24 junio 2007

La avaricia... te deja de pie

Me voy a la universidad, estoy de exámenes así que me voy a la biblioteca a ver si consigo un libro que es imprescindible para el examen de mañana y que todavía no he leído.

Son las ocho y media de la mañana, y llueve. Afortunadamente, el autobús llega enseguida (yo nunca llevo paraguas) Me subo en el autobús y, desafortunadamente está a tope. Como vayan todos estos a buscar el mismo libro, va a ver sangre en la biblioteca... (mmm, Sangre en la biblioteca, by Elliot Capote)
Hay algunos asientos libres al principio, pero ninguno en la ventana, así que me dirijo hacia el final.

Sigo hacia el final, sigo hacia el final, sigo hacia el final... y me choco contra el cristal.
No hay asientos libres, ni en ventanilla ni en pasillo. Cuando me giro para ir a los asientos de delante que estaban libres, un aluvión de gente me impide el paso. Todo el mundo me ha seguido hacia el final (hay que ser...) y no me dejan retroceder. Así que me quedo todo el trayecto de pie, cansado de haber madrugado, con la lluvia en los huesos y con una mala leche...

Y es que esto me pasa por tonto... y por avaricioso. ¿No querías un asiento en ventanilla? Pues te puedes mover por todo el pasillo del bus y tendrás toooodas las ventanillas del mundo.

Ya no he vuelto a hacerlo, ahora, asiento que veo (libre, claro, que uno no está tan desesperado), asiento que atrapo.


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

Tacones lejanos (y rotos)

Perdonen el retraso en actualizar el diario, pero entre que yo estoy de exámenes y Laura que ha pillado la varicela (jajajajaja, aún me río cuando lo pienso y la veo, con todos esos granitos, jajajaja) me ha sido imposible escribir más páginas. Pero ya he vuelto, en todo su esplendor.
Perdonene las molestias, pero seguimos abiertos en vacaciones...


Hay que ser torpe!!!

Laura, no sé si todos la conocen, pero es una chica que nunca ha llevado tacones y las faldas y los vestidos desaparecieron de su armario cuando aprendió a vestirse ella sola. Pero parece que la edad le ha hecho cambiar, aunque sea un poquito.
En tres semanas tenemos una boda y va a llevar una falda y zapatos de tacón.

Ya para buscar algo que le guste, le vaya bien con la falda, le quede bien en el pie y se ajuste al precio que quiere gastarse, la aventura empezó genial: EN BUSCA DE LOS ZAPATOS PERDIDOS.

Tiendas, más tiendas, en una ciudad, en otra, al final, al lado de casa, como casi siempre. Y se compró los zapatos, pero... no tenían su número en esa tienda. Así que tuvimos que recorrernos media ciudad para conseguir, por fin, los zapatos perfectos. Ni Cenicienta tuvo tantos problemas...

El caso es que cuando estamos en el portal de la casa de los papás de Laura, su madre decide que vayamos a comprar una botella de aceite al supermercado más cercano; es decir, cuatro portales más abajo. Y para que se vaya acostumbrando a ellos, ambas deciden que estrenará los zapatos nuevos. Son sólo cuatro portales, ¿qué puede pasar?

¿Qué puede pasar? Puede pasar que yo la acompañe y esté todo el camino riéndome de cómo camina totalmente desequilibrada.
Pero, lo que también pasó y fue mucho más grave es que Laura introdujo no sabemos muy bien cómo, el tacón del zapato izquierdo en una juntura de la acera. LA PRIMERA JUNTURA QUE HAY DE SU CASA AL SUPERMERCADO.
Lo que pasó fue desternillante. Treinta segundos de estrenados los zapatos, Laura se deja la tapa del tacón entre baldosa y baldosa.

Yo me parto de risa allí mismo y Laura retrocede dos pasos para buscar la tapa del tacón que se había salido. Obviamente, entre las risas que le contagié y la poca destreza que ambos tenemos (y que los zapatos no parecían tan malos al fin y al cabo), no conseguimos volver a meter la tapa en su sitio.
Así que el camino que restaba hasta el supermercado, la búsqueda del aceite, la cola para pagar y el viaje de regreso a casa, Laura lo hizo cojeando ya que, no quería estropear (más) el zapato dañado.

Al llegar a casa, yo todavía me estaba riendo, así que la madre de Laura nos preguntó qué habíamos hecho (¿nosotros?, ¿pero qué fama es esa?) y Laura no tuvo más remedio que sacarse el zapato estropeado y enseñárselo a su madre que no pudo hacer otra cosa que resoplar y negar con la cabeza. La pobre ya sabe cómo es Laura y aun así, la sigue acogiendo en casa un fin de semana al mes.




Nos leemos en el siguiente,

Elliot.