19 mayo 2006

"La masa"



Desde mis pequeñas vacaciones no he vuelto a ir a mi tierra en autobús, gracias a la generosidad de un pariente de Laura que me da un asiento en su nuevo coche. Así que esta nueva página es un homenaje por todos esos viajes extraños y molestos que he tenido la paciencia (qué remedio) de soportar. Una historia pasada, de invierno, pero que va para todos aquellos sufridores de los autobuses de linea de gran recorrido.

13 de noviembre de 2005
De nuevo en las andadas de los viajes y de nuevo la poca consideración de la gente a dejarme respirar. Otro autobús con mucho calor humano y esta vez el personaje en cuestión no era una niñita (próximamente en sus mejores pantallas de ordenador), sino un señor hecho y derecho (aunque no mucho cuando se quedó dormido en el viaje)…

LA REBELIÓN DE LOS HOMBRES BALLENA!!!

Son las nueve de la noche, el autobús espera pacientemente a que los rezagados acudan con sus billetes a la entrada del vehículo. Yo dejo la maleta y subo, intento descubrir cuál es mi plaza (en ocasiones se convierte en una misión imposible, ríanse del amigo Tomás Crucero -Tom Cruise, para los del Home English-, pues no sabes nunca dónde está puesto el numerito: pegado a la ventana, en los asientos, en la estantería portaequipajes… un misterio) y cuando la encuentro deposito el abrigo arriba y la mochila en los pies. Mi asiento es el del pasillo, pero no me importa (porque llevo torta) porque está en tercera fila y ya he descubierto que la peli esta en el video. (y además el viaje es por la noche, por lo que el paisaje…)
Me acomodo y pongo los auriculares en el sistema de audio para cerciorarme de que funciona. Funciona. Y lo mejor aún estaba por llegar: cuando todos los pasajeros se acomodan descubro con inmensa alegría que voy a ir solo, es decir: LOS DOS ASIENTOS PARA MI!!!!!!!!!!!!!!!!(para los que nunca llegaron al Barrio Sésamo perdiéndose en el camino de la plaza de los Pokemon)
Bajo el abrigo por si hace frío en el camino y dejo la mochila en el asiento de al lado: música, película y visión nocturna del viaje. Y yo más feliz que un regaliz.
Bien, parece que este viaje no va a ser como el anterior… ejem. (próximamente en sus mejores pantallas de ordenador)
El autobusero arranca y salimos, por fin, de la lúgubre oscuridad claustrofóbica de la estación.

En eso que, cuando yo ya voy cantando la primera canción de Kiss FM, me toca un señor en el hombro y me señala el asiento que tengo libre. Con mis pocas neuronas en funcionamiento creo entender que quiere sentarse en ese sitio. Mi cara cambia de la felicidad más absoluta a esa que se te pone cuando te acuerdas de que te has dejado el paraguas en casa y estás calado hasta los calcetines.
En fin, mi gozo en un pozo, pero me siento en la ventanilla (bueno, en el asiento de la ventanilla, porque sentarme de lado en el cristal no es lo mío). Pero lo peor es cuando descubro que el tipo no es un tipo cualquiera, no:



ES UN HOMBRE BALLENAAAAAA.



(vean la foto, por favor!)




El tipo más grande (en todos los sentidos) que he visto de cerca en mi vida. Les comento que un solo dedo suyo era como toda mi mano. Y claro, las butacas del autobús son tipo estandar, el tipo es king size por lo que ocupa su asiento y LA MITAD DEL MÍO. Mi cara ha cambiado de nuevo y como un Pokémon evoluciona hacia la incredulidad más absoluta.
Son las nueve y diez…
Les omitiré detalles desagradables, pues es horario de protección al menor y no quiero que me acusen de nada.
Sólo les diré que estuvo durmiéndose todo el rato y en las curvas se caía, literalmente, hacia mí. ¿Nunca han tenido la sensación de que el mundo se les cae encima? Pues si no la han tenido, les puedo asegurar que es hartamente desagradable. Y yo no podía luchar contra tamaña masa corporal. Jobar, me parece que Hulk era su hermano pequeño.
Y ahí me ven, intentando no quedar atrapado entre el cristal y “la masa” durante cuatro horas de un intensísimo viaje.
Mis intentos por que se quedara en “su” asiento fueron totalmente inútiles, y eso que había sacado un bolígrafo de la cartera y cada vez que se dormía hacia mí, le pinchaba para que se despertara o cambiara la posición. Pero, ni por esas.
En la parada técnica que hizo el autobús pude salir a respirar aire puro, pues entre la calefacción y el hombre-ballena, les prometo que mi capacidad pulmonar había quedado seriamente dañada. Y tenía más calor que en las clases de los miércoles. (recuérdenme que hable alguna vez de esto) Corrí presuroso a mi asiento antes que mi Moby Dick particular para poner un poco de aire de por medio, bajando el apoyabrazos que separa dos asientos. Qué iluso fui. No preví que su masa corporal era altamente superior a cualquier barrera arquitectónica o moral… Y quedé relegado a un cuarto de asiento de nuevo en el trayecto final.
Bueno, lo mejor de todo (porque yo siempre intento ver el vaso medio lleno que para eso uno es del norte) fue que hice un amigo en el camino. Cuando me disponía a subir al autobús tras la parada correspondiente, vi cómo se acercaba una especie de gato hacia mí. Sin gafas yo soy como Rompetechos y más cuando es de noche como era el caso, y no se me ocurrió otra cosa que incitarlo a venir más cerca para darle parte de mi galleta. El bicho se acercó y cuando estaba a menos de veinte centímetros de mi y ya le había dado de comer, un pasajero muy amable me comenta: “¡Anda, nunca había visto un zorro tan de cerca!”.
Mi cara vuelve a cambiar y me giré lentamente hacia el caballero (el gato-zorro seguía a escasos treinta centímetros de mi mano) y sólo pude sonreírle. “Sí, yo tampoco, jeje”.

Y mi cabeza: ¿Un zorro? Un zorro?? UN ZORRO!!???
(Nota menta: Las gafas...SIEMPRE!!!)

Al instante vino un señor gordo fumando (ya les digo que es toda una revolución esto de los hombres ballena) un puro y el gato-zorro se marchó corriendo. Lástima, quizá hubiera sido el principio de una gran amistad, aunque la próxima vez intentaré pedir credenciales antes de acercarme a hablar (o darle de comer) al primero que vea, es un decir, por la calle.
Y volví, cabizbajo, pero mirando de reojo hacia atrás por si mi amigo el gato-zorro volvía a despedirse, a mi madriguera putrefacta en que se había convertido mi lugar en el autobús.

Resignado y compungido soporté otras dos horas de viaje. Intentado concentrarme en la música, la película y el paisaje, todo a la vez, sí, porque sino, creo que me hubiera muerto del asco allí mismo. Y no es cuestión.

Nota mental: Agradecer al autobusero que repitiera por dos veces la maravillosa frase: “Y rogamos a los pasajeros que, por medidas de higiene y respeto hacia los demás, mantengan los pies dentro de sus zapatos”
No me quiero imaginar qué hubiera pasado conmigo si…


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

PS: Y para más INRI, la película me la sabía de memoria: “Prisioneros del cielo”, con ese gran actor que es uno de los hermanos Baldwin. Da igual que no les diga el nombre, la calidad se ha transmitido en los genes de esta estirpe en medidas equitativas. ( a nuestro pesar)

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