pero poco más y Laura inventa las lentillas de cristal, con todas sus consecuencias.
Aún lleva la marca de las gafas en la nariz, lo que le recuerda (y a mi con ella), que es más seguro utilizar las otras puertas que NO son automáticas y aunque pesen quince kilos, seguro que no nos inmortalizan dejando nuestro rostro en el duro acero o en el frío cristal. Porque conociéndonos, seguro que nos rompemos la nariz antes de hacerle daño al vidrio...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

12 abril 2010

Volareeee, o no

Nuestra aventura danesa termina y el aeropuerto es lo último que veremos de estas tierras que nos han acogido durante estos meses. Pero, ¿acaso pensaban que nos podíamos ir sin una última situación surrealista?
Llegamos al aeropuerto y vamos a facturar. Como las máquinas no nos gustan, preferimos ir al mostrador a pesar las maletas (con el miedo que produce este acto siempre)y a decir nuestras últimas palabras en danés.
Antes de empezar la historia, les indicaré que por hacer un gesto social, compramos un billete que iba de Copenhague a Barcelona y tras dos horas allí, cogíamos otros avión para llegar a Madrid. Es decir, para un viaje que normalmente dura tres horas y media, íbamos a estar casi doce entre unas cosas y otras. Pero todo sea por eso de hacer vida social...
En el mostrador, tres horas antes del vuelo (o fueron cuatro?) nos atiende una chica muy amable que nos dice que hay overbooking en nuestro avión. Como nunca nos había pasado esto, le preguntamos una y mil veces qué pasa con eso y nos explica: "Bueno, pues que en vuestro vuelo igual no hay asiento para vosotros (¿cómo que no, que tengo billete desde hace dos meses?) y que os tendríamos que reubicar en otro avión que, lamentablemente no hace escala en Barcelona, sino que va directo a Madrid" (¿Lamentablemente?) Laura me da un codazo para que no sonría y ambos ponemos cara de circunstancias. Como nos ve esa cara de "Jo, qué lástima, vamos a perder el apasionante viaje a Barcelona y la consiguiente espera porque hay overbooking..." nos dice que por las molestias causadas se nos recompensará con una gratificación económica. Madre mía, se me está saliendo la sonrisa y no me puedo contener!!!!!!!
Así que pillo la primera maleta y la pongo encima de la cinta, no veo el peso pero he aprendido a rezar sólo para este momento, así que confío en los astros. Pongo la segunda maleta y Laura está empezando a sudar.
Afortunadamente, la chica del mostrador nos felicita con una gran sonrisa: "Qué suerte, entre ambas maletas pesan justo 20 kilos". Estos astros buenos...

Así que con la mochila y con un billete de "Voluntario" en la mano nos pasamos dos horas recorriendo las tiendas del aeropuerto. Llega la hora de embarcar y sigo hablando con los astros para que haya overbooking.
Llegamos al mostrador, decimos que somos "Voluntarios" y nos apartan a un lado junto a una chica que también es española. Nos comenta que le ha pasado lo mismo, pero nos invita a ir en ese avión si sobran las plazas porque ella prefiere ir a Madrid directamente. Ah, claro, nosotros también así que... esto puede ser la guerra.

Va pasando todo el mundo, incluidos los amigos con los que había quedado y que me saludan con la mano desde el interior ya de la sala de espera. Yo no paro de acordarme de las estrellas polares, fugaces y las que tengo pegadas en el techo de mi habitación.
Es la hora del cierre de puertas y la azafata, con una sonrisa enorme, nos dice que hemos tenido suerte y que han sobrado plazas, así que nos podemos subir a ese avión... ¿Suerte? No diría yo eso... y como perder no perdemos nada si preguntamos, Laura le dice si no podríamos ir en el otro avión. Imposible, sigue diciendo con su sonrisa. Así que no tenemos más remedio que entrar en el túnel del avión y esperar a sentarnos en algún asiento libre.
Pero, cuando ya nos íbamos a sentar, la azafata nos manda salir a la otra chica española y a nosotros. Nos comenta que ha venido una persona de última hora y que uno de nosotros se puede ir en el avión directo. Las miradas se convierten en cuchillos, pero como nosotros vamos dos, al final le dejamos a la otra chica. Nos da las gracias y nosotros nos vamos al interior del avión de Barcelona.
Cuando ya estábamos llorando por nuestra mala suerte, dos chicos llegan corriendo y nos preguntan si el avión ya está cerrado. No sabemos nada, así que esperamos a que llegue la azafata. Ella le dice que no, que pueden subir, por lo que nosotros nos quedamos fuera y NOS VAMOS EN EL DIRECTO!!!! Y con 50 euros en el bolsillo por las molestias. Increíble. Lo único malo es que tenemos que hacer una reclamación porque el vuelo salía a las 1420 y son las 1440 por lo que es imposible que ahora nos quiten las maletas y nos las pongan en el avión correspondiente. Así que tendremos que esperar a que llegue el otro avión o dejar nuestra dirección para que nos las envíen a casa.

Tres horas y media más tarde, llegamos a Madrid, con la mochila, ponemos la reclamación y nos vamos a casa más felices que unas castañuelas porque... hemos llegado cuatro horas antes, con cincuenta euros en el bolsillo y sin preocuparnos por las maletas porque nos las llevarán en unos días a casa.

VIVA EL OVERBOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO-KING!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.