09 febrero 2007

Tres meses

Tres meses, ese es el tiempo en que he estado criando a dos pilas alcalinas Energizer en el escritorio de mi habitación.

Es curioso lo que ocurre cuando tienes que ir a tirar pilas al contenedor. En mi caso pasó que al principio no sabía dónde había uno de esos contenedores y, claro, no vas a llevarlas en el bolsillo por si ves uno de esos cuando sales a comprar.

Pero es que lo mío es demasiado. Cada vez que iba a comprar me preguntaba si en el supermercado había una caja para dejar las pilas. Pero en el momento en que ponía un pie en el establecimiento, se me olvidaba. Así que llegaba a casa con las bolsas de la compra, veía las pilas encima del escritorio y pensaba, “tengo que comprobar si en el supermercado hay algo para dejarlas”.

Intenté fijarme un día cuando iba despreocupadamente por la calle, como siempre. Pero me pasa igual que con los buzones, puedes ver cientos cuando no los necesitas y preguntarte dónde está correos más cercano cuando llevas con una carta en la mano durante una hora.
Otro de esos misterios callejeros son, sin duda, las cabinas telefónicas. Ya sé que ahora todo el mundo lleva móvil, pero cuando no tienes saldo o cuando vas a llamar a un fijo, yo prefiero gastar cincuenta céntimos y hablar más rato. Pero ahí está otra vez la maldición. ¿Necesitas una cabina? Pues ya puedes dar tres vueltas al barrio que no la encontrarás. ¿Que hoy no tienes que llamar? Ahí está, la cabina. Y tratas de registrarla en la memoria para cuando la necesites. Pero te da igual, el día que la necesites no estará.

Creo que es una confabulación de telefónica para que gastes móvil, de correos para que te gastes el sello inútilmente porque verás al destinatario antes que un buzón y de los recogedores de pilas para que utilices la corriente. Por eso se dedican a cambiar las cabinas, los buzones y los contenedores a su antojo, como las setas, salen y desaparecen.

Pero mi odisea no termina ahí. Por fín encontré un contenedor para dejar las pilas (tengo delito porque he pasado durante todo el cuatrimestre por delante sin darme cuenta ¿setas? Sí, las alucinógenas que me tomaba).
Pero de nuevo la confabulación, pues siempre que me acordaba de las pilas era cuando estaba pasando por delante del contenedor, pero ¿dónde estaban las pilas? En el escritorio, por supuesto.
Y cuando estaba en mi habitación y las veía, me acordaba de que tenía que tirarlas. Salía la calle y veía el contenedor, pero las pilas seguían en la habitación.

Pero un día se me ocurrió llevar las pilas en el bolsillo (no comment) y me fui a dar una vuelta. Pasé por delante del contenedor Y NO DEJÉ LAS PILAS. Tuvo que ser a la vuelta, tres horas más tarde, cuando noté algo raro en el bolsillo de mi pantalón, algo que pesaba. Palpé y ahí estaban. ¿Pero no las había tirado ya? PUES NO, SEGUÍAN ALLÍ. Me enfadé y las saqué del bolsillo, las llevé en la mano durante un cuarto de hora y fui expresamente hasta el contenedor cuando ya estaba casi en casa.

Las eché y pocas veces he sentido cómo se me quitaba un peso de encima como en esa ocasión.

Total, sólo habían pasado tres meses desde que las quitara del mando a distancia. Creo que han dejado descendencia en mi escritorio...

Nos leemos en el siguiente,

Elliot.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sepas que en las farmacias siempre hay contenedores de pilas. Claro, y ahora me saldrás con que tampoco encuentras las farmacias cuando las necesitas... XDDDD

Laura Marta dijo...

Pues fíjate, que tengo una justo al lado de casa, pero no se me había ocurrido... Así que esa urna transparente en la que salen unos niños desnutridos no es para echar las moendas para el Domund, sino que lo que quieren son las pilas, ¿eh? Ya, ya, ahora nos vamos enterando...
Nos leemos,
Elliot.