30 julio 2007

Glup, glup, glup... chof, chof, chof

Estoy de prácticas en una empresa de comunicaciones durante todo el verano. Y este primer mes de julio voy a turno partido (tur-no).
Tengo una hora para comer y normalmente a las dos mi cuerpo ya se come a sí mismo, pero como estoy todo el rato haciendo fotocopias y demás, pues hoy no he salido a comer hasta las cuatro de la tarde.

Me voy a un centro comercial y busco algún sitio decente; es decir, barato, pero no con demasiada grasa. Mi estómago controla mi cuerpo, así que sigo su instinto y descubrimos a la par un restaurante llamado WOK, justo enfrente. Mmm, mi estómago ya ruge como el logo de la Metro así que voy para allá como estómago que lleva el diablo.

Nos dirigimos hacia allí cuando de pronto escucho: Plash!, Plash!, Plash!

Miro hacia abajo y descubro que entre el lugar donde me encuentro y el restaurante hay una especie de piscina camuflada en el suelo y como mi estómago aún piensa menos que yo (y añadimos que tiene hambre) hemos pasado sin mirar. Glup!, Glup!, Glup!

Para no hacer demasiado el ridículo, desando mis dos pasos despacito, despacito, como disimulando. Pero, claro, no se puede disimular mucho cuando comienzas a andar de nuevo hacia el restaurante y tus zapatos hacen un ruidito extraño, tipo Chof!, Chof!, Chof!

Llego a comer, el camarero me mira los zapatos, voy dejando un rastro de agua, pero yo miro hacia otro lado y sonrío. Me da una mesa, como en menos de lo que tardan en apuntarte lo que pides, y salgo de allí con mis Chof!, Chof!, Chof!, un poco más acentuado.

Vaya charco que he dejado de bajo de la mesa. Glups!, creo que ya sé de un sitio donde no me van a dejar volver...


Nos leemos en el siguiente,


Elliot.


25 julio 2007

Pero todavía no he subido al autobús cuando me doy cuenta de que la estación a la que llego en Zaragoza está en el sexto o séptimo pino de casa de Laura y llego a la una de la madrugada, hora en la que no hay autobuses y hora que no saben los padres de Laura por lo que la puerta de casa estará cerrada...

Empiezo a pensar que es una mala idea coger este autobús, pero ya estamos casi en Guadalajara (sí, uno es bastante lento pensando)
Pero no me preocupo, les llamo por teléfono y ya está...
Y así llegamos a la provincia de Soria, pensando en que ahora, a la hora de la cena, estarán en casa y podré hablar con ellos, jeje.

Cojo mi bolsito de viaje y busco el móvil. Y lo busco y lo busco y lo estaría buscando todavía si no me hubiera llegado la imagen de mi mismo metiendo el móvil en la maleta para que no me estorbara cuando me he metido al baño de la estación. Y mi cara se vuelve pálida de repente: tengo el móvil en la maleta. ¿Y la maleta? En el maletero, claro, ese cubículo que NO se abre hasta llegar al destino.

Esto se está poniendo interesante y mi cara se vuelve de un blanco ariel al darme cuenta de la situación: sin el móvil (que está dentro de la maleta que está dentro del maletero) no puedo llamar a casa de Laura, no puedo avisar para que me vengan a buscar a la una de la madrugada, no llegaré hasta las dos de la mañana porque el séptimo pino está bastante lejos y no me abrirán la puerta porque... nadie abre a un tarado con maleta que llama al timbre a las dos de la mañana!!!

Pero mi cara recupera parte de su color cuando descubro que en la parada que hace el autobús podré avisar por teléfono. Seguro que hay, ¿no?

Llegamos a mi amada Esteras y más feliz que un regaliz salgo del bus directo a la cabina, pero poco me dura el color en la cara, porque inmediatamente después de pensar eso (bueeno, vale, inmediatamente, inmediatamente...) descubro que la maldita cabina funciona sólo con monedas de euro. Viene a mi mente en ese instante otra imagen de mi mismo guardando el monedero (junto al móvil) en la maleta y la maleta, en el maletero.

Miro con odio a la cabina y me odio a mi mismo por ser tan imbécil. "No, es que si lo meto en la maleta no me roban, no me roban" Sí, ya, pero tampoco puedo llamar, ni pagar nada, ni jugar a los marcianitos, ni nada de nada.

Así que no me queda más remedio que buscar a alguien con cara de buena persona y pedirle que me deje usar su teléfono, que a la llegada le pagaré.
Miro entre mis compañeros de viaje y descubro una pareja joven que parece simpática.
Respiro hondo (¿y el aire?) y me acerco a ellos. Les comento mi situación y, tachán, hay gente buena en el mundo. Me dejan llamar sin problemas.

Es la una y media de la mañana y acabo de llegar a casa, en coche y con la puerta abierta...
Uy, qué (segundo) mal rato...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

08 julio 2007

Todo por el trabajo 1ª parte

Me voy este fin de semana a casa de Laura.

Me compro el billete para una hora prudencial, pues salgo de las prácticas veraniegas a las seis. Hora de salida: 19: 50. Llegaré tarde a casa de los padres de Laura, pero no perderé el bus.

Mi profesor de las prácticas me dice que no hce falta que compre el billete tan tarde, que me dejará salir antes porque la jefa se va a las tres y podré llegar al bus de las siete. Vale, mucho mejor. Cambio el billete. Hora de salida: 19:00. Llegaré a casa de los padres de Laura un poco antes.

Pasa la mañana. De repente surge un problema que no se soluciona con el método habitual. La jefa se tiene que quedar un poco más.

A las tres me voy a comer con la esperanza de que a mi vuelta, la jefa ya no esté y pueda salir antes.

Como en veinte minutos y vuelvo ilusionado al zulo donde nos tienen metidos. Abro la puerta despacio y... TACHÁN, la jefa sigue allí, en su mesa, hablando por teléfono...

Pasan dos horas y yo ya estoy desesperado. Las cinco y media y yo sin poder salir de allí. Mi compañero profe me mira con cara de impotencia.

A las seis en punto empiezo a recoger las cosas. La jefa me mira. Yo la miro. Su mirada, como siempre, es mejor que la mía, así que vuelvo a sentarme en la mesa y miro por decimotercera vez el reloj. No llego.

A las seis y cuarto la jefa se va. Espero diez minutos y salgo corriendo yo detrás. Espero que no se haya quedado hablando con la recepcionista porque si no va a ser una pillada tremenda.

Tengo suerte y me puedo ir del edificio sin problemas.

Vuelo, el metro no llega, son las siete menos cuarto. Llega el metro, se para a mitad de camino: avería. Miro el reloj y veo en la esfera cómo el bus que me lleva a mi tierra de acogida arranca sin mi. No lloro porque se supone que ya no tengo cinco años, pero me gustaría.


Al final llego a las siete y media a la estación. Si no le hubiera echo caso a mi profe/compañero podría subirme en el próximo bus. Voy a taquilla, suplico un poco y me dicen que me dan plaza (sin coste alguno) en el siguiente. Sonrío, pero pocome dura la sonrisa cuando la tquillera me comenta que al ser viernes, de julio, no hay plazas hasta el bus de las nueve de la mañana del día siguiente. Aquí ya no puedo más y lloro. Sí, vuelvo a tener cinco años ¿y qué?


Me voy a los andenes y me siento. Tengo la mínima esperanza de que algún despistadillo no llegue a tiempo al bus y pueda ocupar su lugar. En el bus de las 19: 50 no hay sitio. Trato de sujetar las esperanzas que se van marchando de mi mochila cantando "Pringao, eres un pringao".

En el bus de las ocho y cuarto pongo más esperanzas, pero resultan vanas. Tampoco hay sitio.

Comienzo a pensar que mejor irme a casa y volver al día siguiente, pero me da tanta rabia que decido esperar un poco más, hasta las nueve.

Y ahí, por fin, tengo suerte. Me subo al autobús y conecto los cascos. Cuatro horas más tarde estaré en mi casita de adopción. Jeje, qué mal rato, jeje...

CONTINUARÁ...




Nos leemos en el siguiente,




Elliot.


Vaya principio de verano

Sin el permiso de Laura, cuelgo una foto de nuestro álbum "familiar".


Por favor, no le digan que la he puesto en el diario...


Así ha empezado Laura el verano de su graduación, jeje.









Nos leemos en el siguiente,


Elliot.

PS: Por cierto, que Laura está así, SIN TRENZA.
El día 07 del 07 del 07 (Bond) pasará a la historia de nuestra pequeña familia como el día que celebramos mi 20 cumpleaños y el día que la trenza de Laura murió. Será un gran día de conmemoraciones en años venideros...

05 julio 2007

Haciendo amigos por educado

Seis de la tarde de un sábado de julio. Madrid. Centro.

Voy paseando tranquilamente haciendo un poco el turista.

Se me ocurre ir a ver la cartelera de un cine en versión original.

Salgo de la tienda de chuches y voy hacia el cine.

Un poco antes de llegar al destino (media bolsa de kikos ya desaparecida) como siempre estoy en las nubes, me choco con una persona.

Me he hecho yo más daño que ella, pero me disculpo diciendo un sentido: "Disculpeme, lo siento" y sigo hacia delante.

Unos chicos sentados en unos bancos cercanos se me quedan mirando y comienzan a reírse.

Uno de ellos se me acerca y me dice: "Esa ha sido muy buena" y sigue riendo.

Yo no entiendo nada, pero por si acaso he hecho algo malo me doy la vuelta y descubro, entre las risas de los muchachos y las mías propias, que me acabo de disculpar por chocarme con un hombre de piedra: EL BARRENDERO ANÓNIMO!!!

Las risas se contagian y siento que acabo de encontrar la amistad en aquella plaza abarrotada de gente que, como yo, va de turista por la vida.




Nos leemos en el siguiente,

Elliot.