30 octubre 2007

LOS CASIS

La vida está llena de casis y hoy ha sido el día en el que más me he podido dar cuenta de ello.

Hoy he llegado tarde a trabajar. Y todo por culpa de los casis:

Casi he cogido el metro que estaba en el andén cuando he bajado las escaleras y que me ha cerrado la puerta en las narices.

Casi he cogido el autobús que se ha ido delante de mis narices. Las mismas que habían aplastado las puertas del metro que casi he cogido.

Y casi me he subido al tren Chu-chú de menos diez que nos lleva de paseo hasta el lugar de trabajo y con el que llego en punto.

Pero todo son casis en esta vida:
Por un casi no dejé el piso en el que estoy y me volví a mi ciudad natal.
Por un segundo casi no he ganado un concurso de relatos.
Y por otro casi no me he ido a Suecia seis meses.

Definitivamente odio los casis.


Nos leemos en el siguiente,

Casi Elliot.

26 octubre 2007

El cansancio es malo para la salud física y mental

He pasado una semana bastante complicada. Entre el trabajo y el enfriamiento que no me deja casi respirar y mucho menos saber a qué huelen las nubes (ni las nubes, ni la colonia, ni un pedo, vamos), he tenido una semanita de lo más cansada y eso, tiene sus consecuencias.

Y el cansancio se nota en lo físico y en lo mental, pero vamos primero con lo físico:

- Salgo del lugar de trabajo con sueño, hambre, cansancio y lluvia. Casi no puedo ni abrir los ojos porque esta mañana el despertador se ha puesto a gritar a las seis menos cuarto. No voy a decir las cinco cuarenta y cinco porque entonces sí que me da el bajón.

Miro hacia el cielo y descubro que no hay cielo, pero sí una nube negra negrísima que no sé si es de lluvia o de polución (teniendo en cuenta dónde habito todo podría ser). Pero mis dudas se disipan rápido cuando, todavía sin volver la cabeza hacia el frente, una gota me impacta en el ojo. Ya sabeis la Ley de Murphy, ya puedes tener un cuerpo de trescientos metros cuadrados, que la gota siempre te irá al ojo... Así que comienzan mis días libres lloviendo.

Voy corriendo al metro, que ahí no llueve y veo pasar las paradas hasta que llega la mía. Salgo del metro y el día se ha vuelto noche. Creo que son las cinco de la tarde, pero parecen las diez de la noche. Y llueve, pero no chisporrotea, no. Llueve, como dirían aquí, en madrileño, llueve mazo.

Así que me abrocho la chaqueta y escondo la cabeza entre los hombros. Error. En esa postura no ves más allá de tus zapatos! Y no lo digo por decir, porque... aún me duele la cabeza de haberme chocado con un semáforo que apareció donde menos lo esperaba: JUSTO DELANTE DE MI, pero cómo yo me estaba mirando los zapatos...


Estaría en rojo y ahora los semáforos utilizan otros métodos más... agresivos para parar a la gente?

- Pero el cansancio también afecta a la salud mental, o eso, o el golpe que todavía me duele. Ya llego a mi calle, doblo la esquina, me acerco al portal de mi casa, abro la mochila y... saco el abono transporte, esperando que, como por arte de magia, el billetito abra la cerradura...
(pero como a mi el ridículo me persigue, y me alcanza, mi estupidez no podía pasar desapercibida, no. Tenía que venir una vecina para verme sacar el billete de la mochila e intentando meterlo en la cerradura...)

Me tengo que cambiar de piso ya. Y tomarme una aspirina...


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.