23 marzo 2007

2 relatos, 10 currículums... y 1 IDIOTA (1ª parte)

Me encanta tener cosas que hacer. Porque me gusta mucho apuntarlas en mi libretita mágica o en una agenda que acabo de hacerme. Me gusta tanto porque lo que realmente me encanta es tachar las cosas que ya he hecho. A veces, llámenme raro (que lo soy), soy capaz de apuntar cosas una vez realizadas sólo por el placer que me produce el tacharlas. Así que este día empezaba con muy buen pie, tenía 3 cosas que hacer en 3 sitios diferentes, y estaba encantado.

Lo primero que debía hacer era imprimir unos currículms, así que preparé el “pen drive” para que el fotocopiero no tuviera problemas en encontrarlo o se confundiera de documento. Es un poco peculiar, el fotocopiero de mi barrio, porque nunca te saluda y te habla un poco gritando, pero es barato y está debajo de mi casa, así que es perfecto. De hecho, me encanta hacer todo lo contrario que hace él, yo le hablo muy bajito y le saludo siempre, aunque no tenga nada que fotocopiar, jeje.

Así que me bajé a la tienda, le di el “pen drive” y me imprimió las hojas. Las guardé, pagué y me fui, no sin antes desearle que tuviera un día estupendo (literal, me encanta ser tan cursi con gente que no lo es).

Qué buen día hacía, yo estaba radiante, parecía que el mundo estaba sonriéndome, así que me dirigí a mi segunda estación: la biblioteca pública. No es la del barrio, por lo que me tengo que dar un paseo de una media hora para llegar, pero es más grande, tiene muchas más películas y hacía tan buen día que no me importaba el paseo.

Con mis gafas de sol y con una sonrisa radiante en la cara crucé todo mi barrio y parte del otro hasta llegar a mi destino, Biblioteca José Hierro.

Es estupenda porque tiene muchas plantas y los ascensores son de cristal, por lo que puedes ver el edificio por dentro y a las personas cada vez más pequeñas. Cero que en alguna ocasión he sentido vértigo, pero entra dentro de su encanto.

Fui directamente a la planta 6, que es donde están las películas, ya que Laura quería ver “Fraude” de Orson Welles. La cogí y como había ordenadores libres, pedí sitio para Internet. Quería ver qué tal estaban todos mis amigos y no tenía otra cosa que hacer. Bueno, sí, una más, pero tenía tiempo suficiente.

Así que me pasé una hora, que es lo que te dejan en esta biblioteca (en la del barrio sólo 45 minutos) mirando mi correo, respondiendo y enviando mensajes, actualizando el diario, mirando pisos de alquiler, mirando becas, cursos y viajes al extranjero, películas de estreno, las bases de un concurso de relatos al que quería apuntarme y un millón de cosas más. Reconozcámoslo, una vez que has mirado el correo y tres o cuatro tonterías más, el resto del tiempo lo inviertes en chuminadas. O eso o tienes un millón de amigos y TODOS te escriben diariamente. Y no es mi caso.

Cuando quedaban tres segundos para que el ordenador se autodestruyera; es decir, para que se cerrara la sesión, me fui de la biblioteca y me dirigí a mi tercera y última etapa de la mañana: una oficina de Correos. Y como ya tengo dos controladas que no cierran al mediodía, pues todo fue sencillísimo. Entré en la oficina, cerré el sobre que contenía el relato para un concurso y lo entregué en la ventanilla. “1’92”, me dijo el señor de la ventanilla. “Vaya, pensaba que sería menos”, pensé, pero pagué el sello y me fui a casa más contento que un regaliz.

Ya era la hora de la comida cuando llegué a mi casa, así que comencé a preparar la pasta que me tocaba ese día y mientras recogí las cosas de la mochila. Por la tarde la tendría que utilizar otra vez y quería vaciarla para que no pesara mucho.

Entre unas cosas y otras, los macarrones ya estaban listos, así que puse la mesa y empecé a comer y de pronto... ¿Y los currículums?”, me pregunté.

Cuando saqué las cosas de la mochila no los vi y los necesitaba para mandar las cartas que ya tenía escritas. Me levanté del sofá y me puse a buscarlos en mi habitación.

CONTINUARÁ...

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