30 julio 2006

La Señora Meona

Ayer se me olvidó comentar una cosa que también pasó en el autobús:

Como no había plazas para el autobús que quería yo, me tuve que subir en uno de esos que paran por toooodos los pueblos del mundo y más. Es el mismo precio, pero se tarda una hora más.

Total, que ahí estaba yo, viendo como el autobús salía de la autopista para meterse en el primer pueblo. En eso que una señora se levanta para bajar del autobús, pero se queda en la puerta hablando con el conductor, parece que éste no la deja bajar. La mujer se enfada un poco, pero vuelve a su sitio. La mujer habla raro, creo que es de fuera, no de fuera del autobús, sino de fuera del país.

El autobús se pone en marcha de nuevo y yo sigo mirando al infinito (todavía no me había salido demasiado el video)
Un rato más tarde, el autobús se vuelve a salir de su ruta normal: siguiente pueblo, siguiente parada y yo cada vez más asqueado.
¿Por qué en la taquilla nunca te dicen si es horario con paradas?

En eso que la mujer en cuestión se baja del autobús. Detrás, el resto de pasajeros que se bajaban en esa localidad. Tras unos minutos de ajetreo, el autobusero cierra las puertas tras asegurarse que no se quedaba nadie que parara allí. Volvemos a ponernos en marcha.
A partir de aquí empieza lo del video y yo me distraigo.
Pero de repente un señor empieza a gritar: ¡Eh, autobusero! Que una señora está corriendo detrás del autobús. Que está pidiendo que pare.

Obviamente todos los pasajeros nos volvemos hacia las ventanillas y ahí vemos a la señora corriendo, como en las películas, tratando de alcanzar el bus. Pero el autobusero estaba en su mundo y no se enteró, así que seguimos el camino y el resto de pasajeros hacemos caso omiso de la señora.

Ahora ocurre la historia del video y diez minutos después el autobús se para.

Se baja la gente, yo no que estoy cabreado (lean más abajo) y el autobusero recibe una llamada. Empieza a gritar, yo me asusto pero no digo nada. Cuando reanudamos la marcha, el autobusero se dirige hacia nosotros: “Señores pasajeros, por cuestiones que luego verán, debemos regresar al último pueblo donde hemos parado, hace apenas quince minutos, perdonen las molestias”
La gente se cabrea un poco porque se va a llegar más tarde de la hora, pero como no hay otras narices porque el volante lo lleva ese tipo con bigote y no yo, pues hay que regresar.

Al llegar de nuevo al pueblo, vemos que en la parada está la señora que corría detrás del bus esperándonos. El autobús se para y ella empieza a subir y ahí es cuando empiezan los gritos:

Autobusero: Pero señora, ¿qué narices está haciendo aquí? ¿No le he dicho antes que no se podía bajar al baño en las paradas? Sólo se puede bajar en la parada que hay para ello, que es diez kilómetros más allá.
Señora: Oiga, no me grite, que me estaba meando y no podía más. Si el baño de su autobús está roto no es mi problema. Hombre!

Bueno, la conversación que les he transcrito es la versión “light”, porque allí se dijeron de todo, pero uno es un chico educado e inocente que no conoce muchas de las palabras que allí se dijeron.

Después de eso el panorama fue el siguiente:
- Pasajeros cabreados por tener que retroceder, lo que implica un retraso en la llegada.
- Autobusero cabreado porque se retrasó el viaje y los horarios ya no le iban a cuadrar, además, había recibido más insultos en diez segundos que en toda su vida, seguro.
- Señora cabreada porque la gente estaba resentida con ella, pero ya había meado, así que supongo que también estaría aliviada.
- Yo cabreado porque el Señor Destino no había dejado que tuviera lugar la que hubiera sido, posiblemente, la mejor anécdota que me ha ocurrido en un autobús (ver Tres, dos, uno), y cabreado con la Señora Meona por haber retrasado el viaje Y PORQUE SE SENTABA JUNTO A MI Y TODAS LAS BRONCAS E INSULTOS PARECÍAN VENIR HACIA MI.




Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

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