16 enero 2008

¿No es eso que veo un elefante rosa?

Con la cantidad de cosas que se pueden hacer un domingo por la tarde, pongamos por caso leer cómics, escupir a la gente que pasa por la calle o contar las manchas que hay en el techo de mi habitación, me dispongo a utilizar un par de horas de mi vida haciendo algo que no me apetece absolutamente nada: Me toca limpiar el baño.

Pero ya que tengo que hacerlo, vamos a ello...

Ya he derramado medio bote de limpiabaños por la bañera y el lavabo y el limpiacristales ya está por todo el espejo.

Saco el estropajo y empiezo a frotar con fuerza. Va a quedar niquelado. Por lo menos que no se diga que no pongo empeño en que te puedas ver reflejado en el suelo de la bañera mientras te duchas... (sumamente importante por otro lado)

De pronto, un olor intenso me cierra los pulmones.

No puedo respirar y creo que me estoy poniendo azul.

¿Qué me está pasando?

Pasa, pues que soy tonto, que no se me ocurre otra cosa que encerrarme en un habitáculo de un metro cuadrado y abrir botes con lejía, amoniaco y demás productos nocivos para el organismo y para mi.

Oigo una voz a mi espalda. El grifo del lavabo me está hablando y los cuadraditos de la cortina se han puesto a fugar a tetris.
Es la señal que me indica que tengo que salir de ahí. Eso, y que mis pulmones están gritándome al oído que, o les doy aire, o se ponen de huelga indefinida.



Abro la puerta del baño y corro hacia mi habitación.
Laura me mira con cara de "A ver, Elliot, ¿qué has hecho esta vez?" y yo saco medio cuerpo por la ventana esperando que todo el aire de la ciudad, contaminado o no (para exquisiteces estamos ahora) se haya concentrado en mi ventana.

Poco a poco empiezo a notar que algo de oxígeno llega a mi cerebro. Tras unos minutos así, respirando toda la polución de la gran ciudad, que en estos momentos me está sabiendo a gloria, regreso al mundo de los vivos.

Vuelvo a la habitación, cierro la ventana, pero las paredes y los posters todavía se mueven a mi alrededor.

Me tumbo/derrumbo (detalles...) en la cama y me doy cuenta de que llevo un mareo tamaño familiar y que, si estuviera en otro sitio (pongamos un bar) y en otro momento (pongamos un sábado por la noche), fijo que alguien de mi entorno llamaba a una ambulancia y me ingresaban con un cuadro (con marco incluido) de coma etílico.

Me recupero y me dirijo de nuevo al baño a cerrar todos los productos de limpieza.
Me fijo en el limpiabaños, pues creo que es el causante de que lleve encima, sin beber, una tostada tan grande que aún oigo al grifo del lavabo reirse de mi.
Leo unas indicaciones, como la de "No dejar al alcance de los niños" (ejem...), pero al fin y al cabo no he salido tan mal parado:
En la etiqueta pone CON BIOALCOHOL. Algo bueno tendrá si se llama como los yogures que mejoran la flora intestinal (¿y la fauna?).
Llega a ser alcohol normal y no lo cuento...

Espero que la falta de oxígeno en mi cerebro no haya sido excesivamente larga y que no me haya vuelto más tonto de lo que ya era... que sólo acabamos de empezar el año!!!


Nos leemos en el siguiente,

Elliot.

2 comentarios:

aikugur dijo...

Supongo que la moraleja es que hay que fiarse más del instinto de cada uno. Si hubieses hecho caso de tus no-ganas de limpiar nada de esto hubiese pasado. Habrías tenido un baño algo más mugriento, eso sí... pero... ¿vale la limpieza una vida? Por vuestra salud: No limpiéis vuestras casas.

Laura Marta dijo...

Estoy contigo Aikugur (bienvenido). El problema es que tenía dos opciones:
o moriri intoxicado por limpiar el baño, o morir calcinado por la mirada asesina que me hubiera dedicado mi compi de piso (Amaia) si descubre que no limpié el baño dentro de la semana que me correspondía...
Morir intoxicado o morir calcinado, this is the question...
Eso sí, mi habitación lleva sin limpiarse...
Nos leemos,
Elliot.