25 julio 2008

La risa: idioma universal

Tantos problemas que tiene la gente para entenderse en el mundo y resulta que hay uno que nos une a todos de una manera fácil, sencilla y divertida.

Paseo por el supermercado en busca de cereales. Me recorro todos los pasillos hasta tres veces hasta que los encuentro.
Allí los veo, al final del túnel de leches semidesnatadas, con calcio, sin azúcar, con guacamole y de oveja.

Un señor sesentón investiga los cereales de frutas, a la izquierda. Un chico de aspecto hindú rebusca entre los cereales de chocolate y yo me quedo un poco más atrás para tener una perspectiva más amplia e intentar decidir qué cereales compro antes de que se caduquen. (uno es lento de elección normalmente, así que imaginen si tienen ocho mil tipos de cereales distintos)

El hombre mayor parece que ya se ha decidido. Pero al coger uno de los paquetes, otro, que quedaba en equilibrio ha caído al suelo.
El hombre ha ido a recogerlo y en ese momento su cuerpo le ha traicionado y un pedo ha salido de su interior. Acción humana donde las haya, pero que provoca cierta incomodidad en el sujeto que lo provoca (voluntaria o involuntariamente) y en quienes lo "presencian", "reciben", "sufren".

El momento de tensión ha sido patente durante una milésima de segundo, pero ahí estábamos tres personas sin saber muy bien qué hacer.

Obviamente, el primero en reaccionar ha sido el hombre mayor que, tratando de disimular lo indisimulable, carraspeando y tosiendo, ha salido volando del lugar.

A los otros dos ocupantes de la sección cerealística nos ha costado un poco más reaccionar.
Pero en la segunda milésima de segundo y como un acto reflejo, nuestras miradas se cruzan, nuestros cerebros procesan la información y el hipotálamo nos provoca la risa.

No nos conocíamos de nada, no nos habíamos visto en la vida, no es muy probable que nos volvamos a encontrar nunca jamás y ni siquiera hablábamos el mismo idioma, pero durante cerca de treinta segundos que han durado nuestras risas, hemos sido los mejores amigos del mundo.

Tanto aprender idiomas y el más sencillo, el que no nos cuesta esfuerzos pronunciar, el que nos alegra el día y la noche, el que sale espontáneamente, es el que nos une de verdad.

Creo que va a ser el paquete de cereales que más voy a disfrutar. Cada copo de avena llevará una risa implícita.

Y lo mejor de todo es que, después de leer esto, a alguno de ustedes también se le escape una sonrisa (y no otra cosa) la próxima vez que pasen por la sección de cereales de un supermercado.

Si es que no hay nada más sencillo que reírse para comunicarnos con el mundo entero.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

16 julio 2008

Futuro y yo

Paso mucho tiempo en autobuses, como habrán podido comprobar, y me gusta ir mirando por la ventanilla mientras pienso en lo que voy a hacer al día siguiente.
Nunca me ha gustado hacer planes, más que nada porque casi nunca me suelen salir. Así que me dedico a pensar, única y exclusivamente, en las 24 horas siguientes a mi estado actual. Sólo eso.


Así que ahí estaba yo, camino del trabajo, pensando en la comida que me haría para el día siguiente, el libro que tengo que empezar porque ya he terminado el de esta semana, la película que cogeré en la biblioteca del barrio para verla por la noche, la música que pondré a bajar en el ordenador. Pero en un momento de debilidad mi cerebro empieza a pensar en Futuro, en la semana que viene, cuando iré a casa de los padres de Laura a pasar una semana entera, sin hacer nada. Paseando, visitando amigos (de Laura), yendo al cine, tomando el sol en un parque mientras nos comemos un helado... Vaya semana. Tengo ganas de que llegue, pero no excesivas, porque luego tengo la sensación de que se termina muy pronto todo lo bueno. Me gusta disfrutar de Presente.

Y entonces... todos mis pensamientos se derrumban al ver cómo Futuro ha conseguido alcanzar el autobús en el que viajo y ha llegado tan rápido que no he podido disfrutar de la comida de mañana, ni del libro, ni de la película, ni mucho menos de la semana relajada en casa de los padres de Laura. Futuro me atropella en forma de cartel:

"Ya está a la venta: LA LOTERÍA DE NAVIDAD. ¿Y si cae aquí?"

¿Lotería de Navidad? ¿Ya? Y mi libro, mi comida, mi película de mañana, dónde se han quedado?

Definitivamente, Futuro siempre es más rápido que yo.
Empieza a no caerme bien este tipo.

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

11 julio 2008

Como un pato bailando claqué (y no cuenta Alfred J Kwack)

Me encantan los mercadillos.
Son tan auténticos.
Los tenderos gritan y hay una competencia brutal a la hora de hablar más alto.
Con sus "Ven aquí, María, que tengo los HugoBox a un euro, María".
Yo al principio pensaba que todas las señoras (y señores) de este país se llamaban María.
Además, me fascina que haya también puestos de verduras y frutas.
Son geniales.

Así que cuando no tengo nada mejor que hacer voy a uno de ellos.

Como el domingo pasado.
Laura se había ido al parque, pero a mi no me apetecía, así que había visto que ponían toldos y había mucha gente en una plaza por la que suelo pasar, por lo que me fui hacia allí.

Tardé unos tres segundos en descubrir que eso NO era un mercadillo.
No había puestos.
No había gritos.
No había Marías por doquier.
No había señoras con rulos.
No había hombres con las manos en los bolsillos.

NO.
Sí había mucha gente, pero que no hablaba español, ni siquiera madrileño.
Sí había muchas bolsas, gigantescas.
Sí había toldos, que salían de un montón de furgonetas.
Sí había señoras, pero no con rulos sino con comidas y bebidas raras que no había visto en mi vida.
Sí había señores, pero no con las manos en los bolsillos, sino cambiando paquetes gigantescos de todo tipo: cafeteras, televisores, ventiladores...
Y todos se parecían mucho entre sí. Hablaban (yo no entendía nada, pero supuse que ellos sí se entendían), comían, bebían, bailaban...
Sí había muchas banderas de tres colores: azules, rojas y amarillas.

Vale, era una concentración de rumanos y si ha habido alguna ocasión en la que me he sentido de otro planeta, ésta ha sido de las más grandes.

Tendré que investigar un poco más mis sitios de ocio...

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.

07 julio 2008

Menos mal que la tontería a oscuras, no se ve

Empezamos a acostumbrarnos a nuestra nueva casa y para ello nos imponemos hablar con el vecino de arriba para comentarle un problema que tenemos con la antena de la televisión.

Subimos al sexto, llamamos, hablamos con el tipo (muy simpático él, todo hay que decirlo) y volvemos a bajar a nuestro hogar con la satisfacción de los retos conseguidos.

A mitad de tramo de escalera oigo que unos vecinos de mi mismo rellano abren la puerta. Bien, ya que estamos de socialización vecinal, no estaría mal conocer a los que comparten espacio.

Pero, quedándome escasamente cinco escalones, la luz se va y se queda el rellano a oscuras.

Los vecinos que salen de su casa todavía no han llegado al interruptor de la luz que está justo al lado del ascensor y enfrente de donde yo estoy bajando.
Trato de ser amable y moverme más rápido que ellos para encenderla yo (amable hasta el asco, sí).

Pero todavía no controlo bien cuántos escalones hay. Fallo en mis cuentas y bajo un último escalón cuando todavía quedaban dos.

Resultado: Elliot en el suelo, pero tratando de no hacer ruido (denme un poco de tiempo en descubrirles a mis vecinos que comparten ascensor con el ridículo personificado); el vecino con la bolsa de la basura en la mano al que le quedan todavía dos pasos para llegar al interruptor y la vecina desde la puerta de su casa diciéndole que suba en seguida, que no se entretenga por ahí (teniendo en cuenta que los contenedores están en el mismo portal, como no se entretenga contando las veces que se puede abrir y cerrar la tapa antes de que se rompa, no le encuentro yo muchas más opciones de diversión).

Yo sigo en el suelo, pero me arrastro y aguanto todo lo que puedo para que mis rodillas se recuperen del golpe y pueda volver a levantarme, pero debo darme prisa antes de que el vecino alargue su mano y encienda la luz. (no me apetece que nuestro primer contacto vecinal sea agonizando desde el suelo)

En el mismo momento en que su mano roza la mía encima del interruptor, me incorporo haciendo crujir de dolor todas mis articulaciones y enciendo la luz con una sonrisa en la cara.
El vecino me mira con una cara de "de dónde demonios ha salido este tipo? si el ascensor no está aquí y no he oído ruidos de escalera... ¿ha salido de la pared?" que no puede con ella (lástima la cámara de fotos), pero yo soy más rápido y le digo un "Buenas noches, qué buena noche hace hoy" que le deja sin poder reaccionar ante su asombro.
Él me responde aún dubitativo ("de la pared, la pared, pared, red"), pero yo ya me escabullo por el pasillo en busca de mi querida casa.

Llego a mi habitación, mis rodillas están llorando y yo también, aunque ellas lo hacen por dolor y yo porque no puedo aguantarme la risa. Si la cara del vecino ya era lo suficientemente perturbadora cuando me ha encontrado allí, imagínense si además me encuentra tirado en el suelo. Se mudan o llaman a la policía, y conociéndome, seguro que opta por la segunda opción.

Dicen que es de sabios reírse de uno mismo, ¿no? Pues eso. Y si no lo dicen, ya estoy yo para compartir mi ridículo con ustedes.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.