25 julio 2007

Pero todavía no he subido al autobús cuando me doy cuenta de que la estación a la que llego en Zaragoza está en el sexto o séptimo pino de casa de Laura y llego a la una de la madrugada, hora en la que no hay autobuses y hora que no saben los padres de Laura por lo que la puerta de casa estará cerrada...

Empiezo a pensar que es una mala idea coger este autobús, pero ya estamos casi en Guadalajara (sí, uno es bastante lento pensando)
Pero no me preocupo, les llamo por teléfono y ya está...
Y así llegamos a la provincia de Soria, pensando en que ahora, a la hora de la cena, estarán en casa y podré hablar con ellos, jeje.

Cojo mi bolsito de viaje y busco el móvil. Y lo busco y lo busco y lo estaría buscando todavía si no me hubiera llegado la imagen de mi mismo metiendo el móvil en la maleta para que no me estorbara cuando me he metido al baño de la estación. Y mi cara se vuelve pálida de repente: tengo el móvil en la maleta. ¿Y la maleta? En el maletero, claro, ese cubículo que NO se abre hasta llegar al destino.

Esto se está poniendo interesante y mi cara se vuelve de un blanco ariel al darme cuenta de la situación: sin el móvil (que está dentro de la maleta que está dentro del maletero) no puedo llamar a casa de Laura, no puedo avisar para que me vengan a buscar a la una de la madrugada, no llegaré hasta las dos de la mañana porque el séptimo pino está bastante lejos y no me abrirán la puerta porque... nadie abre a un tarado con maleta que llama al timbre a las dos de la mañana!!!

Pero mi cara recupera parte de su color cuando descubro que en la parada que hace el autobús podré avisar por teléfono. Seguro que hay, ¿no?

Llegamos a mi amada Esteras y más feliz que un regaliz salgo del bus directo a la cabina, pero poco me dura el color en la cara, porque inmediatamente después de pensar eso (bueeno, vale, inmediatamente, inmediatamente...) descubro que la maldita cabina funciona sólo con monedas de euro. Viene a mi mente en ese instante otra imagen de mi mismo guardando el monedero (junto al móvil) en la maleta y la maleta, en el maletero.

Miro con odio a la cabina y me odio a mi mismo por ser tan imbécil. "No, es que si lo meto en la maleta no me roban, no me roban" Sí, ya, pero tampoco puedo llamar, ni pagar nada, ni jugar a los marcianitos, ni nada de nada.

Así que no me queda más remedio que buscar a alguien con cara de buena persona y pedirle que me deje usar su teléfono, que a la llegada le pagaré.
Miro entre mis compañeros de viaje y descubro una pareja joven que parece simpática.
Respiro hondo (¿y el aire?) y me acerco a ellos. Les comento mi situación y, tachán, hay gente buena en el mundo. Me dejan llamar sin problemas.

Es la una y media de la mañana y acabo de llegar a casa, en coche y con la puerta abierta...
Uy, qué (segundo) mal rato...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

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