12 mayo 2006

"Una casa de locos"

Ya era hora de que empezara a hablar del albergue en el que me alojé en la maravillosa ciudad de Cáceres...

Después de mi primer encuentro con los habitabtes del lugar, me topé con una conciudadana que regentaba el albergue por la mañana. Vaya, con las ganas que tenía de conocer al señor vidente que me colgaba para llamarme...
Esta era una mujercilla que tenía un aire bastante despistado, los ojos no los podía poner en una sola cosa a la vez y me hablaba mientras me escaneaba de arriba a abajo o comprobaba que mis manos estuvieran en un lugar visible, no fuera a ser que robara... eee, ¿un lápiz?
Como fuera, le dije que acababa de llegar y que quería dejar las cosas de la mochila para comenzar mi ruta turística y comer, claro, que traía un hambre atroz (que no arroz, que si no ya hubiera comido)

Me enseñó mi habitación y me comentó que la estaban limpiando porque a las tres tocaba limpieza (qué oportuno soy cuando quiero). Ah! Y también me avisó, por cuerta vez, que no esaba solo en la habitación, sino que me tocaba compartirla con una chica que había venido el día anterior. Tras repetirle, por cuarta vez, que ya lo sabía, que me lo habían comentado por teléfono (mi casa, ay, cuánto te echo de menos, amigo) y que ya sabía lo que era estar en un albergue, me llevó a la habitación.
Tampoco es muy importante que se la describa pues era una habitación, con cuatro camas: dos abajo y dos arriba, pero no en plan litera al uso, mejor distribuida y en plan IKEA, y una mes con cuatro sillas. Lo mejor, el balcón. ¿Las vistas? El metro de distancia que separaba el albergue del edificio de enfrente (un lugar de franciscanos satánicos)
En fin, me preguntó por cuántos días iba a estar y le dije que tres días, dos noches (deformación profesional de algo que estudié hace... buff, casi una eternidad). La mujer se quedó contenta y abandonó la habitación, no sin antes pasarme unas sábanas (creo...) y una toalla y advertirme que allí no hacían camas, que te la hacías tú o dormías donde te pareciera...
Me pareció estupendo y me intenté hacer la cama como pude con dos trozos de tela, digo, sábanas. Cuando vi que aquello tenía un aspecto más o menos presentable; es decir, me había cansado de intentar meter la tela por debajo del colchón, lo dejé estar.

A continuación, yo abandoné unas cuantas cosas en un armarito muy divertido en el que las puertas eran correderas, recorrí la planta en la que estaba situada mi habitación y con mi mochila ya casi vacía salí del albergue en busca de aventuras cacereñas...(que relataré en otra página)

Y después de una tarde agotadoramente placentera, regresé al albergue madriguera y me encontré con una chica en la cama que estaba opuesta a la mía (me encanta lo sociales que somos los humanos). Nos saludamos brevemente y me confesó algo curiosísimo: me dijo que no quería que le dijera mi nombre y que ella no me daría el suyo porque como es peregrina y pasaba por muchos sitios en pocos días, no quería tener una relación especial con nadie por miedo a no terminar el viaje.
Sí, mi cara fue de asombro absoluto, pero lo respeté, me cambié de ropa y me volví a marchar pensando seriamente que esa noche alguien cercano a mi (la compañera sin nombre, por si hay alguna duda) iba a hacer vudú y me quedaría agonizando en una cama de un albergue... Menos mal que cuando volví por la noche, ella ya estaba durmiendo para despertarse pronto al día siguiente...

Pero lo mejor llegó la segunda noche. Comenzaré diciendo que me había ido de viaje sin gorra alguna y hacía un sol tremendo. Me empecé a quemar un poco la piel, pues uno es muy blanquito, y además, me empezó a doler la cabeza (sí, toda, por raro que pueda parecer). Así que después de comer (Viva el Mercadona!!!) me fui al albergue a hacer un par de sudokus mientras se pasaba la hora en que el sol pica más. Estaba solo.
Y aquí empezó la fiesta.
Llaman a la puerta, y el dueño del albergue me dice que voy a tener compañía, que no preocupe que es buena gente. Siempre que me dicen algo que empieza por "No te preocupes", me preocupo. Y en esto que entran dos de los tres mosqueteros que iba a compartir la habitación conmigo.

Dos tipos altos, delgadísimos, rojos como tomates y con unas mochilas que eran más grandes que toda mi habitación (¿Y si se las alquilo para el curso que viene? En el Retiro pueden quedar muy bien...)

CONTINUARÁ...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

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