11 agosto 2010

CAMARERO! DOS DE ME(T)RO

Situaciones absurdas vistas como un espectador. Lo reconozco, hacen más gracia que las protagonizadas por un servidor.

Sábado, metro de esta ciudad, 1100 de la mañana.
Estando ya en el vagón, veo que se acerca una pareja joven de turistas japoneses. Despistadillos, como suelen estarlo los turistas (recuerden, yo también soy de fuera), van mirando el mapa mientras caminan hacia el vagón, que ya debe estar a punto de salir.
Efectivamente, el pitido precede inmediatamente al cierre de las puertas, pero los dos chicos no se percatan y mientras él sube, ella sigue mirando el mapa abstraída, en el andén.
Las puertas, cerradas definitivamente, crean una barrera infranqueable entre los dos amantes que, confundidos, no saben cómo accionar la manivela para intentar reencontrarse.
El vagón se mueve, la cara de él se torna pálida y la de ella, más.
Finalmente el amor triunfa y él sonríe mientras le indica que le espera en la siguiente parada.
Ella, más confiada, sonríe a su vez despidiéndose de su amado como solo los japoneses saben hacer: a lo manga.

Domingo, otro metro de esta ciudad, 16oo de la tarde.
Vagón parado, puertas abiertas.
Hay un tumulto en uno de los vagones y por megafonía se nos informa de que va a estar retenido unos minutos, sin precisar más.
Pasan cinco minutos, unos chicos a mi lado se comen un bocadillo enorme.
Pasan diez minutos, a los chicos de al lado les queda la mitad del bocadillo.
Pasan doce minutos, a los chicos de al lado ya les quedan solo las migas.
Pasan quince minutos, los chicos de al lado abren una bolsa de patatas.
Pasan diecisiete minutos, los chicos de al lado se terminan las patatas y no saben qué hacer con los desperdicios porque no hay papelera dentro los vagones.
Pasan veinte minutos, uno de los chicos recoge los restos y sale del vagón para tirarlos a la papelera.
Pasan veinte minutos y diez segundos, el metro pita y las puertas se cierran.
Pasan veinte minutos y quince segundos, el chico que ha tirado las cosas a la papelera intenta abrir la puerta, desde fuera.
Pasan veinte minutos y veinte segundos, mis risas se juntan con las suyas, mientras se despiden ambos amigos hasta el siguiente andén.

Nos leemos en el siguiente,
Elliot.